lunes, 31 de diciembre de 2012

No todas las Nocheviejas son alegres.


Ayer al mediodía salí al supermercado. El de mi barrio estaba cerrado por lo que acudí rápidamente al del distrito contiguo. Lo encontré abierto y me compré unos espaguetis precocinados. No tenía ganas de cocinar. Cuando abandoné la tienda cargando con la bolsa, vi a una mujer sentada en un banco charlando con un hombre. El rostro de la chica era familiar, tenía la sensación de que era conocida. Poco a poco, y disimulando, me acerqué al lugar donde reposaban. Parecían cansados. Mientras caminaba, él rodeó su largo brazo por el cuello de la joven. Ésta giró la cabeza para encontrarse con su mirada. Se aproximaron el uno al otro y sus labios chocaron intensamente. Parecía que iban a salir chispa de un momento a otro y que golpearían contra mí. Cuando el beso finalizó  me di cuenta de por qué me sonaba ella. Se trataba de mi novia. Mi novia estaba besándose con otro hombre, y parecía feliz. Sonreía. Sonreía como nunca lo había hecho. Ni en nuestros mejores momentos.

Continué caminando. No sabía qué hacer. Por una parte, brotaba en mi interior un sentimiento de ira. Por otra, brotaba una sensación de compasión, de tristeza. No tenía constancia de que fuera tan infeliz conmigo. Improvisé. Durante los dos pasos que di a continuación miles de pensamientos inundaron mi mente. ¿Cómo iba a vivir sin ella? ¿Qué iba a ser de mí? ¿A quién me abrazaría cada noche? ¿A quién daría los buenos días con un beso? De repente, me detuve.

Estaba a escasos metros. Podía ver a Natalia a la perfección y comenzaba a vislumbrar el perfil del chico. Era mi mejor amigo. Contuve mis fuerzas de propinarle un puñetazo en la cara. Visualicé un banco anterior al que descansaban ellos. Examiné el asiento y cuando confirmé que no podían verme, me senté. Miré al frente y a lo largo de dos minutos estuve mirando los coches transitar por las vías de la ciudad. Era Nochevieja y el espíritu del nuevo año se sentía en las calles. La ilusión de comenzar una nueva etapa, nuevos proyectos, nuevos sentimientos, etcétera. Sobre todo se notaba el ambiente festivo que respirarían los jóvenes y no tan jóvenes esa noche. Pero, ¿yo qué tenía? Iba a acudir a una cena con mi madre y su nuevo novio. Iba a ir a un cotillón con mis amigos al que no quería asistir. Iba a ver a Natalia. Me negué rotundamente y deseché la idea de estar con mis camaradas. Tan solo sufriría la cena. En silencio, por supuesto.

Tras tantos pensamientos en tan pocos minutos, mis piernas decidieron actuar solas y me levanté inconscientemente. Pasé a su lado sin mirar. Ella me observó y rápidamente se acercó. “Hola cariño”, me dijo. Al escuchar esa palabra mi mente vagó por viejos recuerdos. Cuando nos conocimos, cuando nos besamos por primera vez y cuando perdimos la virginidad. Habían sido 6 años increíbles pero parecía que todo había cambiado y que atravesábamos unos minutos de prórroga a punto de finalizar. “No me llames eso, por favor”, contesté. Me miró fijamente. No dijo una palabra. Unas lágrimas comenzaron a descender por todo su rostro. No quería ver aquella situación, por lo que me despedí y la observé unos segundos. “Feliz año. Espero que todo te vaya bien en el 2013”, terminé. Ella me respondió con un escueto “igualmente”. Continué mi camino dándole la espalda. Llorando. Llorando como si se acabara el mundo.

sábado, 29 de diciembre de 2012

29 de Junio.


La mañana del 29 de Junio me levanté como otro día cualquiera. Era verano, vacaciones, calor, playa... Sin embargo, me desperté escuchando unos sollozos. Salí de mi habitación y recibí una trágica noticia entre lágrimas. En aquel instante, todos mis muros cayeron y me hundí en un pozo del que era muy difícil salir. Me senté en el sofá meditando. Todavía no me lo creía. Pero escasos minutos después, la información comenzó a fluir por mi cerebro provocando una repentina y poco esperada depresión. Varias lágrimas empezaron a caer desde las cuencas de mis ojos hasta mi barbilla. Entonces, la tormenta se desató y una llorera sin precedente (como cuando un niño de 5 años se cae del columpio mientras juega) apareció en mi rostro. Poco a poco, fui asimilando la noticia y el llanto, en vez de desaparecer, se fue incrementando muy a mi pesar.

Ese día Luna se fue. Un coche la atropelló y no consiguió sobrevivir. Desde entonces, cada día me acuerdo de ella. Cada día echo de menos sus ladridos, su felicidad, su agradecimiento por el cariño que le otorgábamos, su protección a Lara, sus lloros cuando veía gatos y no podía cazarlos, sus carreras por el parque, sus escapadas en el monte, sus ojos de perro abandonado, todo.

En el 2007 la vi perdida en mi pueblo. Pensé que su dueño la estaría buscando pero, al no aparecer éste, deduje que había sido abandonada. Estaba prácticamente anoréxica y un mar de heridas y de dolor ocupaba gran parte de su piel. Un día, decidimos adoptarla para ofrecerle la vida que se merecía. Al no encontrarla buscamos por todas partes. Había desaparecido. Una asociación protectora la había recogido para evitar el trágico final que se le avecinaba: apenas comía, era invierno en un pueblo a más de 1000 metros de altitud, nieve, temperaturas bajo cero... Así que el día 4 de enero de 2008 emprendimos nuestro camino a Soria y la recogimos. 

Desde aquel día te colmamos de cariño y de caprichos. Eras la perra más feliz del mundo. Sin embargo, el 29 de Junio nos fuiste arrebatada. El destino quiso que, con alrededor de 7 años de edad, terminara tu ciclo aquí. El 29 de Junio hubo un cambio. Un cambio en nuestras vidas y un cambio en tu vida. Porque nosotros continuamos aquí, sin ti. Y ese día tú empezaste algo nuevo, una nueva existencia. Sé que estás con nosotros cada día. Sé lo mucho que nos quieres y lo mucho que nos apoyas, algo que conoces a la perfección que es recíproco. 

Luna, ten claro que no te fuiste. Ten claro que sigues aquí.


jueves, 20 de diciembre de 2012

Tiempos modernos. Capítulo 11. Último de la 1ª temporada


Caminos cruzados. Parte 1

Teresa había recurrido a la prostitución para llegar a final de mes y poder pagar la hipoteca, si no, el desahucio no tardaría en producirse. La primera noche, le tocó un cliente un poco problemático. Se trataba de Antonio Pérez, un político sin ningún escrúpulo. Teresa terminó el que ahora era su trabajo y se dispuso a abandonar el hostal donde había sucedido todo. Giró la manilla pero la puerta no se abrió. En ese momento se percató de que estaba cerrada con llave.

-¿Puedes abrir?-preguntó.
-¿Te quieres ir ya?-dijo Antonio con tono sombrío.
-Sí. Me esperan en casa.

Antonio cogió su chaqueta, se la puso e inmediatamente sacó una pistola. Apuntó a Teresa.

-Yo creo que no te deberías de ir. Después de tanto tiempo por fin te he encontrado.
Teresa se quedó inmóvil. No sabía qué hacer. Pensó en salir corriendo pero, viendo lo que estaba pasando, imaginó que no tendría ningún problema en disparar al instante. No había otra salida, así que optó por el diálogo tranquilo y sumiso.
-¿Cómo? ¿Quién eres?-preguntó disimulando su nerviosismo.
-¿No sabes quién soy?-la superioridad de Antonio iba en aumento. Creía que Teresa se iba a arrodillar ante él suplicando por su vida.
-No. No lo sé. Estoy un poco perdida ahora mismo-cada vez estaba más tranquila. Poco a poco veía como él iba adoptando una posición de incomodidad.

Con la pistola en mano, y sin dejar de apuntar a Teresa, fue rodeando la habitación hasta llegar al ventanal. Cerró las cortinas. De repente alguien llamó a la puerta. Los dos permanecieron en silencio sin moverse hasta que él decidió dar el primer paso.

-¿Quién es?-nadie respondió. Antonio se acercó a la entrada de la habitación, sacó la llave y abrió. Miró a los lados del pasillo. Ni un alma. Cerró la puerta, se giró y vio a Teresa alzando una de las mesillas que había al lado de la cama. No pudo reaccionar y golpeó en su cara. Cayó al suelo.
Sin mirar atrás, ella salió de la habitación. Bajó las escaleras corriendo y llegó a recepción. El recepcionista le detuvo inmediatamente.
-¿Has pagado?
-Lo siento, pero tengo que irme urgentemente. Te pagará el hombre que ha venido conmigo-respondió nerviosa y agitada. Éste asintió.

Teresa abrió la puerta del hostal y se marchó. Descubrió que no había casas, ni civilización. Tan solo veía la carretera, una vía secundaria en muy mal estado. En el aparcamiento no había un solo coche. “¿Qué voy a hacer?”, pensó mientras se sentaba en el bordillo, y Antonio apareció.

Le agarró el cuello con las dos manos. Teresa se negó a ser ahogada y con su codo le asestó un golpe en los testículos. Antonio cayó al suelo aturdido y ella huyó. Empezó a correr como nunca lo había hecho. No se había dado cuenta pero la temperatura era de 0 grados y en cualquier momento nevaría. Era una típica noche cerrada de diciembre.

Se apresuró siguiendo la carretera y en pocos segundos descubrió que Antonio le perseguía. Se metió en el bosque que rodeaba la calzada para que éste no le alcanzara y se perdió entre los árboles. Siguió corriendo. Llegó a unos matorrales muy densos y decidió esconderse hasta que llegaran los primeros rayos de sol de la mañana del día 16. En ese instante, los primeros copos de nieve del invierno empezaron a caer.



Natalia había descubierto que Enrique había sido una de las personas que habían traicionado a su marido. Había conseguido que Mario acabara en la cárcel. Tras conseguir que Enrique abandonara su casa, ella hizo las maletas para marcharse con su hijo. Tenía miedo de Enrique y, éste, volvió mientras ella llamaba a la policía.

-¿Natalia? ¿Estás ahí? Me he dejado mi cartera-dijo detrás de la puerta. “¿Cuándo la ha sacado?”, pensó ella.

Observó la mesa que había entre el sofá y la televisión. Ahí estaba. Una cartera marrón cuadrada. Colgó el teléfono. Lentamente se acercó y la cogió. Vio que dentro estaban todas las identificaciones de Enrique. Su DNI, su tarjeta de crédito, una foto de unos ancianos que parecían ser sus padres, dos billetes de 10€ y, junto a ellos, un papel con algo escrito. Lo sacó y lo leyó. Su expresión cambió por completo. Una sensación de terror invadió todo su cuerpo. Sus piernas fallaron y se desmoronó en el sofá. El trozo de folio cayó al suelo lentamente.

-No, no puede ser-dijo horrorizada:

Que no huya. Haz que crea que eres de los suyos, que no le vas a hacer nada. Y si ocurre algo, llévatela. Secuéstrala. Y amenázale con matar a su hermana. Para entonces, la tendré conmigo.
Antonio.
-¿Tengo una hermana? ¿Ellos saben quién es?- rompió a llorar. José apareció.
-¿Qué ocurre mamá?-preguntó preocupado.
-Nada cariño, nada-tras terminar de lagrimear, decidió organizar un plan. Segundos después, se levantó, cogió la cartera y abrió la puerta.
-¿Por qué has tardado tanto?-interrogó Enrique extrañado.
-Me iba a meter a la ducha, lo siento-respondió algo aturdida.
.¿Te ocurre algo?
-Claro. Mi marido está en la cárcel-de repente se dio cuenta de lo que había hecho anteriormente. Había fingido una llamada de teléfono de la comisaría diciendo que mañana Mario sería puesto en libertad.
-Natalia, ¿no me has dicho antes que mañana lo soltaban?-Enrique empezaba a darse cuenta de que ella conocía la verdad.
-Sí. Pero hasta entonces seguirá allí. Y estoy nerviosa-notó que ella mentía.
-¿Puedo pasar?-preguntó Enrique amablemente.
-¿Quieres algo?-dijo ella entornando la puerta de tal manera que sobresaliera tan solo su rostro.
-Sí. Te quiero a ti-en ese instante pegó una patada al portón. Dio en la nariz de Natalia y ésta empezó a sangrar por ella. Cayó al suelo y no pudo levantarse. Enrique agarró sus brazos y le arrastró por todo el pasillo. Ella se balanceó para ser soltada pero le pegó una patada en la cabeza. Se desmayó.
Abrió los ojos. Estaba atada a una silla sin poder moverse. En la boca tenía una cinta que le impedía hablar. La habitación era muy lúgubre, ni un solo mueble y con las paredes pintadas de gris. En el suelo había ratas y el olor era irrespirable. Tras unos segundos de recomposición, miró al frente y vio a una persona en las mismas circunstancias que ella. Sin embargo, tenía la cabeza cubierta con un pasamontañas y una manta tapaba todo su cuerpo. No se distinguía si era hombre o mujer. No se movía. Antonio entró por la puerta.

-Buenos días Natalia-se miraron fijamente. Ella adoptó una posición de enfado mientras él reía- ¿Quieres saber quién está detrás de este pasamontañas?- no hubo respuesta.

Antonio se acercó a la persona desconocida. Agarró el gorro que cubría su cabeza y se lo quitó. Natalia cambió su expresión por completo. No pudo evitar exteriorizar sorpresa horror. Empezó a gritar.

FIN DE LA PRIMERA TEMPORADA

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Tiempos modernos. Capítulo 10. Penúltimo de la 1ª temporada


 Mario y Natalia. Parte 2

-En la carta ponía que él sabe quien ha sido el que ha falseado las pruebas-afirmó Enrique mientras cogía las manos de Natalia y las protegía con las suyas.

-Sí.

-Natalia, yo también lo sé. Por eso estoy hoy aquí.

Ella lo miró fijamente a los ojos. No podía parar de pensar en que probablemente el culpable de que Mario estuviera en la cárcel fuera alguien de su alrededor. De repente bajó la mirada y descubrió que Enrique tenía la pistola reglamentaria en su cintura. Un mar de pensamientos inundó su mente. ¿Era él? ¿Había ido para secuestrarla o matarla? Una indecisión le llevó a idear algún plan inmediato.

Cogió una taza llena de café. Se la tiró sobre el pantalón y la chaqueta disimuladamente. Enrique creyó que había ocurrido sin querer.

-Oh. Lo siento muchísimo. Te traigo un trapo para que te limpies-afirmó Natalia disgustada mientras se levantaba del sofá. Él agarró su brazo y ella se detuvo en ese instante intentando transformar su horror en extrañeza.

-No-negó-ya voy yo al baño. No hace falta que me acompañes. Sé donde está-sonrió y se marchó al servicio. Cuando salió del salón, Natalia acudió rápidamente a la mesa donde se encontraba la carta. Cogió el papel y lo releyó. Descubrió que ponía algo detrás.

P.D.
No te fíes de nadie. DE NADIE. Creo que hay más gente implicada. Si alguien va a casa, sea quien sea, no abras la puerta por favor. Podríais estar en peligro.

En ese mismo instante Natalia se acordó de José. Con tanta emoción y miedo se había olvidado por completo de él. Fue corriendo a su dormitorio donde se encontraba jugando. Abrió la puerta con pánico extremo pero, ahí estaba él. Jugando con una alfombra en la que había una ciudad dibujada. Había varios coches de juguete sobre ella.

-Cariño, ¿estás bien?-preguntó preocupada. Lo cogió en brazos y le dio un beso en la mejilla.

-Sí mamá-él siguió entreteniéndose con el vehículo de plástico.

Natalia salió de la habitación con José entre sus extremidades superiores. Caminó por el pasillo lenta y sigilosamente dejando a un lado el baño en el que permanecía todavía Enrique. Segundos más tarde, escuchó el sonido inconfundible de la cisterna. “Mierda”, se dijo a sí misma. Corrió y volvió al sofá, esta vez con su hijo. José se sentó sobre sus piernas. No podía huir. No sabía si Enrique estaba untado y, si lo estaba, no quería llamar la atención y que él se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo. De repente, un plan llegó a su mente. Dejó a su hijo sentado en el suelo y cogió el móvil de su bolsillo. Era un Samsung Galaxy S II negro. Buscó el número del teléfono fijo de su casa y llamó. A su izquierda había una mesilla con el auricular. Guardó su terminal a la vez que descolgaba el de su casa. Enrique se aproximaba por detrás con paso ligero ininterrumpido.

-No me lo puedo creer. ¿En serio? ¡Es fantástico!-exclamó Natalia con el auricular del teléfono pegado a su oreja izquierda-Mañana estaré allí a primera hora-Colgó.

-¿Qué ocurre? ¿Quién era?-preguntó Enrique sentándose en el sofá. Sonrió al ver a José jugando en el suelo.

-Era de la comisaría. ¡Mañana van a soltar a Mario!-gritó llena de felicidad.

Al escuchar eso, Enrique cambió por completo la expresión de su rostro. Durante 4 segundos su cara denotaba una lucha entre rabia, tristeza y alegría. Claramente esta última resultaba  muy forzada y Natalia lo observó todo en primera persona. Su pensamiento fue: “sácalo de aquí como puedas”. Gracias a su improvisado plan había calado por completo a Enrique y había descubierto que, probablemente, había traicionado al que era uno de sus mejores amigos.

-Me alegro un montón-forzó él. Se estaba exigiendo a sí mismo exteriorizar emociones positivas por la inminente vuelta de Mario-Me tengo que ir-afirmó después. Natalia se asombró. Eso le había pillado por sorpresa.

-¿No te quedas a merendar?-“que diga que no, que diga que no por favor”, pensó ella.

-No, no. Lo siento. Pero es que tengo que hacer muchas cosas. Estoy de trabajo hasta arriba-respondió él. Ella asintió con la cabeza y lo acompañó hasta la puerta de entrada.

-Muchas gracias por haber venido. Ha sido de gran ayuda-dijo ella mientras le daba un abrazo.

-De nada. Para eso estamos los amigos-“sí. Para traicionar al que es casi como tu hermano”.

Enrique salió y ella cerró la puerta. Pegó su ojo a la mirilla y vio como cogía su teléfono móvil. Llamó a alguien mientras entraba en el ascensor. “¿A quién estará llamando?”, meditó. Una intensa sensación de curiosidad invadió su cuerpo. Cerró los ojos durante unos segundos y fue al salón.

-Cariño, nos tenemos que ir de aquí. Rápido-marchó a su dormitorio. Cogió una maleta mediana que había debajo de su cama. Metió varias camisetas, alguna falda, tres pantalones, dos pares de zapatos, dos chaquetas, mudas limpias para más de una semana, toda la ropa de su hijo, cepillo y pasta de dientes, champú y un secador. Rápidamente, con su hijo en brazos y con la maleta en la otra mano, volvió a la puerta de entrada. Escuchó el ascensor, así que acercó su ojo derecho a la mirilla. Enrique estaba saliendo de éste y se dirigía rápidamente a su casa. Llamó al timbre. Parecía la persona más normal del mundo.

Mientras tanto, Natalia permanecía inmóvil. Poco a poco empezó a deshacer el camino recorrido sin hacer el menor ruido. Obligó a José a no decir ni una palabra, y lo dejó con todo el equipaje en la cocina. Enrique volvió a llamar al timbre y ella fue al salón. Marcó el número de la policía.

-¿Natalia? ¿Estás ahí? Me he dejado mi cartera-dijo detrás de la puerta. “¿Cuándo la ha sacado?”, pensó ella.

Observó la mesa que había entre el sofá y la televisión. Ahí estaba. Una cartera marrón cuadrada. Colgó el teléfono. Lentamente se acercó y la cogió. Vio que dentro estabntodas las identificaciones de Enrique. Su DNI, su tarjeta de crédito, una foto de unos ancianos que parecían ser sus padres, dos billetes de 10€ y, junto a ellos, un papel con algo escrito. Lo sacó y lo leyó. Su expresión cambió por completo. Una sensación de terror invadió todo su cuerpo. Sus piernas le fallaron y se desmoronó en el sofá. El trozo de folio cayó al suelo lentamente.

-No, no puede ser-dijo horrorizada.
CONTINUARÁ...

lunes, 10 de diciembre de 2012

Tiempos modernos. Capítulo 9


Mario y Natalia. Parte 1
2011
-Cariño, tenemos que decirte algo tu padre y yo-dijo Manuela mientras se sentaba en el sofá de casa de su hija Natalia.

-Decidme.

-Creemos-prosiguió su padre-que no fuiste adoptada por nosotros-Natalia levantó las cejas sorprendida.

-¿Qué?-no entendía lo que estaba ocurriendo. Sus padres le habían acogido justo cuando acababa de nacer.

-Nos dijeron que era cerrada. No conocimos a tus padres. Supusimos que no podrían mantenerte y que era mejor así. Pero, por lo que está ocurriendo últimamente, creemos que nos mintieron-respondió Manuela.

-No entiendo lo que me queréis decir.

-Cariño…-continuó su padre.

-No-le cortó Manuela-déjame a mí. Natalia, la persona que se encargó del trámite de la adopción y todo, fue la monja que está venga a salir en las noticias.

-¿La de los bebés robados?-una expresión de horror y sufrimiento invadió  el rostro de Natalia.
-Sí-respondieron los dos a la vez.

2012
Natalia era una mujer de 29 años de pelo castaño muy largo y algo ondulado. Su piel morena conseguía que sus ojos verdes resaltaran por encima de todo. Su mayor afición eran las muñecas de porcelana. Todas las estanterías de la casa estaban repletas de ellas. Llevaba 5 años coleccionándolas y las quería casi más que a José, su único hijo. Éste tenía 4 años y era igual que su madre, pero en versión masculina. Su padre, Mario, tenía un año más que su mujer. Su cabello era castaño y un poco rizado. Tenía los ojos bastante oscuros con un tono marrón. Era muy avispado y estaba profundamente enamorado de Natalia. Se habían conocido en el 2008 y pocos meses después ya estaban casados, viviendo juntos y con un bebé en camino. Pero en el 2012, todo se torció.

Natalia se encontraba llorando en su habitación. Estaba tumbada en la cama con varios clínex usados tirados en el suelo. En la mesilla de noche había una fotografía enmarcada. Salían ella y su marido el día que se conocieron. Cogió la imagen y la apretó contra su pecho. Su hijo entró repentinamente.

-Mamá. ¿Dónde está papá?-preguntó José mientras se subía a la cama.

Natalia se incorporó, dejó la foto en su sitio y cogió a su hijo en brazos.

-Está trabajando-respondió intentando mantener las lágrimas-Volverá dentro de poco.

-¿Por qué lloras?-continuó José al mismo tiempo que secaba el rostro de Natalia con sus manos.

-Corre. Vete a jugar.

Su dormitorio era el de un matrimonio de clase media. Los muebles no eran ni baratos ni caros, pero daba la sensación de que no les costaba en absoluto llegar a final de mes. La casa en total medía unos 120 metros cuadrados y, Natalia, presumía de ella en todas las visitas. La última había sido la de unos amigos de Mario de la comisaría. Aquel día por la mañana, Enrique Alonso llamó al timbre.

Enrique era un colega de Mario que también trabajaba con él en la jefatura de policía. Siempre vestía un poco desaliñado y cada año que pasaba, una porción más de barriga sobresalía por encima de su cinturón. La crisis le había afectado de forma extrema y todos los problemas familiares que atravesaba le estaban cobrando una factura terrible.

-Hola, Enrique-saludó Natalia cabizbaja mientras abría la puerta.

-Natalia, cariño. ¿Qué tal estás?-preguntó mientras entraba.

-Mal. Estoy muy mal. Te has enterado ya, ¿no?-respondió abrazándolo.

-Sí. Lo lamento mucho.

-Ven, que te preparo algo de tomar y te cuento.

Natalia fue a la cocina y Enrique se sentó en el sofá del salón. Estaba todo muy ordenado. El sofá estaba en el centro de la habitación. Justo en frente había un televisor de plasma. A la izquierda de éste una gran selección de películas ordenadas conforme a la fecha, arriba permanecían las más antiguas y abajo las más novedosas. A la derecha, temporadas y temporadas de las series más reconocidas de los últimos años. Entre ellas se observaban: Perdidos, Friends, Como conocí a vuestra madre, Fringe, The Walking Dead, etcétera. Enrique estaba fascinado. De repente se dio cuenta de una carta que descansaba sobre la mesa que había junto a la ventana, a la derecha del sofá. Se levantó y confirmó que Natalia continuaba preparando café en la cocina. Después, se acercó a la mesa y leyó el papel:

Cariño,
No te preocupes. Todo va a salir bien, te lo prometo. Todas mis acusaciones son totalmente falsas y tú lo sabes perfectamente. Sé quien ha falseado todas las pruebas. Intentaré demostrarlo.
Cuida de José, por favor. Si te pregunta por mí dile que estoy trabajando.
Te quiero, Mario.

Natalia apareció por sorpresa y Enrique se asustó.

-¿Pasa algo?-preguntó Natalia extrañada.

-No, no. Solo estaba leyendo esta carta-respondió un poco nervioso.

-Me la dejó Mario antes de que viniera la policía y lo detuviera-dijo ella mientras dejaba la bandeja en la mesa que había entre el sofá y el televisor. Los dos se sentaron. Ella cruzó las piernas y miró fijamente a Enrique. Por la cara con la que había entrado, sabía que traía malas noticias.

-Natalia, a tu marido le han acusado de evasión de impuestos-dijo con rostro muy serio.

 -¿¡Cómo!?-hubo unos segundos de silencio- No lo entiendo. Hemos pagado siempre religiosamente.- Natalia rompió a llorar.

-En la carta ponía que él sabe quien ha sido el que ha falseado las pruebas-afirmó él mientras cogía sus manos y las protegía con las suyas.

-Sí.

-Natalia, yo también lo sé. Por eso estoy hoy aquí.

CONTINUARÁ

domingo, 25 de noviembre de 2012

Perdida.


Por primera vez en toda mi vida me sentía libre. Me encontraba al lado de la ría de Bilbao y no veía el final del camino. Empecé a recorrerlo. Corrí, corrí y corrí. No me cansaba. Jugaba con otros perros, algunas personas me acariciaban, era libre. Un rato después me sentí perdida. No sabía dónde estaba. Los edificios eran desconocidos y las calles diferentes. Llevaba poco tiempo en mi casa, pero ese poco tiempo había sido increíble. Dos chicos y su madre me habían recogido de la calle porque mi dueño había renegado de mí. Y ahora, les estaba dando uno de los peores disgustos de sus vidas. No les estaba agradeciendo lo que habían hecho por mí.

Llegó la noche y no sabía qué hacer. Todo me daba miedo. Los coches, los autobuses, las personas. Quería volver al calor de mi casa, al sabor de la comida, al sentimiento que desprendían sus caricias. Lo necesitaba, pero no sabía dónde me encontraba. Caminé y caminé atravesando la dura noche. Cuando me di cuenta de que la oscuridad se había apoderado de la ciudad hacía unas horas, me metí en unos matorrales y descansé hasta la mañana siguiente. ¿Me estarían buscando? Me convencía a mí misma de que sí.

Había amanecido y decidí continuar mi marcha. Aquel día estaba nublado y parecía que iba a llover. No me importaron las nubes y emprendí mi camino. Corrí algún peligro atravesando las carreteras,  nada alarmante. Me di cuenta de que había gente que se acercaba a mí como si me conociera, no sabía por qué. Huía. El miedo se apoderaba de todo mi cuerpo. De repente, cuando el sol llevaba unas 3 horas en el cielo, mi estómago empezó a rugir. Necesitaba comida. Comida y agua.

Busqué por toda la zona. Cogía todo lo que había por el suelo. Inesperadamente observé que los edificios de mí alrededor me recordaban a algo. Tenía la sensación de que había estado ahí antes. Anduve unos minutos más. Aparecí en el parque donde había empezado a correr sin mirar atrás. Estaba cerca de mi casa. Caminé. La fría noche ocupó todo el ambiente. Volví a perderme.

Habían pasado 4 jornadas. Las esperanzas de que me encontraran se desvanecían al igual que una amistad que no se riega todos los días. Busqué comida en cada rincón y lo único que encontré fue un trozo de pan tirado en el suelo. Mis fuerzas se esfumaban y mis ganas de caminar disminuían. No podía más. Me tumbé al lado de un hospital. Había cesado en mi búsqueda. Estaba segura de que no volvería a sentir el calor de mi hogar.

Minutos después escuché a un hombre gritar. Alcé la cabeza. Se acercaba a mí. En cuestión de segundos reconocí su cara. Me levanté y corrí hacia él. Me sentía más feliz que nunca. Sabía que había estado buscándome todos esos días. Sabía que no había dormido por las noches. Sabía que había abandonado el estudio por mí. Sabía lo mal que lo estaba pasando mi familia. Sabía que su madre estaba de un lado para otro buscándome. Pero ahí estaba él. Me había encontrado. Me había encontrado sin un atisbo de esperanza dentro de mí. Volvía a casa. A mi casa.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Tiempos modernos. Capítulo 8


Isabel y Enrique. Parte 2
2012

Isabel y Enrique tenían deudas por todas partes. Con la impresionante crisis y su paupérrima pensión, no podían pagar la hipoteca del piso. Aquella mañana se encontraban viendo la televisión. La tristeza consumía sus cuerpos y el estrés estaba provocando que aparentasen más años de los que verdaderamente tenían. Habían recibido una notificación de desahucio.

-Cariño. Cambia de canal-Isabel miró fijamente a Enrique. Éste asintió, cogió el mando y empezó a hacer zapping. Se detuvo en una cadena. Los dos miraron extrañados el televisor:

“Buenos días. Acabamos de recibir una noticia de última hora. Hace unos 50 minutos un ciudadano en uno de los barrios más marginales de la capital, ha encontrado el cuerpo sin vida de un indigente en pleno parque. Las autoridades han confirmado que se trata de Javier Pérez, el dirigente de la empresa de congelados más importante de nuestro país hasta 2008, cuando debido a la crisis fue ahogada por sus deudas y quebró. Javier, llevaba desde ese mismo año viviendo en la calle sin dinero para comer. Hemos encontrado a su hermano, quién se ha visto muy afectado por la trágica noticia:

-No tenía ni idea-decía Antonio llorando en el lugar donde habían encontrado el cuerpo-Últimamente nos habíamos distanciado mucho pero jamás me había dicho que se había quedado sin casa. Si lo hubiera sabido le habría dado cobijo en la mía.

-¿Cómo se siente ahora mismo?-le preguntó el reportero.

-Destrozado. No sé si saldré de esta.

-Entre esto y todo el infierno que está usted pasando…-dijo el entrevistador intentando cambiar de tema. Inmediatamente Antonio modificó la expresión de su rostro. Dejó de llorar.

-No voy a hablar de ello.

Nos acaban de comunicar-prosiguió la presentadora en el plató-que se ha abierto una investigación debido a las múltiples heridas que portaba el cuerpo de Javier Pérez. Seguiremos informando. Ahora vamos con otras noticias.”

Ni Isabel ni Enrique habían emitido  una sola palabra. Conocían perfectamente a Javier. Hacía ya 4 años que había salvado a Enrique de una muerte segura al donarle su riñón sin conocerlo de nada. Los dos estaban inmóviles en el sofá. Varias lágrimas cayeron de los ojos de Isa hasta llegar a las comisuras de sus labios. Enrique se levantó en ese momento y comenzó a caminar nervioso por la habitación.

-Este mundo es una puta mierda-murmuraba una y otra vez.

-¿Qué dices?-preguntó Isabel muy entristecida. Jamás habían pensado que Javier acabaría así. Eran sus amigos desde entonces pero hacía mucho tiempo que él había desaparecido. Ahora conocían las causas.

-¡Que este mundo es una puta mierda!-gritó enfurecido. En aquel instante había perdido el pequeño indicio de esperanza que quedaba en su interior.

-Enrique. Cambiando un poco de tema, tenemos que hablar de qué vamos a hacer-dijo cabizbaja. Desde que había llegado la notificación de desahucio no habían comentado ni un segundo sobre qué iba a ser de ellos. Iba siendo el momento puesto que quedaban tan sólo dos días para que ocurriera.

-No lo sé. Pero yo no pienso acabar como ha acabado Javi-respondió con toda seguridad.

-¿Entonces?-Isabel estaba muy nerviosa.

-Isa-dijo Enrique mientras se sentaba en el sofá y entrelazaba sus dedos con los de su mujer-Tengo 75 años. Tú tienes 71. Hemos pasado mucho juntos. La sociedad no nos va a ayudar. Está demasiado corrompida para ello. Incluso las personas más inocentes y las más buenas están llenas de prejuicios. Esto ya no es como antes. La crisis económica y social que vive España y el mundo entero, solo va a conseguir que acabemos en la calle debajo de un puente. Los políticos seguirán ganando miles de € al mes. Seguirán subiendo el IVA y todos los impuestos para que los que más tienen apenas paguen y los que menos tienen paguen  más. Seguirán quitando las prestaciones por desempleo. Seguirán forrándose a nuestra costa. Seguirán robando millones y no serán juzgados. Mientras que gente como tú y yo robará para tener algo que llevarse a la boca y acabará en el calabozo. Seguirán riéndose de las víctimas de ETA. Seguirá existiendo gente que mate a otra gente porque no tiene sus mismos ideales. Seguirán muriéndose niños y más niños en los países más pobres. Los ricos serán más ricos, mientras que los de clases bajas serán de clases aún más bajas. Este es el futuro que nos espera. Si acaba la crisis dentro de unos años volverá otra dentro de otros pocos. Volverá a ocurrir lo mismo. En este mundo si tienes dinero eres Dios. Pero si no lo tienes se ríen de ti a la cara y lo peor de todo es que tú no puedes hacer algo. Cariño, todo va a seguir igual por mucho que luchemos. Por mucho que nos manifestemos, por mucho que hagamos huelgas generales. Yo no digo que la gente desista y deje de hacerlo. Habrá algún día en el que los políticos se den cuenta de que somos personas. Personas con nuestros sentimientos. Personas que quieren vivir en libertad y sin ataduras... A parte de todo eso, ¿sabes qué es lo peor? Que ya no importa cada persona. Ahora solo importan los países, las naciones. Si se tiene que matar por una nación se mata. Se han perdido todos los valores. Se han perdido todos los derechos por los que hemos estado años y años luchando. Cuando los políticos dejen de considerarse superiores al resto de los ciudadanos, la crisis acabará. Y nosotros podremos volver a ser felices. Pero eso no va a ocurrir. Y para que todo siga igual prefiero estar ahí arriba sin que nos afecte a ti y a mí. Creo que tenemos que hacerlo. Por nuestro bien.

-Y, ¿Teresa?-preguntó Isabel llorando.

-Teresa nos abandonó. Pasamos una mala época por Carla. Lo hicimos fatal, sí. Pero luego hemos intentado contactar con ella cada año. No nos ha contestado. No podemos hacer más. Ella ha elegido este camino.

-Tienes razón. Todo lo que me acabas de decir sobre la sociedad, deberías de escribirlo en una carta para que cuando llegue la policía a desahuciarnos lo lea y se transmita a todos los ciudadanos.

-Cariño. Nuestra muerte va a servir para que el mundo cambie a partir de ahora. Confía en mí. Vamos a estar juntos hasta el final-se besaron en los labios y se dieron un abrazo mientras lloraban. En realidad no les importaba que todo acabase. Estaban juntos. Y eso era lo único válido para ellos.

Dos días después.

Enrique e Isabel se habían despertado temprano. Se habían preparado, habían desayunado y habían recogido la casa para tan importante día.

Eran ya las 12 del mediodía. El momento había llegado. Los dos fueron a su habitación. Enrique terminó de escribir una carta. Dejó el sobre con el papel dentro, en la mesilla de noche. Se miraron fijamente cada uno a su lado de la cama. Se dieron la mano y se tumbaron sobre el colchón. No articulaban palabra alguna. Con sus miradas lo decían todo. En la mesilla de noche de Enrique había un bote de pastillas. Nervioso, él lo cogió y lo abrió. Expulsó un puñado sobre su mano, y otro sobre la de Isabel. Se dieron un largo beso. Los dos se tomaron a la vez los comprimidos. Se volvieron a dar las manos. Isabel posó su cabeza sobre el pecho de Enrique.

-Te  quiero-dijo él.

-Y yo. Siempre te he querido y siempre te querré-respondió ella. Apretaron fuertemente sus manos. Enrique centró su mirada en Isabel, mientras ella cerraba los ojos esperando a que todo acabara. Una exposición de imágenes recorrió sus mentes. Se vieron cuando eran pequeños, cuando se conocieron, cuando empezaron a salir juntos, cuando se casaron, cuando nació Teresa, cuando se compraron el piso… Su vida había sido larga e intensa. Pero con las yemas de sus dedos estaban acariciando el fin. De repente, Isabel se dio cuenta de que el pecho de Enrique no latía. Las pastillas ya habían logrado su objetivo. Tan sólo 5 segundos después, vio una luz. Una intensísima luz. En ella apareció repentinamente su marido. Cogió su mano y caminaron juntos hacia ella.

-Estaba esperándote. No quería pasar sin ti-dijo Enrique. Los dos cruzaron la luz dados de la mano más felices que nunca. Todo había terminado.



La policía llamó a la puerta varias veces. Al ver que no recibía respuesta, tiró la puerta al suelo y varios agentes entraron. Buscaron a los ancianos y los encontraron en la habitación de matrimonio. Enrique estaba tumbado en la cama e Isabel con la cabeza apoyada sobre el pecho de su marido. Estaban muertos. Un bote de pastillas y un sobre descasaban sobre la mesa. Uno de los agentes cogió el papel y lo abrió.

“Querida sociedad, injusta sociedad
Mi nombre es Enrique y el de mi mujer Isabel. Nos habéis encontrado así porque no tenemos dinero. Los políticos nos han llevado a esta situación robándonos como se les ha antojado y mintiéndonos una y otra vez. Se piensan que somos seres que vagan por las calles. Y se creen que ellos son los únicos que tienen sentimientos. Precisamente, ellos no los tienen. Son individuos chupasangres luchando por llegar al poder arrasando con todo lo que se les ponga por delante. Lo peor de todo, es que los ciudadanos siguen votándolos. Siguen votando al partido que no movió un dedo cuando se dijo que había crisis, y al partido que ha quitado dinero a educación, sanidad, etcétera para dárselo a los bancos. Nos mienten haciéndonos creer que el sistema financiero es quien sujeta al país de la caída libre. Mentira. Son todos los que se levantan cada mañana (o cada tarde) para trabajar y poder, ya no vivir, si no sobrevivir. Todos los jóvenes que están luchando por estudiar y poder labrarse un futuro óptimo. Todos ellos son los que pelean cada día por salir adelante. No llamo a la rebelión, si no llamo a la reflexión. Y después de la reflexión, a conseguir que gente como el presidente del gobierno acabe entre rejas por mentir en el 100% de su programa electoral. TODOS los políticos actuales, o el 90% deberían de estar en la cárcel. Pero como nuestro país es España, eso nunca será así. Espero que ese ‘nunca’ se convierta en ‘pronto’. Ah. Y también espero que mi muerte y la de mi mujer caigan sobre la conciencia de todos y cada uno de los culpables de esta situación. Otra vez, los políticos, los banqueros, los asesinos…
Atentamente, Isabel y Enrique.”

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Tiempos modernos. Capítulo 7


Isabel y Enrique. Parte 1
1983

Isabel era una mujer de pelo castaño, largo y liso, ojos verdes y de tez bastante morena. Tenía  46 años. Su marido Enrique, de 51, siempre llevaba el cabello algo enmarañado y canoso. Sus ojos eran marrones y su piel era muy pálida. Tenían una hija que se llamaba Teresa, de 17. Era prácticamente igual que su madre. Isa, iba a dar a luz a un precioso bebé. Se llamaría Carla.

El 5 de marzo de ese mismo año, fueron corriendo al hospital. Había roto aguas al salir de la ducha y las contracciones ya habían comenzado. Al principio eran cortas y había un largo espacio entre ellas. Conforme iban pasando los minutos, eran más y con menos tiempo para descansar. A las 14.03h, Carla nació.

En aquel momento, Isabel cayó rendida del esfuerzo y se quedó dormida. Minutos después se despertó algo aturdida.

-¿Dónde está Carla?-preguntó nerviosa. Inmediatamente se dio cuenta de un llanto. Un llanto que no era el de un bebé. Era de Enrique. Estaba sentado en el sillón que había en la habitación, con las manos tapando su cara. Apoyada en el reposabrazos, se encontraba Teresa calmando a su padre. También estaba  llorando-¡¿Qué ha pasado?!-el médico apareció.

-Lo siento Isabel. Su bebé no ha podido sobrevivir. Ha luchado unos minutos pero no lo ha conseguido-respondió con tristeza y desazón.  Ella empezó a sollozar.

-Quiero ver el cadáver.

-Está bien. En unos minutos vuelvo.

A lo largo de las semanas siguientes, Isabel y Enrique dejaron de hablar. No comían, no iban a trabajar… Su vida se limitaba a levantarse, vagar por casa y dormirse. Había días incluso que no se movían de la cama. Teresa estaba harta así que una mañana fue a la habitación de sus padres.

-Mamá, papá-entró con paso firme y voz estricta-No hay nada para desayunar hoy. Tampoco para comer ni cenar. ¿Cuándo pensáis ir al supermercado?-no recibió respuesta. Isabel y Enrique se encontraban tumbados en la cama tapados con la manta, mirando al techo-¿Hola?-sin contestación-Lleváis semanas sin hablar. Tengo que hacerlo yo todo. Estoy harta. ¡Harta!-sus padres ni siquiera la miraban-Está bien. Cogeré mis cosas y me buscaré yo la vida. Olvidadme-rápidamente se fue a su cuarto, cogió su monedero y una maleta con bastante ropa. Con todo ello en mano, volvió al dormitorio de sus padres-Me voy-se quedó unos segundos en silencio-Adiós-y se marchó.

2007

Isabel y Enrique vivían en pleno centro de Madrid. Tenían ya 71 y 75 años, respectivamente. Su pensión no permitía caprichos y había veces que no llegaban a fin de mes. Por desgracia, Enrique estaba enfermo.

Hacía ya tiempo que uno de sus riñones había dejado de funcionar. El otro comenzaba a fallar y, si no recibía un donante pronto, no sobreviviría. Cada día que transcurría Isabel se preocupaba más.

-Cariño, ¿qué tal estás?-preguntó a Enrique una mañana mientras desayunaban en pijama, sentados en el salón.

-Bueno. Hoy estoy algo mejor que ayer-respondió rodeando la taza de leche caliente con las dos manos. Tenía la mirada fijada en un punto.

-Hoy tenemos que ir al médico-informó Isabel con tristeza-Nos dirá a ver si estás mejor.

-Isa, seguro que sí. Todo va a salir bien-tranquilizó cogiendo su mano y agarrándola fuerte.

Se vistieron y se marcharon al hospital. Llevaban un paso firme pero lento, ya que su edad hacía tiempo que limitaba su día a día. Tras 20 minutos caminando, llegaron al centro médico. Rápidamente fueron atendidos.

-Enrique-dijo el médico sentándose en la silla-Necesita un donante urgente. Su riñón puede fallar en cualquier momento-Isabel agachó la cabeza y se lamentó.

-Quizá ya es mi momento-respondió él. Su mujer empezó a llorar.

-No. No es tu momento Enrique. Doctor. Quiero donarle mi riñón.

-Lo siento Isabel. Pero no quiero arriesgarme. Su salud está bien, pero no como para tirar cohetes. Si se arriesga, puede no sobrevivir a la operación.

-No lo vas a hacer. Has dado toda tu vida por mí durante estos 50 años Isabel. Esto ya es lo último. Quiero que sigas adelante. Si no hay donante cuando me ocurra, será mi destino.-los dos se abrazaron con lágrimas en los ojos.

Salieron de la consulta y se dirigieron hacia la avenida. Cuando ya estaban en la calle, Enrique se empezó a marear. Poco después cayó al suelo y se desmayó. Isabel empezó a gritar y a llorar. Varios enfermeros abandonaron el hospital inmediatamente y acudieron a su auxilio. Un hombre vestido de traje y de unos 45 años que caminaba por allí, se presentó raudo y veloz mientras lo llevaban dentro de la clínica.

-¡Señora! ¿Qué ocurre?-preguntó a Isabel.

-Mi marido-respondió llorando sin cesar-necesita un riñón urgentemente-el hombre se quedó mirando fijamente sus ojos verdes.

-Yo le donaré uno de los míos. Mi nombre es Javier, Javier Pérez.

CONTINUARÁ

lunes, 5 de noviembre de 2012

Tiempos modernos. ADELANTO del capítulo 7

Isabel y Enrique. Parte 1 y Parte 2

Isabel: mujer de pelo castaño, largo y liso, ojos verdes y tez bastante morena. 71 años; Enrique: cabello algo enmarañado y canoso. Ojos marrones. Piel muy pálida. 75.
Sus vidas están a punto de cambiar cuando una persona se cruza en su camino. Sin embargo, con el paso del tiempo, algo trastocará su día a día y hará que ese cambio sea fulminado de inmediato. ¿Qué ocurrirá? Isabel y Enrique: Parte 1, estreno el miércoles 7 de Noviembre.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Especial Halloween 2012


Especial Halloween 2012: Oscuridad.

La historia que voy a contar a continuación ocurrió unos meses atrás. Hasta ahora no me había atrevido, pero creo que ya es el momento. Por cierto, no me he presentado. Mi nombre es Pedro. Tengo 25 años. Soy de pelo castaño y rapado. Mi piel algo clara y mis ojos verdes. Mido 177 cm.

Era 31 de octubre de 2012, Halloween. Aquella noche tenía una fiesta en el chalet de un amigo. Nadie iba disfrazado. Acudí con mi novia, una mujer con la que llevaba 10 años. Ojos azules, pelo rubio y totalmente liso, etc. Como quería acordarme de todo al día siguiente, no bebí alcohol.

La noche transcurría según lo previsto salvo algunos vómitos en el baño y alguna caída al suelo. El resto, todo normal. Mi novia, Lucía, había bebido más de la cuenta y tenía la libido bastante subida. Yo no soy un hombre de piedra y en cuanto comenzó a besarme el cuello, corrimos al coche y fuimos al bosque que había detrás de la casa.

Tras unos minutos de pasión dentro del vehículo, nos vestimos. Los cristales del automóvil estaban bastante empañados por lo que encendí el aire para que el vaho desapareciera. Cuando lo hizo, Lucía observó que el exterior estaba totalmente oscuro. No podíamos ver ni los árboles más cercanos. Abrí la puerta y salí. Una ráfaga de viento me congeló la nariz y las manos por lo que tuve que coger unos guantes del maletero. Sin embargo, tuve que pegarme al coche porque estaba todo negro. Era como si estuviera totalmente ciego. Entré rápidamente en el vehículo, encendí la luz del interior y me di cuenta de que eran imaginaciones mías. Veía.

Lucía estaba algo nerviosa y me obligó a encender las luces delanteras. No funcionaban. Una sensación de rareza me recorrió el cuerpo desde los dedos de los pies hasta mi frente. No sabíamos qué estaba pasando. El exterior no estaba oscuro, estaba negro. Como si un dibujante cogiera un papel y lo pintara totalmente de negro. Igual. Era horrible.

Volví a salir del coche. Lucía me siguió. Cogí su mano y comenzamos a andar. El suelo estaba embarrado. No recordaba que lo estuviera la primera vez que me había bajado del vehículo. Anduvimos unos pocos metros con miedo a caernos por un barranco o algo parecido. Pero no fue así. Todo seguía igual con la diferencia de que cada vez había más tierra y agua. De repente escuché el crujir de una rama tras de mí.

-¿Qué ha sido eso?-se asustó Lucía. Me abrazó.

-No lo sé cariño. Tranquila-yo no lo estaba, pero debía de tranquilizarla. Soy muy protector, quizá demasiado. Y en esta ocasión era mi responsabilidad subir un escalón más. Besé su frente prácticamente sin agacharme, ya que le saco unos 4 cm más o menos, y deshicimos el recorrido para volver al coche.

Ya dentro, encendí el motor y pisé el acelerador suavemente. El coche se movió unos metros mientras daba la vuelta para salir de aquel bosque el cual nos había engullido hasta la médula. Continuamos hacia delante, continuamos, continuamos y continuamos. Estuve unos 5 minutos con el pie en el acelerador. No había manera de salir de allí. Paré y me bajé. Cuando abrí la puerta Lucía me agarró el brazo impidiéndome pisar el suelo.

-Cariño, por favor. No salgas-rogó con alguna que otra lágrima.

No hice caso y seguí con mi hazaña. El suelo estaba más embarrado aún que la vez anterior. La temperatura había bajado. Calculé que ahora rondaría ya los 0ºC. Era todo demasiado raro. Ninguno de los anteriores años había llegado el frío tan repentinamente. ¡Pero si el día anterior habíamos llegado a los 20ºC!

Una sensación de agobio me invadió por dentro. Volví al coche y pisé el acelerador. Esta vez al máximo. Todo seguía igual de oscuro. De repente, tras varios segundos a 140 km/hora, Lucía gritó y frené en seco. Había visto una luz. Di marcha atrás. A lo lejos se veía una luz roja que imponía demasiado respeto. Era tan solo un punto. Empezó a parpadear y, algo o alguien, golpeó  mi ventanilla bruscamente. Lucía y yo nos pegamos tal susto que dimos un salto en el asiento. Yo choqué mi cabeza contra el techo.

Aquella luz roja nos tenía totalmente embobados. Estábamos en la nada. Veíamos todo negro salvo el interior y el exterior del coche. Y de repente de esa nada había aparecido una luz. Una luz roja que parpadeaba sin cesar. Me decidí acercarme a ella lentamente con mi automóvil sin hacer caso a lo que había golpeado el cristal.  Cada vez la observábamos más cerca. Desapareció en el mismo momento en el que el motor del coche dejó de funcionar. Estábamos desesperados.

Pasaron unos minutos  y Lucía salió.

-¡¿Qué está pasando aquí?!-gritó mirando al cielo. Bueno, a lo negro-¡¿Qué queréis de nosotros?! ¡Sacadme ya de aquí!-hacía un buen rato que había dejado de estar borracha. Volvió a entrar.
-¿A quién le hablas?-pregunté extrañado. Fuera no había ni un alma.

-No lo sé Pedro. Estoy desesperada-salió de nuevo-¡Dad la cara!-ahora en serio, ¿con quién hablaba? Era como si ella supiera que había algo ahí.

Inmediatamente, una luz blanca inundó todo el “cielo”. Lucía se deshizo y cayó al suelo como si no tuviera ningún órgano ni ningún hueso en su interior. Tan solo la piel y el cabello. Yo me quedé ciego. Escuchaba un ruido bastante fuerte pero veía todo incluso más negro que antes. Algo me agarró la mano y me arrastró por el suelo.

Lo siguiente que recuerdo fue encontrarme totalmente desnudo y con heridas por todas partes en la entrada del bosque. ¿Había sido abducido por extraterrestres? En ese momento estaba algo desorientado y no quería pararme a pensar  en eso. Vi la casa de la fiesta y escuché la música. Era house del duro, dubstep. Sin duda, esa era mi fiesta. Corrí hasta llegar. En la puerta me encontré a mi mejor amigo y otras 5 personas más, 3 chicos y 2 chicas.

-¿Dónde cojones estabas? ¡¿Qué te ha pasado?!-dijo mientras me abrazaba muy preocupado. El resto de gente se acercó rápidamente a mí con clara intranquilidad.

-He sido abducido por extraterrestres-me costaba hablar pero aún así lo hacía muy rápido-Estaba en el bosque y todo se ha quedado negro. De repente una luz en el cielo me cegó como si fuera un OVNI. Lo siguiente que recuerdo es esto-todos me miraban fijamente alucinados. De repente la misma luz que me había dejado ciego antes apareció en el firmamento. Caí al suelo y me tapé los oídos. Parecía que el fin del mundo se acercaba. Volví a mirar hacia arriba y todo había desaparecido. Se veían las estrellas y la luna. Las personas que se encontraban a mí alrededor no paraban de mirarme confundidos.

-¿La habéis visto?-pregunté mientras me levantaba con los ojos muy abiertos.

-No. No hemos visto nada-respondió mi amigo observándome. Me acordé de Lucía. Estaba desaparecida. Empecé a llorar.

-Lucía ha desaparecido. Estaba conmigo en el bosque-dije.

-No. Lucía no ha estado contigo-respondió como si estuviera hablando a un loco-He estado con ella toda la noche y me ha ayudado a buscarte las 4 horas que has estado desaparecido.

-Pero…-dije sin poder pronunciar palabra alguna. Lucía apareció. Acababa de salir de la casa. Se me quedó mirando fijamente como lo hacían todos. Se estaba convirtiendo en costumbre. Corrió hacia mí llorando y después lo expliqué todo. Su respuesta fue: “yo no he ido contigo a ningún sitio. Saliste de casa sin avisar. Tampoco cogiste el coche. Las llaves las tengo yo”.

-Pedro-prosiguió mi amigo. Por cierto, se llamaba Juan-¿Has tomado algo raro? Quiero decir en la fiesta.

-No. Bueno, he picado algo antes. Pero no he bebido alcohol-respondí mientras recordaba.

-¿Has comido las setas que había en la nevera?-era su casa y como yo era su mejor amigo podía coger toda la comida que quisiera.

Asentí.

-Son alucinógenas.
FIN

jueves, 25 de octubre de 2012

Tiempos modernos. Capítulo 6


Antonio. Parte 2

Aquella noche Antonio no pudo dormir nada. Sabía perfectamente que no había sido un político ejemplar. De hecho, probablemente fuera uno de los peores. Por ello, estuvo 8 horas tumbado en la cama de un lado para otro. Cuando conseguía dormirse, inmediatamente soñaba algo relacionado con la corrupción y se despertaba de un salto. Se dio cuenta de que necesitaba a alguien.

Por la mañana siguiente se arregló, se vistió de traje y acudió a primera hora al despacho de su hermano Javier, empresario que dirigía la compañía de congelados más importante de España. Bruscamente entró en la oficina.

-¡¿Dónde está Javier?!-preguntó a la secretaria.

-Está dentro-respondió ella. Ipso facto, Antonio abrió la puerta y entró. La secretaria lo intentó evitar pero no obtuvo resultados.

-Tranquila Juana. Puedes marcharte-dijo educadamente Javier cuando ambos se encontraban dentro.

Antonio estaba demasiado exaltado. Sabía perfectamente que Javier notaba que ocurría algo. No era muy difícil darse cuenta. Pero era imposible interiorizarlo. Un mar de acusaciones estaba a punto de caer sobre él y necesitaba ayuda urgente.

-Se avecina una muy grande-dijo encadenando las palabras sin espacios.

-¿Cómo? ¿Qué dices Antonio?-preguntó Javier extrañado.

-A ver. Hay una conspiración en el gobierno. Va a salir toda la mierda-los nervios de Antonio se iban incrementando cada segundo. El sudor comenzaba a divisarse en su frente y en sus sobacos. Sacó un pañuelo del bolsillo de su chaqueta y se limpió.

-¿Qué mierda? ¿Qué dices?-Antonio no estaba seguro si Javier conocía la corrupción que había en su trabajo. Pero era su hermano. No le importaba contárselo y, en estas circunstancias, menos.

-Que todas las corrupciones de los políticos y empresarios van a empezar a salir a la luz y nos van a empezar a juzgar. Además, España se está hundiendo económicamente. Nadie de la población sabe nada, pero como esto siga así muchos de ellos se van a ver en la calle en muy poco tiempo-el rostro de Javier cambió por completo al escuchar estas palabras. Sus cejas cayeron, y adoptó una expresión de enfado y rechazo.

-Antonio. ¡Fuera de aquí! Yo no tengo ningún problema.

-Tienes que ayudarme. Me van a investigar de un momento a otro-empezaba a pensar que su hermano no iba a socorrerlo.

-Si eres corrupto Antonio, no es mi culpa. Es problema tuyo. Fuera de aquí o llamo a seguridad.

-Mamá no querría esto-dijo Antonio llorando, a pesar de que la relación con su madre era prácticamente inexistente. Su padre había fallecido hace 3 años-Mamá y papá querrían que me ayudaras Javi. Por favor. ¿Cuánto quieres? ¿10.000€?-preguntó sacando del bolsillo de su pantalón un talonario y un bolígrafo.

-¿Te crees que soy un ‘politicucho’ de tres al cuarto a quien le puedes sobornar? Soy tu hermano. No soy escoria-inmediatamente Antonio lo volvió a guardar-En mi vida he aceptado un soborno. Esta empresa la levanté yo con el sudor de mis manos. Antonio Pérez, ¡fuera de aquí!-exclamó mientras se levantaba y señalaba con el dedo índice la puerta de salida.

Se marchó rápidamente. Un sentimiento de enfado y de celos empezó a recorrer todo su cuerpo. Enfado, porque no lo había ayudado. Celos, porque Javier había llegado a lo más alto del éxito con las manos limpias. Antonio las tenía muy sucias.

Llegó a su chalet de la periferia. Se quitó la corbata y la chaqueta. Las tiró al suelo. Fue al salón y cogió una botella de Coñac. Con ella acudió a la cocina. Sacó un vaso del armario, dos hielos del congelador y se sirvió una copa. Después se tumbó en el sofá y empezó a beber. Se puso a pensar en todo lo que le estaba ocurriendo y se acordó de la carta que había recibido el día anterior. No sabía qué hacer. Al final llegó a la conclusión de que lo mejor sería pagar a la desconocida los 2.000€ al mes. Mientras tanto, movería cielo y tierra para encontrarla. Y en el momento que eso ocurriera sería su fin.

Por la mañana siguiente, Antonio se despertó como si todo estuviera en orden. Quería aparentar normalidad. Se levantó a las 7, se duchó, desayunó mientras leía el periódico-por si acaso aparecía su nombre-cogió su maletín y se marchó al despacho. Llegó media hora antes. Tenía un asunto que tratar. Se sentó en su silla con gesto serio. Descolgó el teléfono y marcó un número.

-¿Mario?-preguntó con  tono sombrío y apagado. No conseguía disimular su depresión.

-Dime Antonio-respondió.

-Verás. Tengo un pequeño problema-no sabía cómo contárselo. Se trataba de un amigo suyo, pero que te extorsionen no es plato de buen gusto-Resulta que hace un tiempo fui a un bar. Conocí a una chica que me gustó mucho físicamente. Fuimos a un hostal y, bueno, pasó lo que tenía que pasar-de repente Antonio se acordó del topo. Sabía que Mario no era pero, ¿y si estaba escuchando la conversación? ¿Y si el teléfono estaba pinchado?-espera. Mejor quedamos. Te envío un SMS por el móvil con la hora y el sitio. Esto no es seguro-inmediatamente colgó y le mandó el mensaje.

Era ya de noche y Antonio condujo hasta un polígono totalmente alejado de la ciudad, de forma cautelosa por si le seguían. No fue así. Se bajó del  coche y esperó unos minutos. Estaba todo muy oscuro. Un vehículo llegó con las luces apagadas. Por si acaso, él se escondió hasta que se dio cuenta de que era Mario. Justo en ese instante empezó a llover fuertemente. Se refugiaron en el automóvil.

-¿Qué ocurre?-preguntó Mario preocupado. Mario era un policía de 26 años. Su pelo era castaño y algo rizado. Ojos marrones. Vestía como lo hacen los jóvenes de esa edad hoy en día. Vaqueros, zapatillas bajas, sudadera, etc. Antonio lo notaba más contento últimamente puesto que había conocido a una chica. No quería presentársela todavía.

-Hace unos meses conocí a una chica en un bar-comenzó a explicar algo nervioso-Fuimos a un hostal. Usamos condón, pero supongo que estaría roto o algo. Yo no lo sabía. Pero ayer me mandó una carta-la sacó del bolsillo de su americana. Mario leyó, frunció el ceño.

-¿Qué quieres que haga?

-Búscala. Era una mujer de unos 25 años. Esa noche llevaba un vestido rojo muy apretado y unos taconazos negros. Pelo rubio ondulado… ¿Podrás hacerlo?

-Con esos datos no lo sé-respondió Mario cabizbajo- lo intentaré. No te lo prometo-Antonio salió del vehículo y bajo la lluvia entró en el suyo.

Por la mañana siguiente, el político se encontraba en la oficina trabajando algo más tranquilo que el día anterior. Sin embargo, a las 11 de la mañana, 4 agentes de la policía irrumpieron con fuerza en su despacho.

-¿Es usted Antonio Pérez?

-Sí-respondió muy inquieto mientras se levantaba de la silla.

-Traemos una orden judicial de detención contra usted  por presunta implicación  en unos hechos consistentes en malversación de fondos públicos, evasión de impuestos y cohecho, según una investigación iniciada a raíz de una denuncia-dijo conforme esposaba sus manos.

-¿De…denuncia de quién?-preguntó Antonio derrumbándose sin poder articular prácticamente las palabras.
CONTINUARÁ

miércoles, 24 de octubre de 2012

Tiempos modernos. Capítulo 5


Antonio. Parte 1
Antonio Pérez. 45 años. Un político que poco a poco iba escalando en su carrera. Su único objetivo era llegar a la presidencia del país llevándose por el camino a quien hiciera falta. Como si fuera su madre. Daba igual. Él lo que quería era poseer el poder de dirigir España, el defecto más codiciado.

En 2008 era consejero de Presidencia, Justicia y Portavocía del  gobierno regional de Madrid. También era la mano derecha de la presidenta de la Comunidad. Con el dinero que ganaba, se había comprado un chalet a las afueras de la capital. Dos pisos, cada uno de 250 metros cuadrados. Jardín con piscina, pista de tenis… Su hogar era incluso más grande que el de su hermano Javier, un empresario que dirigía la compañía de congelados más importante de España. Su relación con él no era demasiado estrecha pero, al fin y al cabo, eran hermanos y un hermano está a tu lado siempre.

La mañana del 13 de Marzo de 2008 estaba trabajando en su despacho cuando recibió la inesperada visita de Javier. Éste vestía un traje azul marino, con una camisa de color salmón y unos mocasines marrones. Entró algo nervioso pero inmediatamente lo disimuló. Se sentó en la silla que se encontraba al otro lado de la mesa de Antonio.

-Hermano. ¿Qué haces aquí?-preguntó extrañado. Javier había visitado su oficina en contadas ocasiones y todas ellas para pedirle un favor o para decirle que fuera a visitar a su madre moribunda, puesto que no la veía desde hacía meses.

-Solo quería hablar con mi hermano. Hace mucho que no tenemos una larga conversación-Antonio comenzó a ponerse algo nervioso. No entendía qué hacía Javier ahí. Además, tenía mucho trabajo. Las elecciones se acercaban. La presidenta se retiraba y, como él era su mano derecha, tendría que hacerle la pelota cada instante para que lo nombrara su sucesor.

-Verás-dijo mientras cogía su chaqueta acomodada en el respaldo de la silla y se levantaba-tengo muchísimo trabajo.  Además hay  una rueda de prensa en media hora y me tengo que marchar ya.

-Está bien. Ya hablaremos otro día.

Javier salió por la puerta sin decir nada más y se fue. Antonio llamó a su secretaria y los dos abandonaron el despacho.

Aquella noche Antonio estaba libre, por lo que cogió el coche y se fue a las afueras de la ciudad. No acudió a su casa. Uno de sus hobbies era buscar prostitutas para que le hicieran favores sexuales. Pero era distinto. No le gustaban las scort de lujo. Él visitaba los barrios más marginales de la ciudad y las llevaba al mismo hostal cada noche. Según él ayudaba a los más perjudicados. Sin embargo, esa madrugada fue diferente.

Divisó desde el coche un bar que parecía tener buena pinta. Aparcó a escasos metros de la puerta. Su entrada era muy luminosa con varios carteles de color azul que parpadeaban cada segundo. El resto, como una cafetería normal y corriente. Atravesó el portón y se dirigió hasta la barra.
-Ponme un Whisky-ordenó al camarero. El barman era el típico joven de 25 años con una dilatación en cada oreja, el piercing del Septum en la nariz y un tatuaje en cada esquina del cuerpo. Su pelo desaliñado expresaba su escasa higiene.

-¿Cuál?

-El más caro-el bar por dentro era lo más corriente que existía. Unas mesas de madera con sus sillones y sofás, una diana para jugar a los dardos, etc. La gente que consumía en él también era de lo más normal. Hasta que Antonio vio a una mujer de unos 25 años.

Estaba también sentada en la barra a unos 5 metros de él. Llevaba un vestido rojo muy ceñido, con unos zapatos de tacón negros de unos 15 cm. El pelo rubio lo tenía ondulado y muy arreglado, situado de tal manera que solo caía por su perfil derecho. Parecía que estaba esperando a alguien. No paraba de mirar el reloj. Pasó media hora y seguía sola. Antonio decidió acercarse. Conforme lo hacía comenzaba a respirar un fuerte olor a perfume de frambuesa. En ese instante se enamoró.

-Buenas noches. No he podido dejar de observar que estás sola. ¿Esperas a alguien?-la mujer se quedó callada durante unos segundos mirando fijamente los azules ojos de Antonio.

-Me suenas de algo-respondió firmemente y con cierta tristeza en su voz-Tienes unos ojos muy bonitos.
Comenzaron a hablar. En pocos minutos las sonrisas empezaron a brillar en el rostro de la chica. Y en tan solo una hora, Antonio consiguió emborracharla y llevarla al hostal.

10 meses más tarde.

Antonio se encontraba concentrado trabajando en su despacho cuando entró su secretaria con un sobre en la mano. Rápidamente lo abrió. No había remite por lo que se extrañó:
“Querido Antonio,
hace una semana di a luz a un niño precioso. Se llama Antonio, como tú, su padre. Solo quería pedirte que cada mes ingresaras la pensión del bebé, 2000€. El número de mi cuenta es 2867 3957 4958 4840. No está a mi nombre ni a nombre de ningún familiar ni conocido mío así que no podrás descubrirme. Sabes quién soy. Pero no sabes mi nombre. Como no vea el día 1 de cada mes el dinero en la cuenta, tu hijo secreto saldrá a la luz y pondrá fin a tu carrera.
                                                                                                           Atentamente, la madre de tu hijo.”

En ese mismo instante Antonio se arrepintió de no haberle pedido el número o el nombre a la desconocida del vestido rojo, 10 meses atrás. Pero, para su desgracia, sus problemas no acababan ahí. En cuanto terminó de leer la carta un hombre entró veloz en su despacho.

-Antonio. Hemos descubierto que hay un topo. Nos han pillado-le susurró el hombre al oído.

-¡¿Cómo?!-gritó.
CONTINUARÁ

jueves, 18 de octubre de 2012

Tiempos modernos. Capítulo 4


Javier. Parte 2

Era enero de 2013.  Javier llevaba 3 meses viviendo en la calle. Esos días dormía dentro de los cajeros pero anteriormente se había acurrucado debajo de un puente. Todas las mañanas se sentaba en plena vía madrileña, formaba un cuenco con su mano y pedía algo de dinero para poder sobrevivir. Cada jornada conseguía entre 3 y 4 euros de los cuales ahorraba el 75% de ellos. Con el resto intentaba comprar algo para comer por la noche.

Todos los días soñaba con volver en un futuro a su lujosa casa, crear otra empresa desde cero y llegar al nivel de vida que poseía en 2008, justo antes de la quiebra de su compañía. Sin embargo, las horas pasaban y esos sueños se empezaban a convertir en “divagaciones de un pirado”, según sus palabras. Pero aquella mañana se despertó entre sus cartones de indigente al lado de Lica, su perra, con sus vestimentas destrozadas y su pésimo aroma, cuando una sensación  recorrió todo su cuerpo: algo iba a cambiar.

Madrugó y rápidamente los dos caminaron hacia la Gran Vía de Madrid. Volvió a sentarse en la misma esquina y comenzó a pedir limosna. Inmediatamente un hombre se acercó y le dio nada más y nada menos que 20€, un billete que Javier llevaba años sin ver. Lica, su preciosa y cariñosa galga de color blanco con alguna mota negra, recibió al desconocido con gran simpatía moviendo la cola de un lado a otro. Éste fue el primer síntoma de que ese día iba a ser totalmente diferente al resto.
Más tarde, Javier acudió al comedor social como cada mediodía. Dejó a Lica atada en una farola y entró a comer. Media hora después salió con una gran sorpresa: su perra había desaparecido. Nervioso miró a todas partes y vio a Lica alejándose de él rápidamente. En aquel momento comenzó a correr tras ella como si del fin del mundo se tratase. Su deterioro físico se había incrementado en los últimos meses de manera extraordinaria y no aguantaría mucho a tal velocidad. Pero, para su sorpresa, lo consiguió.

Tras una hora detrás de ella, Javier llegó a un barrio madrileño que nunca había visitado. Estaba todo algo más oscuro y las calles estaban desiertas debido al frío extremo. Ya era de noche y ese lugar no le resultaba seguro. Se apresuró a buscar a su compañera. Llegó a un parque y comenzó a llamarla. No aparecía. Se sentó en un banco por culpa de la frustración y comenzó a gritar. Lica era lo único que tenía en este mundo y perderla supondría una depresión que duraría meses o incluso años. Ella llevaba casi medio lustro con él y había estado en todo momento dándole el cariño y la compañía que necesitaba.

De repente, Javier escuchó algo proveniente de los matorrales que había detrás del banco. Se giró pero no vio nada. “¿Lica?”, preguntó. Pero nadie salió. Segundos después ocurrió lo mismo así que se levantó y miró entre la maleza. En ese momento una mano apareció por la retaguardia y cubrió su boca. El desconocido tiró de él y Javier cayó al suelo. Cuando se encontraba boca arriba, vio que se trataba de 5 jóvenes vestidos de chándal  con una capucha en la cabeza. Empezaron a escupirle y a reírse de él.

-Pero mírale que pintas lleva-dijo uno de ellos burlándose.

Javier intentó salir del círculo que habían formado a su alrededor pero no lo consiguió. Los muchachos comenzaron a asestarle patada tras patada hasta que llegaron los puñetazos. Él empezó a gritar pero le pegaron un zapatazo en la boca. La lucha continuó durante 5 minutos pero, para Javier, esos 5 minutos se habían convertido en horas. Su vista se fue desdibujando  y, poco a poco, todo se fue apagando. Los chicos se marcharon corriendo y Lica apareció. Rápidamente moviendo la cola se acercó y comenzó a lamerle la cara. Él prácticamente se encontraba inconsciente pero sabía perfectamente quién estaba junto a él.

-Lica, has venido-dijo con un brillo en los ojos y casi sin poder articular las palabras.

Poco a poco las luces para Javier se fueron apagando mientras acariciaba a su perra lentamente, hasta que tras media hora de agonía la oscuridad se apoderó de todo.
Su cuerpo permaneció durante toda la noche en pleno parque con Lica sentada junto a él sin separarse un milímetro. Su mano rodeaba el cuello de la perra como si de un abrazo se tratara y, ésta, no se había movido en absoluto a lo largo de toda la madrugada. 

miércoles, 17 de octubre de 2012

Tiempos modernos. Capítulo 3


Javier. Parte 1.
Eran las 12 de la noche. Javier se encontraba en el rellano de su puerta. Cogió las llaves de su bolsillo y entró en su casa. Su hogar, era un lujoso apartamento en pleno centro de Madrid. El salón era enorme. En él había una pantalla de cine, un sofá gigante, varias estanterías llenas de libros, muchos cuadros excesivamente caros, y un sinfín de fastuosos muebles que en realidad, solo estaban ahí para estorbar. Prácticamente no los usaba ya que se pasaba el día en su trabajo. Entró en su habitación y se metió directamente en la cama.

Al día siguiente, cuando Javier estaba en su despacho trabajando, un hombre vestido de traje irrumpió bruscamente en su oficina.

-¡¿Dónde está Javier?!-preguntó violentamente.

-Está dentro-respondió la secretaria.

En ese momento el hombre se dirigió velozmente al despacho.

-¡Perdona! ¡Está ocupado!-gritó la secretaria.

Hizo caso omiso, por lo que ella acudió corriendo tras él.

-Tranquila Juana. Puedes marcharte-dijo educadamente Javier.

El hombre de traje se encontraba extremadamente nervioso, así que en cuanto Juana se marchó, empezó a encadenar una palabra tras otra.

-Se avecina una muy grande-declaró articulando demasiado rápido y  casi sin vocalizar.

-¿Cómo? ¿Qué dices Antonio?-preguntó Javier extrañado.

-A ver. Hay una conspiración en el gobierno. Va a salir toda la mierda.

-¿Qué mierda? ¿Qué dices?

-Que todas las corrupciones de los políticos y empresarios van a empezar a salir a la luz y nos van a empezar a juzgar. Además, España se está hundiendo económicamente. Nadie de la población sabe nada, pero como esto siga así muchos de ellos se van a ver en la calle en muy poco tiempo.

-Antonio. ¡Fuera de aquí! Yo no tengo ningún problema.

-Tienes que ayudarme. Me van a investigar de un momento a otro.

-Si eres corrupto Antonio, no es mi culpa. Es problema tuyo. Fuera de aquí o llamo a seguridad.

-Mamá no querría esto-dijo Antonio llorando-Mamá y papá querrían que me ayudaras Javi. Por favor. ¿Cuánto quieres? ¿10.000€?

-¿Te crees que soy un ‘politicucho’ de tres al cuarto a quien le puedes sobornar? Soy tu hermano. No soy escoria. En mi vida he aceptado un soborno. Esta empresa la levanté yo con el sudor de mis manos. Antonio Pérez, ¡fuera de aquí!

Antonio se marchó más nervioso aún de lo que había entrado pero no volvió en todo el día.
Aquella noche, Javier se sentó en el sofá y encendió su enorme televisor para ver el telediario. Inmediatamente se percató de unas declaraciones en las cuales unos expertos en economía alarmaban de la inminente explosión de la burbuja inmobiliaria, lo que provocaría una gran catástrofe mundial. Inmediatamente se acordó de lo que le había dicho su hermano.

-No va a ocurrir nada-se dijo a sí mismo-Mi empresa es perfectamente solvente.

Su compañía se había colocado a la cabeza de su sector en España en el último lustro. No había motivo por el que preocuparse. Sin embargo, los meses fueron pasando y Javier se vio obligado a despedir a varios trabajadores. Entonces, llegó el 2008. Casi todos los países comenzaron a hundirse y la empresa entró en quiebra.

4 años después
Javier se había visto obligado a vender casi todos sus bienes materiales. El lujoso apartamento del centro de Madrid, se había convertido en un cochambroso piso en uno de los barrios más marginales de la ciudad. Sus trajes se habían transformado en típicas vestimentas propias de la clase baja, muy baja. Habían pasado ya 4 años desde la desaparición de su compañía y las deudas le ahogaban, por lo que decidió llamar a su hermano Antonio, el único familiar que le quedaba.

-¿Antonio?-preguntó por teléfono Javier.

-Dime.

-Verás. Quería preguntarte si podrías dejarme algo de dinero. Las deudas me atacan por todas partes y no puedo hacer frente a ninguna. Tengo el dinero justo para el alquiler de este mes. Pero no tengo para comida y cualquier día de estos me cortan la línea de teléfono-Antonio empezó a reírse-¿te estás riendo?

-Claro que me río-contestó entre carcajadas. Inmediatamente cambió el tono y se puso serio-¿Pretendes que te dé dinero después de no ayudarme en el juicio? ¿Tú sabes lo mal que lo estoy pasando?

-¿Y yo? En cualquier momento me quedo sin casa-dijo entre sollozos.

-Adiós Javier-se despidió bruscamente Antonio.

1 mes más tarde
Eran las 12 del mediodía y Javier todavía se encontraba durmiendo. De repente alguien llamó a la puerta. Éste se levantó en ropa interior y acudió rápidamente a abrir. Era su casero. No había podido pagar aquel mes el alquiler y el arrendador no estaba dispuesto a perder más dinero.

-Lo siento Javier. Pero tienes que marcharte-pidió amablemente.

-No,  por favor no. Te prometo que en cuanto pueda te pagaré-dijo mientras se ponía de rodillas ante él entre lágrimas.

-No. Lo siento. No insistas más o tendré que llamar  a la policía-terminó con voz entrecortada y triste.

Javier tenía tan solo algo de ropa y un poco de comida. Nada más. Por lo que cogió su maleta rajada por todas partes, salió por la puerta de entrada y se marchó sin despedirse para no volver.

CONTINUARÁ