martes, 9 de abril de 2013

Sufrimiento Animal. Capítulo especial (Segunda parte)




Los sueños, ¿sueños son? (Parte 2)


“Lo que sí que evitó que diera otro paso fue un ladrido cercano. Un ladrido de Veintidós.

Volví a gritar.

-¡Veintidós! ¡Ven aquí ahora mismo!

Volvió a ladrar.

-¡Veintidós!
Me acerqué al lugar desde el que los emitía. Escuché un disparo y sus lloros. Corrí hacia allí. La carrera estaba siendo eterna. Parecía no acabar nunca. Llegué. La vi tum…”

De repente me desperté. Eran las 8 de la mañana y tan sólo llevaba durmiendo dos horas. Había tenido una de las peores pesadillas de toda mi vida. Volví a dormir. El sueño continuó.

“Llegué. La vi tumbada sobre la hierba. Cuando me observó, ambos empezamos a llorar. Del cuello brotaba un chorro de sangre. Aquella escena me estaba pareciendo la más aterradora que había tenido la desgracia de vivir. Intentó mover la pata derecha posterior, pero sus escasas fuerzas se lo impidieron.

Solté la correa del Akita y rápidamente saqué un pañuelo de seda del bolsillo izquierdo del pantalón. Intenté taponar la herida del disparo con él. La cogí en brazos y, con el otro perro atado en mi muñeca derecha, bajé al pueblo. Veintidós todavía respiraba.

El trayecto fue eterno. Caminando por la calzada me fijaba que ésta, cada vez se alargaba más. Las pocas personas que permanecían en las aceras me miraban, pero ninguna me ayudaba. De hecho, en algunas de ellas pude oler un sentimiento de satisfacción al ver mis lágrimas derramarse al suelo. Al ver la impotencia que corría por mis venas. Al ver cómo un ser tan perfecto como ella luchaba entre la vida y la muerte. Entre el día y la noche. Entre el sol y la nada. Entre la luz y la oscuridad. En ese momento no sabía quién ganaría. Pero mi amor por ella me convencía de que el alma de Veintidós no se me escaparía.

Entré en el primer bar que encontré. Tan sólo había cuatro personas. Todos ellos hombres de más de 50 años. Me miraron. Uno de ellos se levantó de su asiento y se marchó. Los otros tres cesaron su atención sobre mí y continuaron charlando. Me acerqué a la barra.

-Por favor. Necesito ayuda. Han disparado a mi perra y está perdiendo mucha sangre. Ayúdeme por favor-supliqué llorando al camarero.
-No se permiten animales en este local-respondió sin mirarme.
-¿Qué? ¿Cómo?-pregunté sin creerme lo que me había dicho.
-Váyase fuera, por favor. En la puerta hay un cartel de ‘Prohibido perros’. No haga que llame a la policía-contestó impasible.

En ese momento sentí como si alguien desconocido hundiera su puño sobre mi pecho y me arrancara cruelmente el corazón para después freírlo y repartirlo a los tres inútiles que bebían cerveza y discutían acaloradamente sobre quién es el mejor jugador de fútbol del mundo. Escupí sobre la cara del barman y salí de aquella tasca nauseabunda.

Veintidós respiraba. Cada latido de su corazón para mí era una bocanada de aire. Sabía que si dependía de la gente del pueblo me ahogaría, así que acudí a mi casa para coger el teléfono y llamar al veterinario.

-¿Sí?-preguntó con voz cansada.
-Perdona. Soy Juan. Necesito tu ayuda. Han disparado a Veintidós en el monte. Necesito que vengas o que me digas qué tengo que hacer para salvarla-respondí llorando.
-No puedo ayudarte-colgó.

Me quedé observando el móv…”

Volví a despertar. Era mediodía, así que me levanté. Por desgracia, la pesadilla continuaría amargándome muchas noches…

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