Los sueños, ¿sueños son? (Parte 2)
“Lo que sí que evitó
que diera otro paso fue un ladrido cercano. Un ladrido de Veintidós.
-¡Veintidós! ¡Ven aquí
ahora mismo!
Volvió a ladrar.
-¡Veintidós!
Me acerqué al lugar
desde el que los emitía. Escuché un disparo y sus lloros. Corrí hacia allí. La
carrera estaba siendo eterna. Parecía no acabar nunca. Llegué. La vi tum…”
De repente me desperté. Eran las 8 de la mañana y tan sólo
llevaba durmiendo dos horas. Había tenido una de las peores pesadillas de toda
mi vida. Volví a dormir. El sueño continuó.
“Llegué. La vi tumbada
sobre la hierba. Cuando me observó, ambos empezamos a llorar. Del cuello
brotaba un chorro de sangre. Aquella escena me estaba pareciendo la más
aterradora que había tenido la desgracia de vivir. Intentó mover la pata
derecha posterior, pero sus escasas fuerzas se lo impidieron.
Solté la correa del
Akita y rápidamente saqué un pañuelo de seda del bolsillo izquierdo del
pantalón. Intenté taponar la herida del disparo con él. La cogí en brazos y,
con el otro perro atado en mi muñeca derecha, bajé al pueblo. Veintidós todavía
respiraba.
El trayecto fue
eterno. Caminando por la calzada me fijaba que ésta, cada vez se alargaba más.
Las pocas personas que permanecían en las aceras me miraban, pero ninguna me
ayudaba. De hecho, en algunas de ellas pude oler un sentimiento de satisfacción
al ver mis lágrimas derramarse al suelo. Al ver la impotencia que corría por
mis venas. Al ver cómo un ser tan perfecto como ella luchaba entre la vida y la
muerte. Entre el día y la noche. Entre el sol y la nada. Entre la luz y la
oscuridad. En ese momento no sabía quién ganaría. Pero mi amor por ella me
convencía de que el alma de Veintidós no se me escaparía.
Entré en el primer bar
que encontré. Tan sólo había cuatro personas. Todos ellos hombres de más de 50
años. Me miraron. Uno de ellos se levantó de su asiento y se marchó. Los otros
tres cesaron su atención sobre mí y continuaron charlando. Me acerqué a la
barra.
-Por favor. Necesito
ayuda. Han disparado a mi perra y está perdiendo mucha sangre. Ayúdeme por
favor-supliqué llorando al camarero.
-No se permiten
animales en este local-respondió sin mirarme.
-¿Qué? ¿Cómo?-pregunté
sin creerme lo que me había dicho.
-Váyase fuera, por
favor. En la puerta hay un cartel de ‘Prohibido perros’. No haga que llame a la
policía-contestó impasible.
En ese momento sentí
como si alguien desconocido hundiera su puño sobre mi pecho y me arrancara
cruelmente el corazón para después freírlo y repartirlo a los tres inútiles que
bebían cerveza y discutían acaloradamente sobre quién es el mejor jugador de
fútbol del mundo. Escupí sobre la cara del barman y salí de aquella tasca
nauseabunda.
Veintidós respiraba.
Cada latido de su corazón para mí era una bocanada de aire. Sabía que si
dependía de la gente del pueblo me ahogaría, así que acudí a mi casa para coger
el teléfono y llamar al veterinario.
-¿Sí?-preguntó con voz
cansada.
-Perdona. Soy Juan.
Necesito tu ayuda. Han disparado a Veintidós en el monte. Necesito que vengas o
que me digas qué tengo que hacer para salvarla-respondí llorando.
-No puedo
ayudarte-colgó.
Me quedé observando el
móv…”
Volví a despertar. Era mediodía, así que me levanté. Por
desgracia, la pesadilla continuaría amargándome muchas noches…
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