Javier. Parte 2
Era enero de 2013.
Javier llevaba 3 meses viviendo en la calle. Esos días dormía dentro de
los cajeros pero anteriormente se había acurrucado debajo de un puente. Todas
las mañanas se sentaba en plena vía madrileña, formaba un cuenco con su mano y
pedía algo de dinero para poder sobrevivir. Cada jornada conseguía entre 3 y 4
euros de los cuales ahorraba el 75% de ellos. Con el resto intentaba comprar
algo para comer por la noche.
Todos los días soñaba con volver en un futuro a su lujosa
casa, crear otra empresa desde cero y llegar al nivel de vida que poseía en
2008, justo antes de la quiebra de su compañía. Sin embargo, las horas pasaban
y esos sueños se empezaban a convertir en “divagaciones de un pirado”, según
sus palabras. Pero aquella mañana se despertó entre sus cartones de indigente
al lado de Lica, su perra, con sus vestimentas destrozadas y su pésimo aroma,
cuando una sensación recorrió todo su cuerpo:
algo iba a cambiar.
Madrugó y rápidamente los dos caminaron hacia la Gran Vía de
Madrid. Volvió a sentarse en la misma esquina y comenzó a pedir limosna.
Inmediatamente un hombre se acercó y le dio nada más y nada menos que 20€, un
billete que Javier llevaba años sin ver. Lica, su preciosa y cariñosa galga de
color blanco con alguna mota negra, recibió al desconocido con gran simpatía
moviendo la cola de un lado a otro. Éste fue el primer síntoma de que ese día
iba a ser totalmente diferente al resto.
Más tarde, Javier acudió al comedor social como cada
mediodía. Dejó a Lica atada en una farola y entró a comer. Media hora después
salió con una gran sorpresa: su perra había desaparecido. Nervioso miró a todas
partes y vio a Lica alejándose de él rápidamente. En aquel momento comenzó a
correr tras ella como si del fin del mundo se tratase. Su deterioro físico se
había incrementado en los últimos meses de manera extraordinaria y no
aguantaría mucho a tal velocidad. Pero, para su sorpresa, lo consiguió.
Tras una hora detrás de ella, Javier llegó a un barrio
madrileño que nunca había visitado. Estaba todo algo más oscuro y las calles
estaban desiertas debido al frío extremo. Ya era de noche y ese lugar no le
resultaba seguro. Se apresuró a buscar a su compañera. Llegó a un parque y
comenzó a llamarla. No aparecía. Se sentó en un banco por culpa de la frustración
y comenzó a gritar. Lica era lo único que tenía en este mundo y perderla
supondría una depresión que duraría meses o incluso años. Ella llevaba casi
medio lustro con él y había estado en todo momento dándole el cariño y la
compañía que necesitaba.
De repente, Javier escuchó algo proveniente de los
matorrales que había detrás del banco. Se giró pero no vio nada. “¿Lica?”,
preguntó. Pero nadie salió. Segundos después ocurrió lo mismo así que se
levantó y miró entre la maleza. En ese momento una mano apareció por la
retaguardia y cubrió su boca. El desconocido tiró de él y Javier cayó al suelo.
Cuando se encontraba boca arriba, vio que se trataba de 5 jóvenes vestidos de
chándal con una capucha en la cabeza.
Empezaron a escupirle y a reírse de él.
-Pero mírale que pintas lleva-dijo uno de ellos burlándose.
Javier intentó salir del círculo que habían formado a su
alrededor pero no lo consiguió. Los muchachos comenzaron a asestarle patada tras
patada hasta que llegaron los puñetazos. Él empezó a gritar pero le pegaron un
zapatazo en la boca. La lucha continuó durante 5 minutos pero, para Javier,
esos 5 minutos se habían convertido en horas. Su vista se fue desdibujando y, poco a poco, todo se fue apagando. Los chicos
se marcharon corriendo y Lica apareció. Rápidamente moviendo la cola se acercó
y comenzó a lamerle la cara. Él prácticamente se encontraba inconsciente pero
sabía perfectamente quién estaba junto a él.
-Lica, has venido-dijo con un brillo en los ojos y casi sin
poder articular las palabras.
Poco a poco las luces para Javier se fueron apagando
mientras acariciaba a su perra lentamente, hasta que tras media hora de agonía
la oscuridad se apoderó de todo.
Su cuerpo permaneció durante toda la noche en pleno parque
con Lica sentada junto a él sin separarse un milímetro. Su mano rodeaba el
cuello de la perra como si de un abrazo se tratara y, ésta, no se había movido
en absoluto a lo largo de toda la madrugada.
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