Nueva vida
El cielo era de un color increíblemente azul. Tan sólo se
visualizaban dos nubes a lo lejos. El termómetro del interior de mi Renault
alquilado marcaba 25 grados, una temperatura muy agradable de la que no me
había fijado cuando acababa de encontrar a la galga. Desde dentro veía como una
brisa intermitente acariciaba la superficie de las hojas de los árboles. A
pesar del trágico suceso, se trataba de un buen día de final de verano.
Tras unos 20 kilómetros recorridos, mi esposa llamó a mi teléfono
móvil. Sin apenas apartar la vista de la calzada descolgué con el sistema de manos libres.
-Juan, ¿por dónde vas?
-Cariño estoy yendo a Soria.
-¿Cómo?-se sorprendió Alicia.
-Me he encontrado por el camino a un perro ahorcado. Lo
estoy llevando con una asociación a un veterinario.
-Pero, ¿cuándo marchas a Bilbao entonces?
-Cuando termine.
-¿Me estás ocultando algo?-preguntó nerviosa.
-¿Cómo? ¿Qué dices?
-Estamos pasando una mala racha y me dices de repente que te
vas allí. Es normal que piense así.
-¿Te recuerdo por qué estamos pasando una mala racha?-hubo
un silencio. No respondió. Sus pensamientos quedaron apresados en una caja fuerte de la que, probablemente, ella misma se olvidaría de su contraseña. Sin decir una sola palabra colgué. Alicia y yo
atravesábamos una crisis demasiado grave. Una crisis que se acentuaría en los
días siguientes…
Por fin, tras cuarenta y cinco minutos de travesía llegamos
a nuestro destino. Con mucho cuidado, cogí a la galga entre mis brazos y, entre
quejidos, conseguí entrar en la clínica y reposar su cuerpo sobre la camilla. El lugar era como cualquiera. A la derecha y a la izquierda descansaban sacos de pienso, pósters, juguetes para animales y un sinfín de productos. Al fondo y en el centro de la habitación estaba el mostrador. Tras él, una puerta llevaba a la sala de reconocimiento donde reposaba la perra.
-Ha tenido mucha suerte-comentó el veterinario tras unos
minutos de revisión.
-¿Va a sobrevivir?-preguntó Álex muy preocupado. Llevaba un
buen rato mordiéndose las uñas de la mano derecha. Me había fijado que las de
la izquierda las tenía intactas.
-Por supuesto. No le ha causado ningún daño. Pero pocos
segundos más y la pobre no estaría aquí ahora mismo-respondió-Parece que ha
tenido cachorros.
-Eso creemos. Álex vio a un galgo de entre uno y dos meses.
Pero ya estaba muerto-dijo María.
-Claro. Ya estaba muerto porque alguien no lo había rescatado-declaró Álex con el ceño
fruncido y mirándome de reojo. Me quedé sorprendido. Parecía que no le gustaba
mi presencia. Pero había salvado a la pobre perra y el estrés me había impedido
observar lo que había a mi alrededor. Me sentía muy culpable y el amigo de
María conseguía que mi conciencia me apresara entre la espada y la pared.
-Bueno, eso no importa. Lo que importa es que ella se
recupere-contestó el veterinario-Dejádmela aquí y mañana venid a buscarla.
Tengo que hacerle unas pruebas y cerciorarme de que se encuentra perfectamente.
-Está bien. Pero, una duda. ¿Cuánto dinero va a
costar?-preguntó María.
-Espera un momento-se marchó y tras unos segundos volvió con
un bolígrafo y un papel. Escribió una cifra en él y me lo enseñó a mí y a la
chica. Álex agachó la cabeza para no mirar-Esto.
María negó con la cabeza. Unas lágrimas empezaron a recorrer
todo su rostro hasta llegar a la barbilla provocando su caída hasta el
suelo de la clínica. El otro chico de la protectora se tapó los ojos apoyando
los codos sobre la mesilla de reconocimiento en la que descansaba la galga. Yo
me quedé sorprendido y no articulé palabra alguna.
-Lo siento. La clínica está muy mal. Apenas viene la gente
ya. Hay días que sólo venís vosotros trayendo a perros que os habéis
encontrado. No puedo hacer otra cosa. Lo siento-se lamentó el veterinario.
-No podemos afrontar esos pagos. Estamos a 22 de agosto y no
nos queda un solo € para el resto del mes. Tenemos pendientes varias
operaciones de otros animales. Estamos hasta arriba. Cada día más gente los
abandona. Nos encontramos a decenas de perros perdidos por los pueblos.
Anoréxicos, con problemas en el pelaje, con patas rotas, algunos incluso
ciegos. Muchos de ellos tienen pánico a los seres humanos. Han pasado un infierno.
Han recibido golpes, atropellos y un larguísimo etcétera de calamidades
inmerecidas. Son seres vivos que sienten y padecen. Tan sólo buscan amor y
compañía. Alguien que les quiera y les cuide. Entonces ellos corresponderán. Y
lo peor de todo es que en España no hay una legislación que castigue a los que
cometen barbaridades como la que se ha encontrado este chico por la mañana. ¡Un
galgo ahorcándose! Y a unos metros su cría de un mes. La persona o las personas
que han hecho eso deberían de permanecer en la cárcel un tiempo no precisamente
corto-de repente María se detuvo y miró fijamente los ojos de la galga. Se dio
cuenta de que a su vez ésta la estaba observando intensamente- ¿Cómo alguien
puede hacer daño a un perro así? Con lo preciosa y lo buena que tiene que ser
en sus mejores momentos. Lo siento pero, yo ya no puedo más. ‘La Caseta’ no puede hacer frente a esta
factura. Álex y yo estamos pasando por unas dificultades económicas extremas.
Lo siento.
El discurso de María fue tan profundo, que sólo un
segundo después de que finalizara respondí:
-Yo pagaré la factura. Adoptaré a la perra-en ese momento, Álex levantó la cabeza con
satisfacción, María me observó con su mirada iluminada y el veterinario se
acercó y me abrazó. Fue tal el sentimiento que se respiraba dentro de la
clínica que no pude contener las lágrimas- Bienvenida, Veintidós-dije.