miércoles, 13 de febrero de 2013

Sufrimiento Animal: Capítulo 1


Empieza mi aventura

Corría el año 2013. Me encontraba en mi casa de verano en un cálido pueblo perdido por la provincia de Soria. Como la temporada estival ya finalizaba, realicé el primer viaje transportando a mi ciudad las maletas de mi mujer, por lo que sobre las 5 de la tarde me subí al coche y emprendí mi largo camino.

El vehículo, era un Renault Megáne rojo alquilado, ya que mi automóvil había sufrido un grave accidente gracias a la parienta, aunque nada importante. Cargué las maletas en la parte trasera, me despedí de ella con un beso en la mejilla, me monté en el asiento del conductor y comencé la travesía.

Todavía en la provincia de Soria vi de lejos algo que llamó mi atención. Observé como un hombre corría por el campo hacia su coche después de haber removido la tierra del suelo. Mi concentración se esfumó por lo que mi vehículo se dirigió hacia el carril contrario. Rápidamente giré el volante y me introduje de nuevo en mi porción reglamentaria de la calzada. Olvidé aquello tan extraño que acababa de suceder y continué hasta que pude ver lo que ocurría.

Cuando me encontraba a escasos metros de aquel lugar, vi cómo un pobre perro colgaba de una soga. Sus patas también estaban retenidas por una fracción de cuerda. Lógicamente, aceleré mi automóvil y penetré en el campo. Me bajé de él y acudí corriendo hacia el pobre animal. Durante unos segundos me planté delante del perro sin saber qué hacer. Parecía que había muerto. Pero de repente su pecho empezó a moverse y me di cuenta de que estaba respirando. Lo cogí de sus extremidades posteriores para levantarlo y para que la cuerda no continuara su horrendo cometido. Con él en brazos, saqué como pude una navaja de mi bolsillo derecho trasero, y con ella corté la soga. El can cayó sobre mí y yo me empotré de espaldas contra el suelo. Cuando pude incorporarme, observé las múltiples heridas que poseía por todo el cuerpo y la extremada delgadez que sufría. Lo cogí, lo metí en el coche, busqué desde el móvil alguna asociación protectora y llamé por teléfono. Mientras esperaba a que llegaran no pude apartar mi mirada de sus ojos.

Se trataba de un galgo, un galgo blanco. Por desgracia, su color estaba muy apagado y se le notaban absolutamente todos los huesos, sobre todo las costillas. Su pelaje era áspero y estaba muy sucio. La pata posterior izquierda sangraba y una raja cruzaba todo su muslo derecho. Decenas de heridas, unas más graves que otras, inundaban su esquelético cuerpo. Una de ellas llamó mi atención. Estaba en el cuello y expresaba un color muy diferente al resto. Parecía muy profunda y claramente era la que más le hacía sufrir. Poco después confirmé que su pata anterior derecha probablemente padecería una fractura.

Sus ojos irradiaban tristeza. Tenía la típica mirada de un perro asustado, abandonado, malherido y maltratado. Apenas se movía. Permanecía inmóvil en los asientos traseros sin alejar la vista de mí. Repentinamente, su cuerpo empezó a temblar y las pupilas se volvieron del color de su pelaje. Otra vez, mis piernas no respondieron y me quedé quieto sin saber qué hacer. Saqué mi teléfono móvil del bolsillo hasta que me dije: “¿a quién llamo?”. Obviamente si telefoneaba a un hospital humano me iban a colgar al momento. Gracias a Dios, el animal dejó de temblar y el automóvil de la protectora llegó. De él, salieron dos personas: un hombre y una mujer. El chico presentaba un rostro de cansancio extremo. Como si llevara sin dormir varios días. Vestía un chaleco  grisáceo, unos pantalones vaqueros muy sucios y viejos y unas botas de monte. Por su parte, la mujer parecía más descansada y más alegre. Llevaba exactamente la misma ropa que el hombre, pero en versión femenina. Supuse que sería el uniforme de la asociación, ya que el chaleco tenía bordado en la parte izquierda del pecho: “La Caseta” con un dibujo de varios animales.

Cuando se encontraban a escasos metros de mí, el chico se detuvo. Ella sin pararse continuó hasta llegar a mi vehículo. Me saludó, se dio la vuelta y dijo:
-Alex, ¿qué ocurre?- en ese instante, Alex empezó a correr por el campo. Ninguno de los dos sabíamos por qué lo hacía. Pero, unos 5 segundos más tarde, visualicé otra estructura de las mismas características que la del perro a 100 metros de donde nos situábamos.
-¡María! ¡Trae el botiquín!- María fue corriendo al coche, sacó del maletero un maletín blanco no demasiado grande y acudió rápidamente al lugar de los hechos.

Yo me quedé al lado del galgo por si acaso volvían los temblores. Continuaba sin moverse. Simplemente, me seguía con la mirada continuamente, todo el rato pendiente de mí.

Minutos después, Alex y María volvieron conmigo y con el perro. Por desgracia, entre sus brazos traían una mala noticia. Una muy mala noticia. Cargaban un cachorro de galgo ensangrentado y muerto.

-¿Qué ha pasado?-pregunté perplejo ante la gravedad de la situación.

El galgo era muy pequeño, tan pequeño que lo podías coger en brazos y no lo sentías. También era blanco, pero con toda la sangre que permanecía en la superficie de su piel no se podía distinguir nada más.

-Ha muerto. Tendrá entre uno y dos meses. Creemos que es su cría-respondió Alex señalando al que permanecía en mi coche. Inmediatamente, los tres escuchamos un lloriqueo que iba incrementándose poco a poco. Provenía de mi vehículo. La perra (era hembra) acababa de ver a su cachorro y lo había reconocido. Álex, María y yo nos mantuvimos sin hablar y sin movernos durante unos cuantos segundos. Mis ojos comenzaron a derramar unas cuantas lágrimas y la mujer tuvo que sentarse en el suelo para evitar el inminente desmayo debido a los últimos hechos. Después, Álex cogió una pala de su maletero, cavó un pequeño hoyo y enterró ahí a la cría. A continuación, y sin que ninguno se hubiera presentado todavía, nos subimos a nuestros respectivos automóviles y emprendimos nuestro camino hacia la capital soriana. 

2 comentarios:

  1. Ostras,me has echo estremecer de dolor.Joder que tristeza.La mama se salvo,sabes algo de ella.

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    1. No es una historia real. Por lo que sé sí que ocurren estas cosas. Pero yo no lo he vivido. ¡Me alegro de que te haya gustado!

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