lunes, 31 de diciembre de 2012

No todas las Nocheviejas son alegres.


Ayer al mediodía salí al supermercado. El de mi barrio estaba cerrado por lo que acudí rápidamente al del distrito contiguo. Lo encontré abierto y me compré unos espaguetis precocinados. No tenía ganas de cocinar. Cuando abandoné la tienda cargando con la bolsa, vi a una mujer sentada en un banco charlando con un hombre. El rostro de la chica era familiar, tenía la sensación de que era conocida. Poco a poco, y disimulando, me acerqué al lugar donde reposaban. Parecían cansados. Mientras caminaba, él rodeó su largo brazo por el cuello de la joven. Ésta giró la cabeza para encontrarse con su mirada. Se aproximaron el uno al otro y sus labios chocaron intensamente. Parecía que iban a salir chispa de un momento a otro y que golpearían contra mí. Cuando el beso finalizó  me di cuenta de por qué me sonaba ella. Se trataba de mi novia. Mi novia estaba besándose con otro hombre, y parecía feliz. Sonreía. Sonreía como nunca lo había hecho. Ni en nuestros mejores momentos.

Continué caminando. No sabía qué hacer. Por una parte, brotaba en mi interior un sentimiento de ira. Por otra, brotaba una sensación de compasión, de tristeza. No tenía constancia de que fuera tan infeliz conmigo. Improvisé. Durante los dos pasos que di a continuación miles de pensamientos inundaron mi mente. ¿Cómo iba a vivir sin ella? ¿Qué iba a ser de mí? ¿A quién me abrazaría cada noche? ¿A quién daría los buenos días con un beso? De repente, me detuve.

Estaba a escasos metros. Podía ver a Natalia a la perfección y comenzaba a vislumbrar el perfil del chico. Era mi mejor amigo. Contuve mis fuerzas de propinarle un puñetazo en la cara. Visualicé un banco anterior al que descansaban ellos. Examiné el asiento y cuando confirmé que no podían verme, me senté. Miré al frente y a lo largo de dos minutos estuve mirando los coches transitar por las vías de la ciudad. Era Nochevieja y el espíritu del nuevo año se sentía en las calles. La ilusión de comenzar una nueva etapa, nuevos proyectos, nuevos sentimientos, etcétera. Sobre todo se notaba el ambiente festivo que respirarían los jóvenes y no tan jóvenes esa noche. Pero, ¿yo qué tenía? Iba a acudir a una cena con mi madre y su nuevo novio. Iba a ir a un cotillón con mis amigos al que no quería asistir. Iba a ver a Natalia. Me negué rotundamente y deseché la idea de estar con mis camaradas. Tan solo sufriría la cena. En silencio, por supuesto.

Tras tantos pensamientos en tan pocos minutos, mis piernas decidieron actuar solas y me levanté inconscientemente. Pasé a su lado sin mirar. Ella me observó y rápidamente se acercó. “Hola cariño”, me dijo. Al escuchar esa palabra mi mente vagó por viejos recuerdos. Cuando nos conocimos, cuando nos besamos por primera vez y cuando perdimos la virginidad. Habían sido 6 años increíbles pero parecía que todo había cambiado y que atravesábamos unos minutos de prórroga a punto de finalizar. “No me llames eso, por favor”, contesté. Me miró fijamente. No dijo una palabra. Unas lágrimas comenzaron a descender por todo su rostro. No quería ver aquella situación, por lo que me despedí y la observé unos segundos. “Feliz año. Espero que todo te vaya bien en el 2013”, terminé. Ella me respondió con un escueto “igualmente”. Continué mi camino dándole la espalda. Llorando. Llorando como si se acabara el mundo.

sábado, 29 de diciembre de 2012

29 de Junio.


La mañana del 29 de Junio me levanté como otro día cualquiera. Era verano, vacaciones, calor, playa... Sin embargo, me desperté escuchando unos sollozos. Salí de mi habitación y recibí una trágica noticia entre lágrimas. En aquel instante, todos mis muros cayeron y me hundí en un pozo del que era muy difícil salir. Me senté en el sofá meditando. Todavía no me lo creía. Pero escasos minutos después, la información comenzó a fluir por mi cerebro provocando una repentina y poco esperada depresión. Varias lágrimas empezaron a caer desde las cuencas de mis ojos hasta mi barbilla. Entonces, la tormenta se desató y una llorera sin precedente (como cuando un niño de 5 años se cae del columpio mientras juega) apareció en mi rostro. Poco a poco, fui asimilando la noticia y el llanto, en vez de desaparecer, se fue incrementando muy a mi pesar.

Ese día Luna se fue. Un coche la atropelló y no consiguió sobrevivir. Desde entonces, cada día me acuerdo de ella. Cada día echo de menos sus ladridos, su felicidad, su agradecimiento por el cariño que le otorgábamos, su protección a Lara, sus lloros cuando veía gatos y no podía cazarlos, sus carreras por el parque, sus escapadas en el monte, sus ojos de perro abandonado, todo.

En el 2007 la vi perdida en mi pueblo. Pensé que su dueño la estaría buscando pero, al no aparecer éste, deduje que había sido abandonada. Estaba prácticamente anoréxica y un mar de heridas y de dolor ocupaba gran parte de su piel. Un día, decidimos adoptarla para ofrecerle la vida que se merecía. Al no encontrarla buscamos por todas partes. Había desaparecido. Una asociación protectora la había recogido para evitar el trágico final que se le avecinaba: apenas comía, era invierno en un pueblo a más de 1000 metros de altitud, nieve, temperaturas bajo cero... Así que el día 4 de enero de 2008 emprendimos nuestro camino a Soria y la recogimos. 

Desde aquel día te colmamos de cariño y de caprichos. Eras la perra más feliz del mundo. Sin embargo, el 29 de Junio nos fuiste arrebatada. El destino quiso que, con alrededor de 7 años de edad, terminara tu ciclo aquí. El 29 de Junio hubo un cambio. Un cambio en nuestras vidas y un cambio en tu vida. Porque nosotros continuamos aquí, sin ti. Y ese día tú empezaste algo nuevo, una nueva existencia. Sé que estás con nosotros cada día. Sé lo mucho que nos quieres y lo mucho que nos apoyas, algo que conoces a la perfección que es recíproco. 

Luna, ten claro que no te fuiste. Ten claro que sigues aquí.


jueves, 20 de diciembre de 2012

Tiempos modernos. Capítulo 11. Último de la 1ª temporada


Caminos cruzados. Parte 1

Teresa había recurrido a la prostitución para llegar a final de mes y poder pagar la hipoteca, si no, el desahucio no tardaría en producirse. La primera noche, le tocó un cliente un poco problemático. Se trataba de Antonio Pérez, un político sin ningún escrúpulo. Teresa terminó el que ahora era su trabajo y se dispuso a abandonar el hostal donde había sucedido todo. Giró la manilla pero la puerta no se abrió. En ese momento se percató de que estaba cerrada con llave.

-¿Puedes abrir?-preguntó.
-¿Te quieres ir ya?-dijo Antonio con tono sombrío.
-Sí. Me esperan en casa.

Antonio cogió su chaqueta, se la puso e inmediatamente sacó una pistola. Apuntó a Teresa.

-Yo creo que no te deberías de ir. Después de tanto tiempo por fin te he encontrado.
Teresa se quedó inmóvil. No sabía qué hacer. Pensó en salir corriendo pero, viendo lo que estaba pasando, imaginó que no tendría ningún problema en disparar al instante. No había otra salida, así que optó por el diálogo tranquilo y sumiso.
-¿Cómo? ¿Quién eres?-preguntó disimulando su nerviosismo.
-¿No sabes quién soy?-la superioridad de Antonio iba en aumento. Creía que Teresa se iba a arrodillar ante él suplicando por su vida.
-No. No lo sé. Estoy un poco perdida ahora mismo-cada vez estaba más tranquila. Poco a poco veía como él iba adoptando una posición de incomodidad.

Con la pistola en mano, y sin dejar de apuntar a Teresa, fue rodeando la habitación hasta llegar al ventanal. Cerró las cortinas. De repente alguien llamó a la puerta. Los dos permanecieron en silencio sin moverse hasta que él decidió dar el primer paso.

-¿Quién es?-nadie respondió. Antonio se acercó a la entrada de la habitación, sacó la llave y abrió. Miró a los lados del pasillo. Ni un alma. Cerró la puerta, se giró y vio a Teresa alzando una de las mesillas que había al lado de la cama. No pudo reaccionar y golpeó en su cara. Cayó al suelo.
Sin mirar atrás, ella salió de la habitación. Bajó las escaleras corriendo y llegó a recepción. El recepcionista le detuvo inmediatamente.
-¿Has pagado?
-Lo siento, pero tengo que irme urgentemente. Te pagará el hombre que ha venido conmigo-respondió nerviosa y agitada. Éste asintió.

Teresa abrió la puerta del hostal y se marchó. Descubrió que no había casas, ni civilización. Tan solo veía la carretera, una vía secundaria en muy mal estado. En el aparcamiento no había un solo coche. “¿Qué voy a hacer?”, pensó mientras se sentaba en el bordillo, y Antonio apareció.

Le agarró el cuello con las dos manos. Teresa se negó a ser ahogada y con su codo le asestó un golpe en los testículos. Antonio cayó al suelo aturdido y ella huyó. Empezó a correr como nunca lo había hecho. No se había dado cuenta pero la temperatura era de 0 grados y en cualquier momento nevaría. Era una típica noche cerrada de diciembre.

Se apresuró siguiendo la carretera y en pocos segundos descubrió que Antonio le perseguía. Se metió en el bosque que rodeaba la calzada para que éste no le alcanzara y se perdió entre los árboles. Siguió corriendo. Llegó a unos matorrales muy densos y decidió esconderse hasta que llegaran los primeros rayos de sol de la mañana del día 16. En ese instante, los primeros copos de nieve del invierno empezaron a caer.



Natalia había descubierto que Enrique había sido una de las personas que habían traicionado a su marido. Había conseguido que Mario acabara en la cárcel. Tras conseguir que Enrique abandonara su casa, ella hizo las maletas para marcharse con su hijo. Tenía miedo de Enrique y, éste, volvió mientras ella llamaba a la policía.

-¿Natalia? ¿Estás ahí? Me he dejado mi cartera-dijo detrás de la puerta. “¿Cuándo la ha sacado?”, pensó ella.

Observó la mesa que había entre el sofá y la televisión. Ahí estaba. Una cartera marrón cuadrada. Colgó el teléfono. Lentamente se acercó y la cogió. Vio que dentro estaban todas las identificaciones de Enrique. Su DNI, su tarjeta de crédito, una foto de unos ancianos que parecían ser sus padres, dos billetes de 10€ y, junto a ellos, un papel con algo escrito. Lo sacó y lo leyó. Su expresión cambió por completo. Una sensación de terror invadió todo su cuerpo. Sus piernas fallaron y se desmoronó en el sofá. El trozo de folio cayó al suelo lentamente.

-No, no puede ser-dijo horrorizada:

Que no huya. Haz que crea que eres de los suyos, que no le vas a hacer nada. Y si ocurre algo, llévatela. Secuéstrala. Y amenázale con matar a su hermana. Para entonces, la tendré conmigo.
Antonio.
-¿Tengo una hermana? ¿Ellos saben quién es?- rompió a llorar. José apareció.
-¿Qué ocurre mamá?-preguntó preocupado.
-Nada cariño, nada-tras terminar de lagrimear, decidió organizar un plan. Segundos después, se levantó, cogió la cartera y abrió la puerta.
-¿Por qué has tardado tanto?-interrogó Enrique extrañado.
-Me iba a meter a la ducha, lo siento-respondió algo aturdida.
.¿Te ocurre algo?
-Claro. Mi marido está en la cárcel-de repente se dio cuenta de lo que había hecho anteriormente. Había fingido una llamada de teléfono de la comisaría diciendo que mañana Mario sería puesto en libertad.
-Natalia, ¿no me has dicho antes que mañana lo soltaban?-Enrique empezaba a darse cuenta de que ella conocía la verdad.
-Sí. Pero hasta entonces seguirá allí. Y estoy nerviosa-notó que ella mentía.
-¿Puedo pasar?-preguntó Enrique amablemente.
-¿Quieres algo?-dijo ella entornando la puerta de tal manera que sobresaliera tan solo su rostro.
-Sí. Te quiero a ti-en ese instante pegó una patada al portón. Dio en la nariz de Natalia y ésta empezó a sangrar por ella. Cayó al suelo y no pudo levantarse. Enrique agarró sus brazos y le arrastró por todo el pasillo. Ella se balanceó para ser soltada pero le pegó una patada en la cabeza. Se desmayó.
Abrió los ojos. Estaba atada a una silla sin poder moverse. En la boca tenía una cinta que le impedía hablar. La habitación era muy lúgubre, ni un solo mueble y con las paredes pintadas de gris. En el suelo había ratas y el olor era irrespirable. Tras unos segundos de recomposición, miró al frente y vio a una persona en las mismas circunstancias que ella. Sin embargo, tenía la cabeza cubierta con un pasamontañas y una manta tapaba todo su cuerpo. No se distinguía si era hombre o mujer. No se movía. Antonio entró por la puerta.

-Buenos días Natalia-se miraron fijamente. Ella adoptó una posición de enfado mientras él reía- ¿Quieres saber quién está detrás de este pasamontañas?- no hubo respuesta.

Antonio se acercó a la persona desconocida. Agarró el gorro que cubría su cabeza y se lo quitó. Natalia cambió su expresión por completo. No pudo evitar exteriorizar sorpresa horror. Empezó a gritar.

FIN DE LA PRIMERA TEMPORADA

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Tiempos modernos. Capítulo 10. Penúltimo de la 1ª temporada


 Mario y Natalia. Parte 2

-En la carta ponía que él sabe quien ha sido el que ha falseado las pruebas-afirmó Enrique mientras cogía las manos de Natalia y las protegía con las suyas.

-Sí.

-Natalia, yo también lo sé. Por eso estoy hoy aquí.

Ella lo miró fijamente a los ojos. No podía parar de pensar en que probablemente el culpable de que Mario estuviera en la cárcel fuera alguien de su alrededor. De repente bajó la mirada y descubrió que Enrique tenía la pistola reglamentaria en su cintura. Un mar de pensamientos inundó su mente. ¿Era él? ¿Había ido para secuestrarla o matarla? Una indecisión le llevó a idear algún plan inmediato.

Cogió una taza llena de café. Se la tiró sobre el pantalón y la chaqueta disimuladamente. Enrique creyó que había ocurrido sin querer.

-Oh. Lo siento muchísimo. Te traigo un trapo para que te limpies-afirmó Natalia disgustada mientras se levantaba del sofá. Él agarró su brazo y ella se detuvo en ese instante intentando transformar su horror en extrañeza.

-No-negó-ya voy yo al baño. No hace falta que me acompañes. Sé donde está-sonrió y se marchó al servicio. Cuando salió del salón, Natalia acudió rápidamente a la mesa donde se encontraba la carta. Cogió el papel y lo releyó. Descubrió que ponía algo detrás.

P.D.
No te fíes de nadie. DE NADIE. Creo que hay más gente implicada. Si alguien va a casa, sea quien sea, no abras la puerta por favor. Podríais estar en peligro.

En ese mismo instante Natalia se acordó de José. Con tanta emoción y miedo se había olvidado por completo de él. Fue corriendo a su dormitorio donde se encontraba jugando. Abrió la puerta con pánico extremo pero, ahí estaba él. Jugando con una alfombra en la que había una ciudad dibujada. Había varios coches de juguete sobre ella.

-Cariño, ¿estás bien?-preguntó preocupada. Lo cogió en brazos y le dio un beso en la mejilla.

-Sí mamá-él siguió entreteniéndose con el vehículo de plástico.

Natalia salió de la habitación con José entre sus extremidades superiores. Caminó por el pasillo lenta y sigilosamente dejando a un lado el baño en el que permanecía todavía Enrique. Segundos más tarde, escuchó el sonido inconfundible de la cisterna. “Mierda”, se dijo a sí misma. Corrió y volvió al sofá, esta vez con su hijo. José se sentó sobre sus piernas. No podía huir. No sabía si Enrique estaba untado y, si lo estaba, no quería llamar la atención y que él se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo. De repente, un plan llegó a su mente. Dejó a su hijo sentado en el suelo y cogió el móvil de su bolsillo. Era un Samsung Galaxy S II negro. Buscó el número del teléfono fijo de su casa y llamó. A su izquierda había una mesilla con el auricular. Guardó su terminal a la vez que descolgaba el de su casa. Enrique se aproximaba por detrás con paso ligero ininterrumpido.

-No me lo puedo creer. ¿En serio? ¡Es fantástico!-exclamó Natalia con el auricular del teléfono pegado a su oreja izquierda-Mañana estaré allí a primera hora-Colgó.

-¿Qué ocurre? ¿Quién era?-preguntó Enrique sentándose en el sofá. Sonrió al ver a José jugando en el suelo.

-Era de la comisaría. ¡Mañana van a soltar a Mario!-gritó llena de felicidad.

Al escuchar eso, Enrique cambió por completo la expresión de su rostro. Durante 4 segundos su cara denotaba una lucha entre rabia, tristeza y alegría. Claramente esta última resultaba  muy forzada y Natalia lo observó todo en primera persona. Su pensamiento fue: “sácalo de aquí como puedas”. Gracias a su improvisado plan había calado por completo a Enrique y había descubierto que, probablemente, había traicionado al que era uno de sus mejores amigos.

-Me alegro un montón-forzó él. Se estaba exigiendo a sí mismo exteriorizar emociones positivas por la inminente vuelta de Mario-Me tengo que ir-afirmó después. Natalia se asombró. Eso le había pillado por sorpresa.

-¿No te quedas a merendar?-“que diga que no, que diga que no por favor”, pensó ella.

-No, no. Lo siento. Pero es que tengo que hacer muchas cosas. Estoy de trabajo hasta arriba-respondió él. Ella asintió con la cabeza y lo acompañó hasta la puerta de entrada.

-Muchas gracias por haber venido. Ha sido de gran ayuda-dijo ella mientras le daba un abrazo.

-De nada. Para eso estamos los amigos-“sí. Para traicionar al que es casi como tu hermano”.

Enrique salió y ella cerró la puerta. Pegó su ojo a la mirilla y vio como cogía su teléfono móvil. Llamó a alguien mientras entraba en el ascensor. “¿A quién estará llamando?”, meditó. Una intensa sensación de curiosidad invadió su cuerpo. Cerró los ojos durante unos segundos y fue al salón.

-Cariño, nos tenemos que ir de aquí. Rápido-marchó a su dormitorio. Cogió una maleta mediana que había debajo de su cama. Metió varias camisetas, alguna falda, tres pantalones, dos pares de zapatos, dos chaquetas, mudas limpias para más de una semana, toda la ropa de su hijo, cepillo y pasta de dientes, champú y un secador. Rápidamente, con su hijo en brazos y con la maleta en la otra mano, volvió a la puerta de entrada. Escuchó el ascensor, así que acercó su ojo derecho a la mirilla. Enrique estaba saliendo de éste y se dirigía rápidamente a su casa. Llamó al timbre. Parecía la persona más normal del mundo.

Mientras tanto, Natalia permanecía inmóvil. Poco a poco empezó a deshacer el camino recorrido sin hacer el menor ruido. Obligó a José a no decir ni una palabra, y lo dejó con todo el equipaje en la cocina. Enrique volvió a llamar al timbre y ella fue al salón. Marcó el número de la policía.

-¿Natalia? ¿Estás ahí? Me he dejado mi cartera-dijo detrás de la puerta. “¿Cuándo la ha sacado?”, pensó ella.

Observó la mesa que había entre el sofá y la televisión. Ahí estaba. Una cartera marrón cuadrada. Colgó el teléfono. Lentamente se acercó y la cogió. Vio que dentro estabntodas las identificaciones de Enrique. Su DNI, su tarjeta de crédito, una foto de unos ancianos que parecían ser sus padres, dos billetes de 10€ y, junto a ellos, un papel con algo escrito. Lo sacó y lo leyó. Su expresión cambió por completo. Una sensación de terror invadió todo su cuerpo. Sus piernas le fallaron y se desmoronó en el sofá. El trozo de folio cayó al suelo lentamente.

-No, no puede ser-dijo horrorizada.
CONTINUARÁ...

lunes, 10 de diciembre de 2012

Tiempos modernos. Capítulo 9


Mario y Natalia. Parte 1
2011
-Cariño, tenemos que decirte algo tu padre y yo-dijo Manuela mientras se sentaba en el sofá de casa de su hija Natalia.

-Decidme.

-Creemos-prosiguió su padre-que no fuiste adoptada por nosotros-Natalia levantó las cejas sorprendida.

-¿Qué?-no entendía lo que estaba ocurriendo. Sus padres le habían acogido justo cuando acababa de nacer.

-Nos dijeron que era cerrada. No conocimos a tus padres. Supusimos que no podrían mantenerte y que era mejor así. Pero, por lo que está ocurriendo últimamente, creemos que nos mintieron-respondió Manuela.

-No entiendo lo que me queréis decir.

-Cariño…-continuó su padre.

-No-le cortó Manuela-déjame a mí. Natalia, la persona que se encargó del trámite de la adopción y todo, fue la monja que está venga a salir en las noticias.

-¿La de los bebés robados?-una expresión de horror y sufrimiento invadió  el rostro de Natalia.
-Sí-respondieron los dos a la vez.

2012
Natalia era una mujer de 29 años de pelo castaño muy largo y algo ondulado. Su piel morena conseguía que sus ojos verdes resaltaran por encima de todo. Su mayor afición eran las muñecas de porcelana. Todas las estanterías de la casa estaban repletas de ellas. Llevaba 5 años coleccionándolas y las quería casi más que a José, su único hijo. Éste tenía 4 años y era igual que su madre, pero en versión masculina. Su padre, Mario, tenía un año más que su mujer. Su cabello era castaño y un poco rizado. Tenía los ojos bastante oscuros con un tono marrón. Era muy avispado y estaba profundamente enamorado de Natalia. Se habían conocido en el 2008 y pocos meses después ya estaban casados, viviendo juntos y con un bebé en camino. Pero en el 2012, todo se torció.

Natalia se encontraba llorando en su habitación. Estaba tumbada en la cama con varios clínex usados tirados en el suelo. En la mesilla de noche había una fotografía enmarcada. Salían ella y su marido el día que se conocieron. Cogió la imagen y la apretó contra su pecho. Su hijo entró repentinamente.

-Mamá. ¿Dónde está papá?-preguntó José mientras se subía a la cama.

Natalia se incorporó, dejó la foto en su sitio y cogió a su hijo en brazos.

-Está trabajando-respondió intentando mantener las lágrimas-Volverá dentro de poco.

-¿Por qué lloras?-continuó José al mismo tiempo que secaba el rostro de Natalia con sus manos.

-Corre. Vete a jugar.

Su dormitorio era el de un matrimonio de clase media. Los muebles no eran ni baratos ni caros, pero daba la sensación de que no les costaba en absoluto llegar a final de mes. La casa en total medía unos 120 metros cuadrados y, Natalia, presumía de ella en todas las visitas. La última había sido la de unos amigos de Mario de la comisaría. Aquel día por la mañana, Enrique Alonso llamó al timbre.

Enrique era un colega de Mario que también trabajaba con él en la jefatura de policía. Siempre vestía un poco desaliñado y cada año que pasaba, una porción más de barriga sobresalía por encima de su cinturón. La crisis le había afectado de forma extrema y todos los problemas familiares que atravesaba le estaban cobrando una factura terrible.

-Hola, Enrique-saludó Natalia cabizbaja mientras abría la puerta.

-Natalia, cariño. ¿Qué tal estás?-preguntó mientras entraba.

-Mal. Estoy muy mal. Te has enterado ya, ¿no?-respondió abrazándolo.

-Sí. Lo lamento mucho.

-Ven, que te preparo algo de tomar y te cuento.

Natalia fue a la cocina y Enrique se sentó en el sofá del salón. Estaba todo muy ordenado. El sofá estaba en el centro de la habitación. Justo en frente había un televisor de plasma. A la izquierda de éste una gran selección de películas ordenadas conforme a la fecha, arriba permanecían las más antiguas y abajo las más novedosas. A la derecha, temporadas y temporadas de las series más reconocidas de los últimos años. Entre ellas se observaban: Perdidos, Friends, Como conocí a vuestra madre, Fringe, The Walking Dead, etcétera. Enrique estaba fascinado. De repente se dio cuenta de una carta que descansaba sobre la mesa que había junto a la ventana, a la derecha del sofá. Se levantó y confirmó que Natalia continuaba preparando café en la cocina. Después, se acercó a la mesa y leyó el papel:

Cariño,
No te preocupes. Todo va a salir bien, te lo prometo. Todas mis acusaciones son totalmente falsas y tú lo sabes perfectamente. Sé quien ha falseado todas las pruebas. Intentaré demostrarlo.
Cuida de José, por favor. Si te pregunta por mí dile que estoy trabajando.
Te quiero, Mario.

Natalia apareció por sorpresa y Enrique se asustó.

-¿Pasa algo?-preguntó Natalia extrañada.

-No, no. Solo estaba leyendo esta carta-respondió un poco nervioso.

-Me la dejó Mario antes de que viniera la policía y lo detuviera-dijo ella mientras dejaba la bandeja en la mesa que había entre el sofá y el televisor. Los dos se sentaron. Ella cruzó las piernas y miró fijamente a Enrique. Por la cara con la que había entrado, sabía que traía malas noticias.

-Natalia, a tu marido le han acusado de evasión de impuestos-dijo con rostro muy serio.

 -¿¡Cómo!?-hubo unos segundos de silencio- No lo entiendo. Hemos pagado siempre religiosamente.- Natalia rompió a llorar.

-En la carta ponía que él sabe quien ha sido el que ha falseado las pruebas-afirmó él mientras cogía sus manos y las protegía con las suyas.

-Sí.

-Natalia, yo también lo sé. Por eso estoy hoy aquí.

CONTINUARÁ