La noche más larga
María recibió una llamada. Descolgó el teléfono móvil. Tan
sólo pude escuchar: “dime” y después de unos segundos su rostro cambió por
completo. Dijo: “oh Dios mío. Voy corriendo”. Su expresión se modificó repentinamente
y la preocupación se coronó en ese momento como su sentimiento principal.
-Acompáñame, por favor-dijo con mucho nerviosismo después de
guardar el celular. Sin preguntar qué ocurría, cogí su mano derecha y
rápidamente abandonamos el bar.
Ella corría y corría. Como podía, claro. Llevaba unos
tacones enormes. Y yo no entendía nada. Le preguntaba qué era lo que pasaba y
no me respondía. Estaba totalmente concentrada en no pisar mal y caer al suelo.
Se dirigía hacia mi casa.
-Vamos en tu coche, ¿no?-preguntó.
-¿A dónde? ¿Qué está ocurriendo?
-Tenemos que ir a la ciudad. Rápido-respondió sin aliento.
Continuamos la carrera hasta mi calle. Saqué las llaves del
coche alquilado de mi bolsillo derecho del pantalón y encaminamos hacia la
capital. Durante el trayecto María me gritó una y otra vez que acelerara. Otras
veces que frenara. Estaba totalmente fuera de sí. Y yo todavía desconocía el
por qué. El vehículo circulaba a 135 km por hora. Aún no entiendo cómo no nos
estampamos fuera de la calzada.
Nos encontrábamos a 20 kilómetros de la ciudad cuando un
conejo apareció de la nada y cruzó la carretera. María chilló, yo frené en
seco, el coche patinó y se detuvo repentinamente en el carril contrario.
Respiré hondo.
-¿Te has dado cuenta de lo que acaba de ocurrir?-preguntó
ella extasiada.
-Sí. Ha hecho amago de volcar-respondí con la mirada
perdida. Me mantuve abstraído unos segundos.
En ese momento cruzaban por mi
mente decenas y decenas de reflexiones. Una de ellas era la imagen de Alicia.
Se había ido unos días atrás y desde entonces no había pensado en ella. Se
había esfumado de mi vida. Por fin.
-Vamos por favor.
-Continúo hacia delante si me dices lo que ha pasado. Si no,
vuelvo al pueblo-avisé. Necesitaba que me lo dijera ya. Estaba agobiado por un motivo
que aún no conocía.
-Me ha llamado mi compañero de la asociación. Alguien ha
entrado y ha soltado a todos los perros. Se han escapado. Además, me ha contado
que ha llegado uno nuevo esta noche. No me ha querido decir como está. Pero
debe de ser horrible-mientras me lo explicaba, arranqué.
-Tranquila. En un momento llegamos-cogí sus manos con la mía
derecha. Le temblaba todo el cuerpo. Esos animales podían estar en cualquier
parte del monte. Otra vez, abandonados. Sin comida que comer. Sin cariño que recibir.
Vagando por entre los árboles. Luchando para sobrevivir.
Después de unos minutos llegamos a La Caseta. Todas las correas estaban desatadas y los refugios donde
descansaban destrozados. Alguien había entrado y lo había destrozado todo. No
se me ocurría quién había sido capaz de cometer un acto tan atroz. Eran las dos
de la mañana y la noche iba a ser muy larga.
María y su compañero salieron a buscarlos. Mientras, acudí
al veterinario que se había despertado tan sólo para ver cómo se encontraba el
nuevo perro. Entré y lo observé. Las pocas ganas que tenía de seguir despierto disminuyeron
todavía más. No distinguía cuál era su raza. Su posición era anormal. El pobre
era completamente deforme. Las patas traseras no las podía estirar y no le
habían crecido lo suficiente. Todo el cuerpo se sostenía sobre las delanteras.
La cabeza la tenía ladeada hacia la derecha y ligeramente entornada hacia el
suelo. La cola reposaba bajo su tronco y no podía moverla. Además, sus
extremidades no iban acordes con su tórax. Era desproporcionado.
-¿Qué…qué le ha ocurrido?-pregunté casi sin poder enlazar
las palabras.
-No le ha ocurrido nada-respondió el veterinario fríamente
sin expresar lo que sentía en aquel momento.
-¿Entonces?-no podía parar de mirar al perro. Estaba
“sentado” en la camilla sin apenas moverse. Cuando lo intentaba arrastraba todo
su pequeño y deformado cuerpo a la vez. Apenas sabía caminar.
-Mira-se giró y señaló una jaula de pájaros que había en el
suelo. Su tamaño era el de una jaula típica para canarios o jilgueros. La parte
de arriba se unía en forma de cúpula.
-No entiendo lo que me quieres decir.
-Joder Juan. El perro ha vivido toda su vida en ella. Hoy ha
sido el primer día que ha salido.
-¡¿Cómo?!-grité desconcertado-Pe…pero, ¿lleva desde que
nació ahí dentro?
-Eso nos han dicho-respondió apoyando sus manos en la
camilla mientras varias de sus lágrimas
caían al vacío.
-¿Cuántos años tiene?
-No lo sé exactamente. Es difícil calcularlo en el estado en
el que se encuentra. Pero más o menos, yo diría que unos tres. Ha vivido todos
y cada uno de los días de sus tres años en la jaula.