martes, 11 de marzo de 2014

Lo inolvidable se ha olvidado

"Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida, aunque antes, las gotas de lluvia no existían. El sol brillaba con sus inolvidables rayos. Penetraban en el interior de los bosques. Iluminaban cada hoja, cada insecto, cada roca, cada flor. No había rincón que no recibiera sus caricias. Y en la ciudad, las gentes caminaban alegres, rebosantes de felicidad. Ni una sola tristeza afloraba en sus corazones. Sin embargo, una nube apareció en el cielo.
Los transeúntes se extrañaron. Nunca antes habían visto algo así. Empezaron a correr por las calles. A resguardarse en sus hogares. A cerrar todos sus portones. Y a tapar los ventanales. Pero nada ocurrió. Pausadamente abandonaron sus escondites. Y retomaron sus andanzas personales. Eso sí, sin dejar de vigilar al gran desconocido que ocupaba lo eterno y lo casi inalcanzable.

Los días pasaban y la nube se acercaba al astro por excelencia. Hasta que una mañana oscura y triste, el sol desapareció. Desapareció para siempre. Lo que trajo destrucción a la ciudad. Lentamente, las casas fueron derruyéndose y los animales muriendo. Los columpios se quedaron sin ningún travieso que riera sobre ellos. Las oficinas comenzaron a cerrar sus puertas. Las plantas y las flores iniciaron entre gritos y lágrimas su eterno descanso. Nunca más volverían a disfrutar de la belleza de sus compañeras. Tan solo perduraron las malas hierbas. Habían nacido para ocupar los verdes campos. Después de tanto tiempo, lo habían conseguido.

Ahora escribo esto desde mi ventana. La que será mi última carta. Solo veo devastación. El viento arrecia. Y la lluvia cae mansa, pero también salvaje. Quedamos muy pocos en la ciudad. De hecho, hace semanas que no escucho ruido en la calle. Ni el motor de un coche. Ni la voz de un ser humano. Las luces de las farolas parpadean sin cesar. Muchas de ellas se han apagado para siempre. Jamás volverán a recibir electricidad. Y la niebla acaba de concebir su aparición. Solo pido piedad. Las estrellas no se ven desde hace una eternidad. Y deseo acariciarlas una vez más.
Cada segundo que transcurre pienso en que no dolerá. Y que por su rapidez se caracterizará. La nada lo ha invadido todo. Ya no hay marcha atrás.

No sé cuándo será mi turno. Pero en cualquier momento puede llegar. Una enfermedad ha ocupado lo que ya es un suburbio, sin ningún tipo de caridad. Una enfermedad que se ceba con los más débiles y que aún no se puede curar. Va ocupando lentamente cada lugar. Y obliga a la capital del Recuerdo a olvidar.

Espero que los poblados de alrededor estén intactos. Llevamos años incomunicados. No tenemos relación con el resto del mundo. Y no somos capaces de salir de este infierno…

Un momento. La lluvia aumenta. Las gotas están arreciando en el exterior. No puedo distinguir la calle. Mi hogar está empezando a tambalearse. Las rachas de viento son aún mayores. Creo que esto es el final. Después de tantas primaveras así… Añoro los rayos de sol. La temperatura agradable. Y la felicidad que nos rodeaba. Soy incapaz de olvidarlo.


Aunque ahora, lo inolvidable se ha olvidado. Hasta siempre”.