domingo, 7 de abril de 2013

Sufrimiento Animal. Capítulo especial



Los sueños, ¿sueños son? (Parte 1)


“Caminaba por el monte. Caminaba con Veintidós y el Akita. Ambos corrían de felicidad. El sol todavía brillaba. Aunque con menos fuerza que hacía unos minutos. De un momento a otro desaparecería entre las copas de los pinos de la montaña.

Yo vestía con ropa apropiada para la ocasión. Aunque llevábamos andando desde por la mañana, todavía permanecía en un estado casi perfecto de limpieza. Al contrario que mis dos perros. Se habían restregado contra heces de vaca y el olor que desprendían era nauseabundo.

Poco a poco nos acercábamos al inicio del pueblo. La carretera era el típico camino de tierra por donde apenas viajan vehículos. Pero que de repente aparecen tres o cuatro a toda velocidad. Así fue. Se presentó sin avisar un trío de autocares a unos 100 km por hora. Veintidós, sin haberse percatado de ellos, vio un gato al otro lado de la calzada y en cuestión de dos segundos se lanzó hacia él. Los coches frenaron en seco en ese mismo instante y por escasos dos metros no atropellaron a mi galga. Inmediatamente pedí perdón a los conductores y reñí a la perra. El corazón me fue a mil por hora.

Cinco minutos después, todavía por aquella zona, Veintidós desapareció. La busqué con el Akita por todas partes. La preocupación era inmensa. La perra no volvía y la noche comenzaba a  apagar el sol  encendiendo las estrellas en el cielo. Apenas veía lo que tenía a mí alrededor. Daba un paso. Gritaba su nombre. Daba otro paso. Volvía a gritar y el can que tenía junto a mí ladraba. En mi interior pensaba que estaba llamando a Veintidós para que volviera. Pero no nos escuchaba.

Una hora después continuábamos con la búsqueda. No quería cesar en ella. Pero en aquel instante, mi mente caminó libremente y llegó a la conclusión de que podía haber vuelto a casa y que ahora nos estaría esperando en la puerta. Mis piernas adoptaron la misma opinión y comenzaron a caminar sin que  yo pudiera evitarlo. Lo que sí que evitó que diera otro paso fue un ladrido cercano. Un ladrido de Veintidós.

Volví a gritar.

-¡Veintidós! ¡Ven aquí ahora mismo!

Volvió a ladrar.

-¡Veintidós!

Me acerqué al lugar desde el que los emitía. Escuché un disparo y sus lloros. Corrí hacia allí. La carrera estaba siendo eterna. Parecía no acabar nunca. Llegué. La vi tum…”

De repente me desperté. Eran las 8 de la mañana y tan sólo llevaba durmiendo dos horas. Había tenido una de las peores pesadillas de toda mi vida. Posteriormente me dormí y el sueño continuó. Por desgracia, más adelante en el tiempo cobraría sentido…

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