Antonio. Parte 1
Antonio Pérez. 45 años. Un político que poco a poco iba
escalando en su carrera. Su único objetivo era llegar a la presidencia del país
llevándose por el camino a quien hiciera falta. Como si fuera su madre. Daba
igual. Él lo que quería era poseer el poder de dirigir España, el defecto más
codiciado.
En 2008 era consejero de Presidencia, Justicia y Portavocía
del gobierno regional de Madrid. También
era la mano derecha de la presidenta de la Comunidad. Con el dinero que ganaba,
se había comprado un chalet a las afueras de la capital. Dos pisos, cada uno de
250 metros cuadrados. Jardín con piscina, pista de tenis… Su hogar era incluso
más grande que el de su hermano Javier, un empresario que dirigía la compañía
de congelados más importante de España. Su relación con él no era demasiado
estrecha pero, al fin y al cabo, eran hermanos y un hermano está a tu lado
siempre.
La mañana del 13 de Marzo de 2008 estaba trabajando en su
despacho cuando recibió la inesperada visita de Javier. Éste vestía un traje
azul marino, con una camisa de color salmón y unos mocasines marrones. Entró
algo nervioso pero inmediatamente lo disimuló. Se sentó en la silla que se
encontraba al otro lado de la mesa de Antonio.
-Hermano. ¿Qué haces aquí?-preguntó extrañado. Javier había
visitado su oficina en contadas ocasiones y todas ellas para pedirle un favor o
para decirle que fuera a visitar a su madre moribunda, puesto que no la veía
desde hacía meses.
-Solo quería hablar con mi hermano. Hace mucho que no
tenemos una larga conversación-Antonio comenzó a ponerse algo nervioso. No
entendía qué hacía Javier ahí. Además, tenía mucho trabajo. Las elecciones se
acercaban. La presidenta se retiraba y, como él era su mano derecha, tendría
que hacerle la pelota cada instante para que lo nombrara su sucesor.
-Verás-dijo mientras cogía su chaqueta acomodada en el
respaldo de la silla y se levantaba-tengo muchísimo trabajo. Además hay
una rueda de prensa en media hora y me tengo que marchar ya.
-Está bien. Ya hablaremos otro día.
Javier salió por la puerta sin decir nada más y se fue.
Antonio llamó a su secretaria y los dos abandonaron el despacho.
Aquella noche Antonio estaba libre, por lo que cogió el
coche y se fue a las afueras de la ciudad. No acudió a su casa. Uno de sus
hobbies era buscar prostitutas para que le hicieran favores sexuales. Pero
era distinto. No le gustaban las scort de lujo. Él visitaba los barrios más
marginales de la ciudad y las llevaba al mismo hostal cada noche. Según él
ayudaba a los más perjudicados. Sin embargo, esa madrugada fue diferente.
Divisó desde el coche un bar que parecía tener buena pinta.
Aparcó a escasos metros de la puerta. Su entrada era muy luminosa con varios
carteles de color azul que parpadeaban cada segundo. El resto, como una
cafetería normal y corriente. Atravesó el portón y se dirigió hasta la barra.
-Ponme un Whisky-ordenó al camarero. El barman era el típico
joven de 25 años con una dilatación en cada oreja, el piercing del Septum en la
nariz y un tatuaje en cada esquina del cuerpo. Su pelo desaliñado expresaba su
escasa higiene.
-¿Cuál?
-El más caro-el bar por dentro era lo más corriente que
existía. Unas mesas de madera con sus sillones y sofás, una diana para jugar a
los dardos, etc. La gente que consumía en él también era de lo más normal.
Hasta que Antonio vio a una mujer de unos 25 años.
Estaba también sentada en la barra a unos 5 metros de él.
Llevaba un vestido rojo muy ceñido, con unos zapatos de tacón negros de unos 15
cm. El pelo rubio lo tenía ondulado y muy arreglado, situado de tal manera que
solo caía por su perfil derecho. Parecía que estaba esperando a alguien. No
paraba de mirar el reloj. Pasó media hora y seguía sola. Antonio decidió
acercarse. Conforme lo hacía comenzaba a respirar un fuerte olor a perfume de
frambuesa. En ese instante se enamoró.
-Buenas noches. No he podido dejar de observar que estás
sola. ¿Esperas a alguien?-la mujer se quedó callada durante unos segundos
mirando fijamente los azules ojos de Antonio.
-Me suenas de algo-respondió firmemente y con cierta
tristeza en su voz-Tienes unos ojos muy bonitos.
Comenzaron a hablar. En pocos minutos las sonrisas empezaron
a brillar en el rostro de la chica. Y en tan solo una hora, Antonio consiguió
emborracharla y llevarla al hostal.
10 meses más tarde.
Antonio se encontraba concentrado trabajando en su despacho
cuando entró su secretaria con un sobre en la mano. Rápidamente lo abrió. No
había remite por lo que se extrañó:
“Querido Antonio,
hace una semana di a
luz a un niño precioso. Se llama Antonio, como tú, su padre. Solo quería
pedirte que cada mes ingresaras la pensión del bebé, 2000€. El número de mi
cuenta es 2867 3957 4958 4840. No está a mi nombre ni a nombre de ningún
familiar ni conocido mío así que no podrás descubrirme. Sabes quién soy. Pero
no sabes mi nombre. Como no vea el día 1 de cada mes el dinero en la cuenta, tu
hijo secreto saldrá a la luz y pondrá fin a tu carrera.
Atentamente, la madre de tu hijo.”
En ese mismo instante Antonio se arrepintió de no haberle
pedido el número o el nombre a la desconocida del vestido rojo, 10 meses atrás.
Pero, para su desgracia, sus problemas no acababan ahí. En cuanto terminó de
leer la carta un hombre entró veloz en su despacho.
-Antonio. Hemos descubierto que hay un topo. Nos han
pillado-le susurró el hombre al oído.
-¡¿Cómo?!-gritó.
CONTINUARÁ
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