3ª Parte
Cuando me armé de valor se lo conté a mis padres. Sus
miradas se me clavaron en mi interior. No sabían qué hacer pero no estaban
dispuestos a que yo criara un bebé. Inmediatamente llamaron a los padres de
Juan. Éste lo negó todo. En unas horas había cambiado. Ya no parecía el de
antes.
De repente me sentí la persona más solitaria del mundo. Sin
embargo, conforme fueron pasando los meses y a pesar de no saber nada de Juan,
mis padres modificaron su opinión y comenzaron a apoyarme en todo lo que necesitaba
hasta el día. El día en que con tan solo 16 años me convertiría en una mujer
adulta con una responsabilidad enorme.
Di a luz a las 11.22 de la mañana. El parto fue horrible, jamás lo había
pasado tan mal. Pero todo terminó y cuando me desperté lo único que quería era
ver a mi hijo, mi hijo Fran.
Mis padres acudieron rápidamente a mí llorando. Fran había
muerto pocos minutos después de nacer. Inmediatamente, con lágrimas en los
ojos, pedí a las enfermeras que me dejaran ver el cadáver. Su respuesta fue una
rotunda negación con un clarísimo exceso de nerviosismo. Me puse a gritar y los
médicos me tuvieron que sedar.
Un mes después, rebuscando entre los cajones de mis padres,
vi un contrato de adopción. Sentía que el corazón se me iba a salir del pecho
justo cuando mi madre entró y me arrancó
los papeles de las manos entre chillidos. No me había dado tiempo a ver nada
pero lo sospechaba desde el día del parto, así que cogí 200€, una maleta con
ropa, algo de comida y repentinamente me marché de casa a buscar a Fran, mi
hijo.
Todo esto ocurrió hace décadas y desde aquel día no he
vuelto a hablar con mis padres. Ahora mismo tengo 88 años y hace una semana que
me diagnosticaron una enfermedad mortal e incurable. He dedicado toda mi vida a encontrar a Fran y todavía no lo he
conseguido. Pero sé que, sea como sea, le podré dar el mayor abrazo jamás dado aunque sea lo último que
haga. Por desgracia, el tiempo corre en mi contra",
FIN