sábado, 13 de abril de 2013

Sufrimiento Animal. Capítulo 6



La noche más larga

María recibió una llamada. Descolgó el teléfono móvil. Tan sólo pude escuchar: “dime” y después de unos segundos su rostro cambió por completo. Dijo: “oh Dios mío. Voy corriendo”. Su expresión se modificó repentinamente y la preocupación se coronó en ese momento como su sentimiento principal.

-Acompáñame, por favor-dijo con mucho nerviosismo después de guardar el celular. Sin preguntar qué ocurría, cogí su mano derecha y rápidamente abandonamos el bar.

Ella corría y corría. Como podía, claro. Llevaba unos tacones enormes. Y yo no entendía nada. Le preguntaba qué era lo que pasaba y no me respondía. Estaba totalmente concentrada en no pisar mal y caer al suelo. Se dirigía hacia mi casa.

-Vamos en tu coche, ¿no?-preguntó.
-¿A dónde? ¿Qué está ocurriendo?
-Tenemos que ir a la ciudad. Rápido-respondió sin aliento.

Continuamos la carrera hasta mi calle. Saqué las llaves del coche alquilado de mi bolsillo derecho del pantalón y encaminamos hacia la capital. Durante el trayecto María me gritó una y otra vez que acelerara. Otras veces que frenara. Estaba totalmente fuera de sí. Y yo todavía desconocía el por qué. El vehículo circulaba a 135 km por hora. Aún no entiendo cómo no nos estampamos fuera de la calzada.

Nos encontrábamos a 20 kilómetros de la ciudad cuando un conejo apareció de la nada y cruzó la carretera. María chilló, yo frené en seco, el coche patinó y se detuvo repentinamente en el carril contrario. Respiré hondo.

-¿Te has dado cuenta de lo que acaba de ocurrir?-preguntó ella extasiada.
-Sí. Ha hecho amago de volcar-respondí con la mirada perdida. Me mantuve abstraído unos segundos.

En ese momento cruzaban por mi mente decenas y decenas de reflexiones. Una de ellas era la imagen de Alicia. Se había ido unos días atrás y desde entonces no había pensado en ella. Se había esfumado de mi vida. Por fin.

-Vamos por favor.
-Continúo hacia delante si me dices lo que ha pasado. Si no, vuelvo al pueblo-avisé. Necesitaba que me lo dijera ya. Estaba agobiado por un motivo que aún no conocía.
-Me ha llamado mi compañero de la asociación. Alguien ha entrado y ha soltado a todos los perros. Se han escapado. Además, me ha contado que ha llegado uno nuevo esta noche. No me ha querido decir como está. Pero debe de ser horrible-mientras me lo explicaba, arranqué.
-Tranquila. En un momento llegamos-cogí sus manos con la mía derecha. Le temblaba todo el cuerpo. Esos animales podían estar en cualquier parte del monte. Otra vez, abandonados. Sin comida que comer. Sin cariño que recibir. Vagando por entre los árboles. Luchando para sobrevivir.

Después de unos minutos llegamos a La Caseta. Todas las correas estaban desatadas y los refugios donde descansaban destrozados. Alguien había entrado y lo había destrozado todo. No se me ocurría quién había sido capaz de cometer un acto tan atroz. Eran las dos de la mañana y la noche iba a ser muy larga.

María y su compañero salieron a buscarlos. Mientras, acudí al veterinario que se había despertado tan sólo para ver cómo se encontraba el nuevo perro. Entré y lo observé. Las pocas ganas que tenía de seguir despierto disminuyeron todavía más. No distinguía cuál era su raza. Su posición era anormal. El pobre era completamente deforme. Las patas traseras no las podía estirar y no le habían crecido lo suficiente. Todo el cuerpo se sostenía sobre las delanteras. La cabeza la tenía ladeada hacia la derecha y ligeramente entornada hacia el suelo. La cola reposaba bajo su tronco y no podía moverla. Además, sus extremidades no iban acordes con su tórax. Era desproporcionado.

-¿Qué…qué le ha ocurrido?-pregunté casi sin poder enlazar las palabras.
-No le ha ocurrido nada-respondió el veterinario fríamente sin expresar lo que sentía en aquel momento.
-¿Entonces?-no podía parar de mirar al perro. Estaba “sentado” en la camilla sin apenas moverse. Cuando lo intentaba arrastraba todo su pequeño y deformado cuerpo a la vez. Apenas sabía caminar.
-Mira-se giró y señaló una jaula de pájaros que había en el suelo. Su tamaño era el de una jaula típica para canarios o jilgueros. La parte de arriba se unía en forma de cúpula.
-No entiendo lo que me quieres decir.
-Joder Juan. El perro ha vivido toda su vida en ella. Hoy ha sido el primer día que ha salido.
-¡¿Cómo?!-grité desconcertado-Pe…pero, ¿lleva desde que nació ahí dentro?
-Eso nos han dicho-respondió apoyando sus manos en la camilla mientras varias  de sus lágrimas caían al vacío.
-¿Cuántos años tiene?
-No lo sé exactamente. Es difícil calcularlo en el estado en el que se encuentra. Pero más o menos, yo diría que unos tres. Ha vivido todos y cada uno de los días de sus tres años en la jaula.

martes, 9 de abril de 2013

Sufrimiento Animal. Capítulo especial (Segunda parte)




Los sueños, ¿sueños son? (Parte 2)


“Lo que sí que evitó que diera otro paso fue un ladrido cercano. Un ladrido de Veintidós.

Volví a gritar.

-¡Veintidós! ¡Ven aquí ahora mismo!

Volvió a ladrar.

-¡Veintidós!
Me acerqué al lugar desde el que los emitía. Escuché un disparo y sus lloros. Corrí hacia allí. La carrera estaba siendo eterna. Parecía no acabar nunca. Llegué. La vi tum…”

De repente me desperté. Eran las 8 de la mañana y tan sólo llevaba durmiendo dos horas. Había tenido una de las peores pesadillas de toda mi vida. Volví a dormir. El sueño continuó.

“Llegué. La vi tumbada sobre la hierba. Cuando me observó, ambos empezamos a llorar. Del cuello brotaba un chorro de sangre. Aquella escena me estaba pareciendo la más aterradora que había tenido la desgracia de vivir. Intentó mover la pata derecha posterior, pero sus escasas fuerzas se lo impidieron.

Solté la correa del Akita y rápidamente saqué un pañuelo de seda del bolsillo izquierdo del pantalón. Intenté taponar la herida del disparo con él. La cogí en brazos y, con el otro perro atado en mi muñeca derecha, bajé al pueblo. Veintidós todavía respiraba.

El trayecto fue eterno. Caminando por la calzada me fijaba que ésta, cada vez se alargaba más. Las pocas personas que permanecían en las aceras me miraban, pero ninguna me ayudaba. De hecho, en algunas de ellas pude oler un sentimiento de satisfacción al ver mis lágrimas derramarse al suelo. Al ver la impotencia que corría por mis venas. Al ver cómo un ser tan perfecto como ella luchaba entre la vida y la muerte. Entre el día y la noche. Entre el sol y la nada. Entre la luz y la oscuridad. En ese momento no sabía quién ganaría. Pero mi amor por ella me convencía de que el alma de Veintidós no se me escaparía.

Entré en el primer bar que encontré. Tan sólo había cuatro personas. Todos ellos hombres de más de 50 años. Me miraron. Uno de ellos se levantó de su asiento y se marchó. Los otros tres cesaron su atención sobre mí y continuaron charlando. Me acerqué a la barra.

-Por favor. Necesito ayuda. Han disparado a mi perra y está perdiendo mucha sangre. Ayúdeme por favor-supliqué llorando al camarero.
-No se permiten animales en este local-respondió sin mirarme.
-¿Qué? ¿Cómo?-pregunté sin creerme lo que me había dicho.
-Váyase fuera, por favor. En la puerta hay un cartel de ‘Prohibido perros’. No haga que llame a la policía-contestó impasible.

En ese momento sentí como si alguien desconocido hundiera su puño sobre mi pecho y me arrancara cruelmente el corazón para después freírlo y repartirlo a los tres inútiles que bebían cerveza y discutían acaloradamente sobre quién es el mejor jugador de fútbol del mundo. Escupí sobre la cara del barman y salí de aquella tasca nauseabunda.

Veintidós respiraba. Cada latido de su corazón para mí era una bocanada de aire. Sabía que si dependía de la gente del pueblo me ahogaría, así que acudí a mi casa para coger el teléfono y llamar al veterinario.

-¿Sí?-preguntó con voz cansada.
-Perdona. Soy Juan. Necesito tu ayuda. Han disparado a Veintidós en el monte. Necesito que vengas o que me digas qué tengo que hacer para salvarla-respondí llorando.
-No puedo ayudarte-colgó.

Me quedé observando el móv…”

Volví a despertar. Era mediodía, así que me levanté. Por desgracia, la pesadilla continuaría amargándome muchas noches…

domingo, 7 de abril de 2013

Sufrimiento Animal. Capítulo especial



Los sueños, ¿sueños son? (Parte 1)


“Caminaba por el monte. Caminaba con Veintidós y el Akita. Ambos corrían de felicidad. El sol todavía brillaba. Aunque con menos fuerza que hacía unos minutos. De un momento a otro desaparecería entre las copas de los pinos de la montaña.

Yo vestía con ropa apropiada para la ocasión. Aunque llevábamos andando desde por la mañana, todavía permanecía en un estado casi perfecto de limpieza. Al contrario que mis dos perros. Se habían restregado contra heces de vaca y el olor que desprendían era nauseabundo.

Poco a poco nos acercábamos al inicio del pueblo. La carretera era el típico camino de tierra por donde apenas viajan vehículos. Pero que de repente aparecen tres o cuatro a toda velocidad. Así fue. Se presentó sin avisar un trío de autocares a unos 100 km por hora. Veintidós, sin haberse percatado de ellos, vio un gato al otro lado de la calzada y en cuestión de dos segundos se lanzó hacia él. Los coches frenaron en seco en ese mismo instante y por escasos dos metros no atropellaron a mi galga. Inmediatamente pedí perdón a los conductores y reñí a la perra. El corazón me fue a mil por hora.

Cinco minutos después, todavía por aquella zona, Veintidós desapareció. La busqué con el Akita por todas partes. La preocupación era inmensa. La perra no volvía y la noche comenzaba a  apagar el sol  encendiendo las estrellas en el cielo. Apenas veía lo que tenía a mí alrededor. Daba un paso. Gritaba su nombre. Daba otro paso. Volvía a gritar y el can que tenía junto a mí ladraba. En mi interior pensaba que estaba llamando a Veintidós para que volviera. Pero no nos escuchaba.

Una hora después continuábamos con la búsqueda. No quería cesar en ella. Pero en aquel instante, mi mente caminó libremente y llegó a la conclusión de que podía haber vuelto a casa y que ahora nos estaría esperando en la puerta. Mis piernas adoptaron la misma opinión y comenzaron a caminar sin que  yo pudiera evitarlo. Lo que sí que evitó que diera otro paso fue un ladrido cercano. Un ladrido de Veintidós.

Volví a gritar.

-¡Veintidós! ¡Ven aquí ahora mismo!

Volvió a ladrar.

-¡Veintidós!

Me acerqué al lugar desde el que los emitía. Escuché un disparo y sus lloros. Corrí hacia allí. La carrera estaba siendo eterna. Parecía no acabar nunca. Llegué. La vi tum…”

De repente me desperté. Eran las 8 de la mañana y tan sólo llevaba durmiendo dos horas. Había tenido una de las peores pesadillas de toda mi vida. Posteriormente me dormí y el sueño continuó. Por desgracia, más adelante en el tiempo cobraría sentido…