martes, 22 de abril de 2014

El escritor frustrado. Parte 2

Las palabras escritas no se las lleva el viento

Suena el despertador. Es 24 de marzo. Abro las cortinas de mi habitación. “Hoy es el día”, me digo a mí mismo. Y en efecto. Inmediatamente miro mi móvil y veo que alguien me está llamando. Es Pedro.

-¿Dígame?-pregunto entusiasmado.
-Enhorabuena. Impresionante. En un mes estará a la venta.
Mi teléfono cae al suelo. Comienzo a gritar y a saltar por toda la casa. Lo he conseguido. Voy a poder pagar mis atrasos. Y lo que es más importante. Voy a ser famoso.

El sol se ha ocultado ya entre las montañas. Estoy en una terraza tomándome un gin tonic. Esta noche pienso arrasar. Voy a ir de bar en bar. Y voy a embriagarme como nunca lo había hecho antes. Decido llamar a alguien para que me acompañe. Miro la agenda de mi Smartphone. ¿A quién puedo invitar? El primer nombre que aparece es Alberto, un amigo de la universidad. La última vez que le vi fue hace dos meses. Tomamos un café. Abro el WhatsApp y le envío un mensaje. A pesar de que está conectado no me contesta. Lo mismo ocurre con los siguientes 30 contactos. “Puedo disfrutar yo solo”, me convenzo. Termino mi copa y me traslado en taxi a un bar cercano. Con la soledad a mis espaldas.

Es un nuevo día. El gran astro y la alegría me reciben con los brazos abiertos. Hace un mes que mi libro salió a la venta. Pedro me acaba de llamar para confirmarme que, desde hace dos semanas, es el más vendido en España. Un best-seller como Dios manda. Qué orgulloso me siento. En pocas horas tengo mi primera firma de autógrafos. Así que será mejor que me prepare.

Un Mercedes Benz Clase CL se detiene en frente de mí. Un hombre muy elegante abre su puerta y me invita a entrar. La editorial está tan contenta con mis resultados que me proporciona todo tipo de lujos. Y eso que estamos en crisis. Pero sé que me lo merezco.

El vehículo da unas cuantas vueltas y aparca ante un gran centro comercial. Desciendo del automóvil y Pedro me acoge con un profundo abrazo. Caminamos hasta el interior y me fijo en la enorme cola que me espera. Qué horror. Estaré horas firmando libros. Pero mi autoestima aumenta cuando los lectores me corresponden con un aplauso enorme. Intento mostrar amabilidad. Sonrío. Por fin reconocen mi trabajo.

Una hora después, una mujer de mediana edad llega hasta la mesita. Es su turno.

-¿A quién se lo dedico?-pregunto curvando mis labios.
-A Petra-contesta ella. Parece extranjera. Rusa, probablemente.
Abro su libro. Hay una carta en su interior. La cojo. Estiro el brazo y se la doy.
-No. Es mía. Para usted. Se la he dedicado-su mirada comienza a extrañarme. Hay algo en ella que no consigo entender. Muestra una mezcla de amabilidad y odio. ¿Hacia mí? Lo dudo. Abro el sobre y despliego el folio. Comienzo a leer. Unas palabras bastan para conocer por qué expresa esos sentimientos en su rostro. Me ha denunciado por plagio. Es la escritora del libro que copié. En el fondo sabía que llegaría este día. Pero no quería aceptarlo. Ese pensamiento lo había guardado en una caja en mi interior. Y había fundido la llave para que no apareciera. Está claro que no recibió los grados de temperatura necesarios. Inconscientemente, me levanto. Estiro mi chaqueta elegante para que me llegue a la cintura. Estoy bloqueado. No sé hablar en este preciso instante.
-Señoras y señores-la mujer se gira y comienza a hablar a las personas que permanecían ahí-Este hombre os ha estafado. Ha copiado uno de los libros que no llegué a publicar. No sé cómo lo habrá encontrado. Pero su conciencia le ha permitido venir hoy aquí, a continuar con su mentira-un murmullo se convierte en el protagonista de la sala.

Una joven de unos 15 años me mira intensamente. Se acerca.

-¿Es verdad lo que dice?-me pregunta inocentemente. Callo. No pronuncio ni una palabra. La adolescente no retira su vista de mis ojos. Una lágrima cae por su rostro. Lo que provoca que la acción se repita en el mío. Arroja su libro contra el suelo y abandona la estancia llorando. Mi dignidad acaba de esfumarse. Y mi corazón acaba de dejar de latir. No lograré salir de esta. Jamás.

¿FIN?

El escritor frustrado. Parte 1

Las palabras escritas se las lleva el viento

Invierno. Mi estación favorita. En la calle llueve. Y el frío congela hasta los pensamientos de las personas más inteligentes. Yo sé que lo soy. Pero ni si quiera las temperaturas heladas consiguen paralizar mis neuronas. Soy listo. No hace falta que nadie me lo diga. Aunque quizá lo sea demasiado. El éxito aún no me ha llegado. De todo el mundo es sabido que las mentes más brillantes son las que menos suerte suelen tener. Yo soy de esos. Una pena. Pero deseo tanto que la gente me reconozca cuando camino... Que se quieran sacar una foto con su ídolo... Que las mujeres más bellas me pidan mi número de teléfono… Algún día llegará. Lo sé.

Estoy muy nervioso. Mi amigo Pedro me llamará de un momento a otro. Envié a su editorial el último libro que he escrito. Se titula ‘La hoja que brotó del árbol fallecido’. Puede que sea demasiado profundo y sentimental. Pero sé que se va a comercializar. Y que voy a ganar millones de euros. Sueño con una casa en Miami con vistas a la playa. Con mujeres de medidas perfectas sirviéndome la bebida. Se me ponen los pelos de punta solo de pensarlo. Un momento. Estoy oyendo un ruido. Es mi móvil. Sí. Es Pedro.

-¿Dígame?-pregunto nervioso.
-Hola Juan. Soy Pedro-responde él amable y contento. Tengo un muy buen presentimiento.
-¿Qué tal? ¿Todo bien?-la curvatura de mis labios es cada vez más visible.
-Sí. Todo bien. Escucha… Tengo malas noticias. He estado leyendo ‘La hoja que brotó del árbol fallecido’ y… Lo siento. Siendo sinceros, no creo que se vaya a vender. Y tal y como está el mercado no me voy a arriesgar. La empresa flaquea. Y no sabemos que nos depara el futuro. Lo siento-pronuncia con un cambio de tono evidente.
-Vale. No pasa nada. Tranquilo. Lo entiendo. Ya hablamos en otro momento-cuelgo. Una rabia inmensa sacude todo mi interior hasta que empotro el móvil contra la pared. De repente, mi vida se desmorona. No entiendo lo que ocurre. Tengo un don para la escritura. Pero no consigo el éxito que quiero.

El reloj marca las 12 de la noche. Para mí, la mejor hora para coger el ordenador y darle a las teclas. Aunque hoy estoy muy tradicional. Así que me siento en la mesa con un lápiz y un papel para que las palabras comiencen a salir solas. Quiero escribir sobre lo injusta que es la sociedad. Me arrimo al folio. Poso la punta del lapicero sobre él. Nada. “Qué raro”, me digo a mí mismo. Ni una letra si quiera. Sigo pensando. Creo que ya me viene algo…

“Sociedad injusta
Sociedad vacía
Sociedad que me elimina
Como ser…”

-¡¿Qué narices es esto?!-grito desesperado-No sé continuarlo…
Me levanto de la silla. Camino hasta la cocina e inmediatamente vuelvo al lugar origen. Así continuamente durante casi media hora. Entonces me detengo. La cabeza me va a explotar. Me siento en el sofá.
-¿Ahora qué hago?

Probablemente, mi único defecto sea que me exijo demasiado. En algunos momentos puede ser una ventaja. Pero en este instante está claro que es un inconveniente. Si fuera conformista me iría a dormir y pensaría que la inspiración llamaría a mi puerta nada más despertarme. Gracias a Dios, como no soy así, decido ver una serie en el ordenador hasta que la motivación llegue a mi mente y a mis dedos, ambos ágiles cual galgo.

La alarma del móvil suena muy cercana a mi oído. Intento despegar mis párpados. No lo consigo. Segundos más tarde, repito la acción. Esta vez lo logro. Cojo el teléfono y apago el sonido cruel y horroroso. Miro la hora. Las 10.00h. “Me he dormido”, pienso. Ayer no conseguí redactar ni una sola palabra. “Creo que tengo que empezar a preocuparme”.

Media hora después, desayunado y duchado, abro la puerta de mi casa y me dirijo a realizar varios recados. Antes de abandonar el portal, saco una llave minúscula del bolsillo y abro el buzón. Hay varias cartas. Facturas, más facturas y una última del banco. De repente me acuerdo. Y mis manos empiezan a temblar. Rápidamente rasgo la parte posterior y despliego el papel. Solo leo una palabra. Lo que sirve para que el folio, mi dignidad y mi autoestima caigan al suelo en bloque, provocando un surco de varios metros de profundidad entre las baldosas marrones.

-Desahucio. No, eso sí que no-murmuro preocupado. Rescato la carta. Reviso todas y cada una de las letras que conforman cada sílaba, cada frase, cada párrafo. El banco me avisa de que si este mes no pago, “procederemos a embargar su vivienda y sus enseres”. Durante la próxima media hora, decenas de insultos, cientos de palabrotas y unas cuantas blasfemias son los protagonistas de mi léxico. Tengo que conseguir dinero. Fácil y rápido. Pero, ¿cómo? Lo único que sé hacer bien es escribir… Mi mundo se desmorona. Mi mundo perfecto. Aunque si lo pienso, puede que no fuera tan perfecto…

Ya es de noche. Me he pasado el día entero maldiciendo a todo aquel que me cruzaba por la calle. “Mira a ese qué jersey lleva, por favor”. “¿Y ese pelo? ¿En serio?”. “Otro perro-flauta. Nos invaden”. Mis piernas están inmóviles sobre la mesita que descansa delante de la televisión. Soy incapaz de moverlas. Giro la cabeza. Veo mi móvil a mi derecha escondido entre los cojines del sofá. Lo desbloqueo y veo dos llamadas perdidas de mi madre. ¿Y si le pido dinero a ella? No creo que esté por la labor… Pienso en mi padre. Él tampoco. Pasan los minutos y mi mirada se pierde en la inmensidad del espacio-tiempo. Observo mi hogar. No es demasiado grande. Aunque la pequeñez no le caracteriza. Es bonito. Lo decoré yo hace casi cinco años. Muebles de Ikea, por supuesto. Pero lo más valioso que tengo es un cuadro que reposa sobre mi cama. En su interior hay un texto escrito y firmado por el mismísimo Miguel Delibes. Se trata de un fragmento de ‘La sombra del ciprés es alargada’. Original, por supuesto. Y de un valor incalculable. Eso sí que no se lo van a llevar.

Pasan las horas y mi mente continúa bloqueada. De repente, mis neuronas vuelven a conectar. Está claro que necesito un milagro. ¿Y si copiara alguna obra maestra disimuladamente? Mi motivación vuelve a hacer gala. Me levanto del sofá, cojo el ordenador y comienzo mi búsqueda. Solo tengo que ser hábil para que no se aprecie el plagio. Y, por supuesto, hace 30 años nací con esa destreza.

Las dos semanas siguientes transcurren lentas y pausadas. Apenas salgo de casa. Tan solo para cumplir con mi estricta alimentación. Me ducho en contadas ocasiones y no enciendo la tele salvo para ver algún que otro programa de debate. El reloj anuncia las 12 del mediodía y el calendario marca el 20 de marzo. Hoy empieza la primavera. Y estoy seguro de que también comienza en mi vida.

Dejo la computadora y entro en el baño para asearme. Me preparo y me acerco a una reprografía cercana a la editorial de mi amigo Pedro. Imprimo nada más y nada menos que 367 folios. Es mi obra de arte. La conciencia no me reconcome. Me siento orgulloso de lo que he hecho. He plagiado un libro. Pero no hay ningún sentimiento en mi interior de rechazo. Todo lo contrario.

-Tengo algo para ti-aviso a Pedro mientras entro en su despacho.
-Dime. ¿Estás bien? No tienes buena cara-me interroga preocupado.
-Estoy bien. Aunque he trabajado como nunca. Mira lo que te traigo. Vas a caer rendido a mis pies. Y vas a querer publicarlo mañana mismo-digo con mi autoestima por las nubes.

-Bueno. Lo leeré. La semana que viene te daré mi veredicto-afirma con desgana.

Próximamente, el desenlace.