lunes, 30 de diciembre de 2013

Trotar y trotar

Trotar y trotar.
Él sólo quería trotar.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Los desconocidos. Capítulo 1

Nieve, mucha nieve. No se veía ni un palmo de la carretera. Sofía y John discutían. Se iban a casar, pero no se ponían de acuerdo en el lugar. Ella quería contraer matrimonio en una playa de España. Él en los fiordos noruegos. Insultos, amenazas, se dijeron de todo. Hasta que un conejo apareció en la calzada. John pisó el freno al máximo y el hielo hizo el resto. El vehículo abandonó el asfalto hasta estamparse contra un árbol escondido entre unos matorrales. Ella murió al instante. Él sobrevivió. La profundidad de la noche se había llevado a lo que más quería.

Los desconocidos

lunes, 19 de agosto de 2013

Tik, tak, tik, tak, tik, tak, tik, tak,...

No aguantaba más. El diario en el que trabajaba le había dado un ultimátum. O escribía algo realmente bueno para el día siguiente, o la empresa rescindiría su contrato. Pero el cerebro no caminaba. Llevaba bloqueado más de tres meses, desde que una terrible noticia había ocupado los titulares de todos periódicos de su vida de aquel día.

Encendió el ordenador. Abrió Word y fijó la mirada sobre la pantalla y el teclado. Los segundos volaban y los minutos corrían: tik, tak, tik, tak, tik, tak, tik, tak,...

viernes, 10 de mayo de 2013

Ella

Se ve apresada, acorralada. Cree que no tiene escapatoria. El humo tapona su nariz. El ruido ensordece sus oídos. La crueldad ciega sus pupilas. La sociedad apunta directamente a su frente sin piedad. Los seres humanos conocen el daño que están causando. Conocen las consecuencias. Pero no impiden sus lloros. Sus lágrimas recorren cada grieta formando un río que desemboca en el vacío. Las aguas nunca llegarán a su destino. No poseen un fin cercano. Vagarán toda la eternidad, hasta que termine de llorar. Entonces, todo acabará. Su sino era perpetuo hasta que la humanidad se interpuso en su camino. 

Mientras, ellos no sufren. Mientras, ella sí sufre. 




sábado, 13 de abril de 2013

Sufrimiento Animal. Capítulo 6



La noche más larga

María recibió una llamada. Descolgó el teléfono móvil. Tan sólo pude escuchar: “dime” y después de unos segundos su rostro cambió por completo. Dijo: “oh Dios mío. Voy corriendo”. Su expresión se modificó repentinamente y la preocupación se coronó en ese momento como su sentimiento principal.

-Acompáñame, por favor-dijo con mucho nerviosismo después de guardar el celular. Sin preguntar qué ocurría, cogí su mano derecha y rápidamente abandonamos el bar.

Ella corría y corría. Como podía, claro. Llevaba unos tacones enormes. Y yo no entendía nada. Le preguntaba qué era lo que pasaba y no me respondía. Estaba totalmente concentrada en no pisar mal y caer al suelo. Se dirigía hacia mi casa.

-Vamos en tu coche, ¿no?-preguntó.
-¿A dónde? ¿Qué está ocurriendo?
-Tenemos que ir a la ciudad. Rápido-respondió sin aliento.

Continuamos la carrera hasta mi calle. Saqué las llaves del coche alquilado de mi bolsillo derecho del pantalón y encaminamos hacia la capital. Durante el trayecto María me gritó una y otra vez que acelerara. Otras veces que frenara. Estaba totalmente fuera de sí. Y yo todavía desconocía el por qué. El vehículo circulaba a 135 km por hora. Aún no entiendo cómo no nos estampamos fuera de la calzada.

Nos encontrábamos a 20 kilómetros de la ciudad cuando un conejo apareció de la nada y cruzó la carretera. María chilló, yo frené en seco, el coche patinó y se detuvo repentinamente en el carril contrario. Respiré hondo.

-¿Te has dado cuenta de lo que acaba de ocurrir?-preguntó ella extasiada.
-Sí. Ha hecho amago de volcar-respondí con la mirada perdida. Me mantuve abstraído unos segundos.

En ese momento cruzaban por mi mente decenas y decenas de reflexiones. Una de ellas era la imagen de Alicia. Se había ido unos días atrás y desde entonces no había pensado en ella. Se había esfumado de mi vida. Por fin.

-Vamos por favor.
-Continúo hacia delante si me dices lo que ha pasado. Si no, vuelvo al pueblo-avisé. Necesitaba que me lo dijera ya. Estaba agobiado por un motivo que aún no conocía.
-Me ha llamado mi compañero de la asociación. Alguien ha entrado y ha soltado a todos los perros. Se han escapado. Además, me ha contado que ha llegado uno nuevo esta noche. No me ha querido decir como está. Pero debe de ser horrible-mientras me lo explicaba, arranqué.
-Tranquila. En un momento llegamos-cogí sus manos con la mía derecha. Le temblaba todo el cuerpo. Esos animales podían estar en cualquier parte del monte. Otra vez, abandonados. Sin comida que comer. Sin cariño que recibir. Vagando por entre los árboles. Luchando para sobrevivir.

Después de unos minutos llegamos a La Caseta. Todas las correas estaban desatadas y los refugios donde descansaban destrozados. Alguien había entrado y lo había destrozado todo. No se me ocurría quién había sido capaz de cometer un acto tan atroz. Eran las dos de la mañana y la noche iba a ser muy larga.

María y su compañero salieron a buscarlos. Mientras, acudí al veterinario que se había despertado tan sólo para ver cómo se encontraba el nuevo perro. Entré y lo observé. Las pocas ganas que tenía de seguir despierto disminuyeron todavía más. No distinguía cuál era su raza. Su posición era anormal. El pobre era completamente deforme. Las patas traseras no las podía estirar y no le habían crecido lo suficiente. Todo el cuerpo se sostenía sobre las delanteras. La cabeza la tenía ladeada hacia la derecha y ligeramente entornada hacia el suelo. La cola reposaba bajo su tronco y no podía moverla. Además, sus extremidades no iban acordes con su tórax. Era desproporcionado.

-¿Qué…qué le ha ocurrido?-pregunté casi sin poder enlazar las palabras.
-No le ha ocurrido nada-respondió el veterinario fríamente sin expresar lo que sentía en aquel momento.
-¿Entonces?-no podía parar de mirar al perro. Estaba “sentado” en la camilla sin apenas moverse. Cuando lo intentaba arrastraba todo su pequeño y deformado cuerpo a la vez. Apenas sabía caminar.
-Mira-se giró y señaló una jaula de pájaros que había en el suelo. Su tamaño era el de una jaula típica para canarios o jilgueros. La parte de arriba se unía en forma de cúpula.
-No entiendo lo que me quieres decir.
-Joder Juan. El perro ha vivido toda su vida en ella. Hoy ha sido el primer día que ha salido.
-¡¿Cómo?!-grité desconcertado-Pe…pero, ¿lleva desde que nació ahí dentro?
-Eso nos han dicho-respondió apoyando sus manos en la camilla mientras varias  de sus lágrimas caían al vacío.
-¿Cuántos años tiene?
-No lo sé exactamente. Es difícil calcularlo en el estado en el que se encuentra. Pero más o menos, yo diría que unos tres. Ha vivido todos y cada uno de los días de sus tres años en la jaula.

martes, 9 de abril de 2013

Sufrimiento Animal. Capítulo especial (Segunda parte)




Los sueños, ¿sueños son? (Parte 2)


“Lo que sí que evitó que diera otro paso fue un ladrido cercano. Un ladrido de Veintidós.

Volví a gritar.

-¡Veintidós! ¡Ven aquí ahora mismo!

Volvió a ladrar.

-¡Veintidós!
Me acerqué al lugar desde el que los emitía. Escuché un disparo y sus lloros. Corrí hacia allí. La carrera estaba siendo eterna. Parecía no acabar nunca. Llegué. La vi tum…”

De repente me desperté. Eran las 8 de la mañana y tan sólo llevaba durmiendo dos horas. Había tenido una de las peores pesadillas de toda mi vida. Volví a dormir. El sueño continuó.

“Llegué. La vi tumbada sobre la hierba. Cuando me observó, ambos empezamos a llorar. Del cuello brotaba un chorro de sangre. Aquella escena me estaba pareciendo la más aterradora que había tenido la desgracia de vivir. Intentó mover la pata derecha posterior, pero sus escasas fuerzas se lo impidieron.

Solté la correa del Akita y rápidamente saqué un pañuelo de seda del bolsillo izquierdo del pantalón. Intenté taponar la herida del disparo con él. La cogí en brazos y, con el otro perro atado en mi muñeca derecha, bajé al pueblo. Veintidós todavía respiraba.

El trayecto fue eterno. Caminando por la calzada me fijaba que ésta, cada vez se alargaba más. Las pocas personas que permanecían en las aceras me miraban, pero ninguna me ayudaba. De hecho, en algunas de ellas pude oler un sentimiento de satisfacción al ver mis lágrimas derramarse al suelo. Al ver la impotencia que corría por mis venas. Al ver cómo un ser tan perfecto como ella luchaba entre la vida y la muerte. Entre el día y la noche. Entre el sol y la nada. Entre la luz y la oscuridad. En ese momento no sabía quién ganaría. Pero mi amor por ella me convencía de que el alma de Veintidós no se me escaparía.

Entré en el primer bar que encontré. Tan sólo había cuatro personas. Todos ellos hombres de más de 50 años. Me miraron. Uno de ellos se levantó de su asiento y se marchó. Los otros tres cesaron su atención sobre mí y continuaron charlando. Me acerqué a la barra.

-Por favor. Necesito ayuda. Han disparado a mi perra y está perdiendo mucha sangre. Ayúdeme por favor-supliqué llorando al camarero.
-No se permiten animales en este local-respondió sin mirarme.
-¿Qué? ¿Cómo?-pregunté sin creerme lo que me había dicho.
-Váyase fuera, por favor. En la puerta hay un cartel de ‘Prohibido perros’. No haga que llame a la policía-contestó impasible.

En ese momento sentí como si alguien desconocido hundiera su puño sobre mi pecho y me arrancara cruelmente el corazón para después freírlo y repartirlo a los tres inútiles que bebían cerveza y discutían acaloradamente sobre quién es el mejor jugador de fútbol del mundo. Escupí sobre la cara del barman y salí de aquella tasca nauseabunda.

Veintidós respiraba. Cada latido de su corazón para mí era una bocanada de aire. Sabía que si dependía de la gente del pueblo me ahogaría, así que acudí a mi casa para coger el teléfono y llamar al veterinario.

-¿Sí?-preguntó con voz cansada.
-Perdona. Soy Juan. Necesito tu ayuda. Han disparado a Veintidós en el monte. Necesito que vengas o que me digas qué tengo que hacer para salvarla-respondí llorando.
-No puedo ayudarte-colgó.

Me quedé observando el móv…”

Volví a despertar. Era mediodía, así que me levanté. Por desgracia, la pesadilla continuaría amargándome muchas noches…

domingo, 7 de abril de 2013

Sufrimiento Animal. Capítulo especial



Los sueños, ¿sueños son? (Parte 1)


“Caminaba por el monte. Caminaba con Veintidós y el Akita. Ambos corrían de felicidad. El sol todavía brillaba. Aunque con menos fuerza que hacía unos minutos. De un momento a otro desaparecería entre las copas de los pinos de la montaña.

Yo vestía con ropa apropiada para la ocasión. Aunque llevábamos andando desde por la mañana, todavía permanecía en un estado casi perfecto de limpieza. Al contrario que mis dos perros. Se habían restregado contra heces de vaca y el olor que desprendían era nauseabundo.

Poco a poco nos acercábamos al inicio del pueblo. La carretera era el típico camino de tierra por donde apenas viajan vehículos. Pero que de repente aparecen tres o cuatro a toda velocidad. Así fue. Se presentó sin avisar un trío de autocares a unos 100 km por hora. Veintidós, sin haberse percatado de ellos, vio un gato al otro lado de la calzada y en cuestión de dos segundos se lanzó hacia él. Los coches frenaron en seco en ese mismo instante y por escasos dos metros no atropellaron a mi galga. Inmediatamente pedí perdón a los conductores y reñí a la perra. El corazón me fue a mil por hora.

Cinco minutos después, todavía por aquella zona, Veintidós desapareció. La busqué con el Akita por todas partes. La preocupación era inmensa. La perra no volvía y la noche comenzaba a  apagar el sol  encendiendo las estrellas en el cielo. Apenas veía lo que tenía a mí alrededor. Daba un paso. Gritaba su nombre. Daba otro paso. Volvía a gritar y el can que tenía junto a mí ladraba. En mi interior pensaba que estaba llamando a Veintidós para que volviera. Pero no nos escuchaba.

Una hora después continuábamos con la búsqueda. No quería cesar en ella. Pero en aquel instante, mi mente caminó libremente y llegó a la conclusión de que podía haber vuelto a casa y que ahora nos estaría esperando en la puerta. Mis piernas adoptaron la misma opinión y comenzaron a caminar sin que  yo pudiera evitarlo. Lo que sí que evitó que diera otro paso fue un ladrido cercano. Un ladrido de Veintidós.

Volví a gritar.

-¡Veintidós! ¡Ven aquí ahora mismo!

Volvió a ladrar.

-¡Veintidós!

Me acerqué al lugar desde el que los emitía. Escuché un disparo y sus lloros. Corrí hacia allí. La carrera estaba siendo eterna. Parecía no acabar nunca. Llegué. La vi tum…”

De repente me desperté. Eran las 8 de la mañana y tan sólo llevaba durmiendo dos horas. Había tenido una de las peores pesadillas de toda mi vida. Posteriormente me dormí y el sueño continuó. Por desgracia, más adelante en el tiempo cobraría sentido…

jueves, 28 de marzo de 2013

Sufrimiento Animal. Capítulo 5



Verano alargado

24 de agosto. Cielo azul. Temperatura de 29 grados y un silencio propio del invierno. El pueblo se estaba quedando vacío pero yo resistía a marchar. Había decidido alargar mis vacaciones estivales hasta la segunda quincena de septiembre. Era mi regalo por todo el trabajo de la temporada anterior. A parte de Veintidós, claro.

Eran las cuatro de la tarde y la paz reinaba en las calles.No se escuchaba ni una sola voz pero, media hora después mi timbre sonó y la galga se despertó. Rápidamente abrí la puerta. Sabía de quién se trataba. Vi a María más guapa que nunca. No tenía el rostro tan cansado como de costumbre y parecía más feliz y activa. Se había cambiado el uniforme de la asociación y lo había sustituido por una camiseta azul con escote, unos leggins negros  con un cinturón blanco a la altura del ombligo y unas manoletinas del mismo color que la parte de arriba. El pelo se lo había arreglado y caía en forma de cascada con un alisado perfecto y envidiable. No se había maquillado. Me demostró que una mujer puede ser preciosa sin echarse polvos en la cara, no como Alicia. Mi,todavía mujer, se pintaba todos los días al igual que las participantes de Mujeres y hombres y viceversa. Pero María era todo lo contrario.

-Buenas tardes-saludó sonriente. Me quedé observándola cinco segundos sin pronunciar palabra. Estaba bloqueado-¿Juan?
-Sí. Buenas tardes-dije cuando por fin me atreví a mover los labios. En esos instantes estaba demasiado nervioso.
-¿Te ocurre algo?-preguntó extrañada. Por suerte, mi galga salió al rellano a romper el hielo y le dio la bienvenida saltando sobre ella, meneando la cola de un lado a otro. María acarició su cabeza-Qué simpática es-Veintidós se marchó a su colchón y volvió el silencio. No sabía cómo afrontar la situación. Hacía muchos años que no me había visto ante algo así. Ante esa perfección imperfecta.
-¿Qué…qué haces a…aquí?-interrogué tartamudeando como consecuencia de mis nervios. Ella rió.
-He venido a traerte el perro de ayer. El Akita-se me había olvidado por completo.Me di cuenta de que una sonrisa había ocupado su rostro desde hacía un buen rato y se negaba a abandonarlo. De repente, unas ganas inmensas de besarla me asaltaron y mi corazón marchó a más de 100 latidos por minuto. Tenía que actuar ya.
-¿Dónde está?-pregunté, continuando con el tema del que hablábamos.
-Abajo en el coche, ¿me a…?
-¿Quieres que esta noche vayamos a tomar algo tú y yo?-cuestioné repentinamente y cortando su intervención.
-Sí-respondió sin un segundo de duda. Aquello fue todo  un alivio y los dos sonreímos como enamorados. Todo estaba saliendo a la perfección. Pero ese mismo día, ese todo se torcería unos cuantos grados.

Después de eso María y yo bajamos las escaleras del portal y salimos a la calle. Abrió el maletero de su coche y vi al Akita tumbado sobre unas mantas con un cono en el cuello. Bastantes heridas y golpes inundaban su piel y la pata posterior derecha estaba cubierta por una venda, aunque tenía mejor aspecto que el día anterior. Me miró. Vi pánico y nerviosismo en sus ojos. La calamidad que había sufrido ese perro era atroz. Su dueño le había atado a un árbol y le había asestado varios golpes, produciendo daños físicos y psicológicos. Así que, con cuidado, María lo sacó del vehículo, lo posó en el suelo y poco a poco caminamos los escasos metros que nos separaban hasta la puerta de mi casa. Veintidós bajó mientras recorríamos la distancia recibiéndolo con alegría y felicidad. Todavía me sorprendía lo activa que era ella después de haber padecido en sus propias carnes el maltrato animal en una horca.

Aquella noche el Akita no probó la comida que le puse en su cuenco. De hecho, no se movió del hueco que yo tenía reservado para dejar la leña de la chimenea. Ahí se sentía protegido y yo no le molesté. Entendí que era mejor que tuviera tranquilidad por lo menos, hasta el día siguiente. Veintidós se tumbó de manera que cerraba el lugar donde descansaba él para que nadie invadiera su estrecho escondite. Lo estaba cuidando. En ese momento empecé a darme cuenta de que el reino animal no es tan diferente del nuestro y juré que a partir de aquel momento iba a concienciar a las personas que todavía creían que los animales viven para servirnos. Me prometí a mí mismo que esa opinión, desde mi punto de vista, tan poco respetable, iba a desaparecer. Esa noche no sabía si lo conseguiría. Pero se convirtió en mi objetivo prioritario.

Era la una de la madrugada y abrí la puerta del bar. La tasca era como la de un pueblo olvidado por una provincia perdida. Seis o siete mesas con sus respectivas sillas mal puestas, suelo aparentemente sucio, personas viendo el fútbol, y tras la barra dos camareros de baja estatura, con calvicie y con una barriga asomada sobre el cinturón. Y en esa habitación, sentada en un sillón, una luz brillaba alrededor de una mujer. Una mujer sin maquillar, con un vestido azul-no muy ceñido-que llegaba hasta las rodillas con algo de escote. El pelo era el mismo que el de la tarde. Me miró. Le miré. Me sonrió.Le sonreí. Recorrí unos pasos y me senté con ella.

Yo me había vestido para la ocasión con la ropa que solía llevar. Una camisa de cuadros del mismo color que su vestido, unos vaqueros ajustados, unas zapatillas deportivas negras y, esta vez, saltándome mis normas, una elegante chaqueta oscura. Todo iba sobre ruedas hasta que dieron las dos en punto. Haciendo referencia a una de mis series favoritas, Cómo Conocí a Vuestra Madre, nunca ocurre nada bueno después de las dos de la mañana.

María recibió una llamada. Descolgó el teléfono móvil. Tan sólo pude escuchar: “dime” y después de unos segundos su rostro cambió por completo. Dijo: “oh Dios mío. Voy corriendo”. Su expresión se modificó repentinamente y la preocupación se coronó en ese momento como su sentimiento principal.
-Acompáñame, por favor-dijo con mucho nerviosismo después de guardar el celular. Sin preguntar qué ocurría, cogí su mano derecha y rápidamente abandonamos el bar.


martes, 19 de marzo de 2013

Sufrimiento Animal. Capítulo 4



Despedida y bienvenida

Un golpe. Dos golpes. Tres golpes. Cuatro golpes. Mientras corría hacia el pobre perro contaba cuántos impactos recibía. Sus gritos eran inmensos y mi corazón latía a un ritmo frenético. Tras unos segundos de carrera, miré atrás y observé que Veintidós había desaparecido. Inmediatamente me sentí en otra cruzada. No sabía si ayudar o buscar. Inconscientemente pensé en que en ese momento había un pobre animal indefenso por el monte. Pero no sufría. En cambio, el otro sí lo hacía. Sus ladridos retumbaban en cada montículo del campo. Dolían como cientos de puñaladas en el corazón. Por fin llegué.
-¡Qué cojones te crees que estás haciendo!-grité cogiéndolo del cuello y apartándolo del árbol. Vestía con un chubasquero verde, unos pantalones vaqueros y unas botas de monte. Su cabeza estaba cubierta por un gorro y tan sólo se distinguían sus ojos.
-Vete de aquí si no quieres acabar igual-respondió mientras me observaba atentamente. Su mirada era desafiante. Se clavó en mis ojos y una sensación de terror invadió mi cuerpo calado. También pensé que de alguna manera lo conocía. Me resultaba cercano.
-No pienso marcharme. Deja al perro en paz-avisé. En aquel instante sacó una navaja de su bolsillo derecho y temí lo peor. Pero no fue así. En vez de clavármela a mí, levantó su brazo y se la incrustó al perro en su pecho. Posteriormente golpeé su cabeza con mi puño diestro y cayó al suelo. Se levantó y se lanzó a por mí. Segundos después me encontré con él sobre mí en la hierba en pleno forcejeo mientras el animal perdía demasiada sangre. Finalmente le empujé y estampó su cabeza contra una gran piedra que se situaba a unos metros. Mientras yo desataba al animal del árbol, él permaneció tumbado sobre la tierra mojada sin apenas mover un músculo. Cogí al perro y me marché rápidamente.

Era un Akita precioso. Su cuerpo, ni grande ni pequeño, lo dominaba un color marrón claro, con todo el pelaje apagado por culpa de su terrible estado. Los golpes asestados por el desconocido, habían causado múltiples heridas y en el pecho la sangre empezaba a brotar de forma apresurada. Su cabeza colgaba en el aire y se movía de un lado a otro dependiendo de mis pasos. Las patas estaban suspendidas hacia el suelo por la gravedad y la cola descansaba entre ellas. No sabía si aún vivía. Me guiaba por su movimiento de respiración. Poco a poco el rastro de líquido vital que iba dejando por la montaña se incrementaba. El pobre perro estaba luchando intensamente por sobrevivir. La batalla que se labraba en su interior era una batalla cruel y sin sentido. Causada por la terrible mano del hombre, un ser audaz y despiadado capaz de realizar cualquier acto deleznable para su particular disfrute.

Los árboles me impedían correr más veloz. Y las raíces de éstos que sobresalían del suelo me aprisionaban en el interior del bosque. Parecía que la naturaleza no me permitía socorrer al Akita. Además, la lluvia se intensificaba cada minuto que despedía. Pero finalmente pude salir del monte. Cuando comencé a ver las casas del pueblo, cogí el teléfono móvil del bolsillo derecho con la mano del mismo costado y llamé al veterinario. De repente los astros se alinearon y la suerte corrió en mi favor. Él había ido a visitar a una compañera y cuando me cogió la llamada todavía se hallaba a tres kilómetros del poblado. En cinco minutos había llegado. Tras suplicármelo dos veces, él se marchó con el perro y yo fui a mi casa.

-Te llamaré en cuanto le opere-se despidió. Temía no volver a saber nada de él.

Eran las cuatro de la tarde. Veintidós me estaba esperando en el portal de mi edificio. En cuanto me vio vino corriendo a saludarme con una felicidad inmensa. Subí con ella para presentársela a Alicia. Su reacción fue extremadamente negativa. Sin embargo, no rebatió. Entré en mi habitación y vi a mi mujer haciendo las maletas para abandonar el pueblo. Su cara expresaba rabia y dolor. No entendía por qué. Yo tenía más argumentos para replicar.

-¿Qué haces?-pregunté sin saber por qué. Cada día que terminaba, le odiaba más.
-Me vuelvo a Bilbao. No quiero pasar ni un segundo más aquí-respondió ella sin ningún pudor.
-Vale. Vete-en aquel instante dejó de coger la ropa del armario. Se quedó mirándome unos segundos y, posteriormente, estalló. Estalló cual bomba nuclear. Empezó a encadenar una palabra tras otra sin ningún sentido. Apenas la escuchaba. El griterío que formó fue tal, que tuve que salir del dormitorio y encerrarme en el baño mientras varias lágrimas caían de mis ojos. Mientras ella continuaba con la explosión de su rabia, yo me miré en el espejo. De repente me di cuenta de todo. El pelo se me estaba cayendo del estrés. En vez de rubio como era antes, ahora tenía un color oscuro y feo. Además, se había convertido en algo grasiento y lacio. Las ojeras habían inundado mi rostro y emitían una sensación de cansancio continuo. Varios granos habían aflorado en mi piel facial. Una barriga cada vez más grande sobresalía de mi camiseta. Ya no era el de antes. Ya no era aquel joven al que todo el mundo halagaba y del que todo el mundo quería un beso. Me di cuenta de todo. Pero de repente, vi un haz de esperanza en mi interior. Todo lo había provocado ella. Que mi vida estuviera del revés era por su culpa. Para que mi vida volviera a ser lo perfecta que era antes, uno de los dos tenía que partir.

Salí del baño. Ella seguía gritando. Sin decir nada, cogí sus maletas y las tiré por la ventana. Se enfadó aún más.

-Cállate-impuse. Contra todo pronóstico, lo hizo. Era mi turno. Pero iba a ser muy breve-Tienes los cojones de gritarme y llamarme de todo cuando la que se ha estado tirando a otros has sido tú. Te recuerdo que me has puesto los cuernos cuatro veces en el último mes. Y te he perdonado porque creía en ti. No tienes corazón. Has jugado conmigo como has querido y para una vez que ayudo a un animal te cabreas por haberlo adoptado. No tienes sentimientos. No tienes nada. Vas a acabar todas las noches en una esquina arrastrándote por diez míseros euros. Pero dudo que te los paguen. Porque tú vales mucho menos. Fuera de mi vista. Fuera de mi casa. Fuera de mi vida-declaré en un tono desafiante continuo.

Se marchó.

Al día siguiente me desperté feliz por primera vez en muchos meses. Alicia se había ido y Veintidós había dormido conmigo en la cama. Pocos segundos después de abrir los ojos recibí una llamada. Era el veterinario.

-Juan. Tengo noticias-manifestó con una voz impasible.
-¿Qué ha ocurrido?-pregunté incorporándome bruscamente sobre el colchón y provocando que mi galga se asustara.
-Hemos conseguido salvarlo. Está sedado y en las próximas horas se despertará. Ha sido todo un éxito-respondió cada vez más alegre.
-Gracias a Dios-por fin respiré con alivio.
-Pero tenemos un problema. Necesitamos una casa en la que se recupere. Un hogar de acogida para su posterior adopción-sabía perfectamente por qué me había dicho eso. Él esperaba que ese hogar de acogida fuera el mío. Él lo esperaba y así fue.
-Tranquilo. Yo lo haré.

lunes, 11 de marzo de 2013

Sufrimiento Animal. Capítulo 3


Felicidad y tristeza

Veintidós me esperaba. Lo había encontrado el día anterior y todavía se recuperaba en la clínica. Tenía muchas ganas de acariciar su estropeado pelaje. En tan sólo 24 horas, mis sentimientos por ella eran inmensos. Probablemente más que los que tenía hacia mi mujer.

Alicia no me dirigía la palabra desde aquella llamada telefónica. Actuaba como una adolescente de 15 años. Y yo no aguantaba más. Así que sin despedirme de ella, me monté en el vehículo alquilado porque por su culpa el mío permanecía en el taller, y comencé un camino que se me haría larguísimo.

El sol había ocupado todo el terreno azul el día anterior. Se acababa el verano pero el otoño aún no se hacía sentir. La gente descansaba en sus casas estivales y las piscinas estaban a rebosar. Todo eso había ocurrido la jornada de ayer. Sin embargo, aquella noche un ejército de nubes había invadido el cielo y había desterrado al sol, haciéndose cargo de su desaparición. El resultado fue una lluvia intensa y una temperatura de 21 grados en la provincia soriana.

Cinco minutos después de haber abandonado el pueblo, la tormenta se intensificó hasta tal punto que sólo podía observar un metro de calzada. Decidí acercarme al arcén y parar el motor del coche hasta que la borrasca menguara. Mientras tanto, saqué una cajetilla de tabaco de la guantera izquierda y encendí el primer cigarrillo del día. Había fumado desde los 15 años hasta los 25. Con esa edad decidí dejarlo y ahora, un lustro después, había comenzado otra vez debido a los últimos acontecimientos relacionados con mi mujer.

Tras un cuarto de hora de intensa lluvia, la tormenta disminuyó su amenaza y yo pude continuar con mi camino. Conforme me acercaba a la capital, el cielo se iba aclarando y de vez en cuando se podía ver como el sol iba ganando terreno en su lucha contra las nubes. Muchas veces tenía la sensación de que las batallas que se sucedían en él eran una representación perfecta de las que ocurrían en mi interior. Pero eso ya lo explicaré más adelante.

Por fin llegué a Soria e impaciente aparqué en el primer lugar que encontré. Abrí la puerta de la clínica y vi a María con el veterinario. Ella estaba de espaldas hacia mí. Lloraba. Me temí lo peor.
-Hola-saludé preocupado mientras me acercaba a los dos y me posicionaba de tal manera que cerraba un triángulo frente al mostrador-¿Ha ocurrido algo? ¿Le ha pasado algo a Veintidós?
-No, no. Tranquilo-respondió el veterinario.
-Lo siento por preocuparte. Son temas personales-dijo María reprimiéndose las lágrimas. Se secó con un pañuelo usado que guardaba en el puño de su mano derecha, y sonriendo me invitó a cruzar la puerta que había a la izquierda de la mesa. Allí me esperaba la galga.

Estaba tumbada en el suelo entre la camilla y unos sacos de pienso. Al igual que el día anterior, no apartaba su mirada de mi cuerpo. Daba un paso y su cabeza se movía hasta encontrarme. Me detenía y apoyaba su cráneo sobre la colcha en la que descansaba. Volvía a caminar y sus ojos me buscaban desesperadamente. Segundos después me acerqué y con mi mano derecha acaricié su fina cabeza. En aquel momento, su cola comenzó a menearse de derecha a izquierda inundando todo su estrecho cuerpo de una felicidad inmensa. Unas pocas lágrimas aparecieron en las cuencas de mis ojos y recorrieron mi rostro. Me incorporé y me quedé unos segundos observándola.

Inmediatamente, su pata izquierda empezó a golpear mi pierna contraria. Con ese gesto me estaba suplicando más caricias. Me volví a agachar y repetí la acción anterior. A pesar de sus heridas y del infierno que atravesaba, estaba feliz. Estaba feliz como un perro que había nacido en el calor de un hogar. Y en donde todos los miembros de su familia lo habían aceptado.

En ese momento, el veterinario y María entraron en la sala. Sus sollozos se habían evaporado y parecía que se encontraba mejor. Por el contrario, él permanecía muy serio.

Salí de la clínica con Veintidós en brazos. El día empeoraba y varias nubes amenazaban tormenta. La chica de la asociación me acompañó hasta mi vehículo en una situación un poco incómoda. Sin pensarlo, hice una pregunta que jamás debería de haber hecho.
-¿Qué te ocurría?
-Problemas en la asociación. No puedo más. Muchas veces me he preguntado a mí misma por qué tengo la vocación de salvar a  los animales. Con lo fácil que sería ver uno muriéndose y pasar de todo como hacen bastantes personas. Pero es imposible-otra vez rompió a llorar. Yo también me derrumbé. María era la típica mujer en la que no te fijas cuando la conoces. Pero  van transcurriendo los días y te das cuenta de su personalidad y de su físico real. Parecía una persona increíble.

Cuando metí a Veintidós en el maletero-con todos los mecanismos reglamentarios ya incluidos-di un abrazo a María. Ella lo recibió con sorpresa pero a la vez con una gran gratitud. Durante unos segundos permanecimos en él hasta que cuando nos separamos, vi su inmensa belleza. Sus ojos eran de un azul marino oscuro precioso. Su cabello liso, castaño, enmarañado y con mechas rubias, llegaba hasta sus hombros. En la frente sufría un perfecto giro de derecha a izquierda. Su nariz era de un tamaño idóneo acorde con su fino rostro. La piel no padecía ni una sola arruga ni una sola erupción. Era lisa como la de un bebé. Todo su cuerpo desprendía un olor a fresa que invitaba a acercarte más. Ese abrazo, fue un antes y un después en nuestra relación.
-Muchas gracias. Lo necesitaba-respondió ella.
-Verás. He estado pensando y creo que voy a ayudaros en todo lo que pueda con La Caseta por lo menos hasta final de verano.
-¿En serio?-un brillo inundó su mirada y su expresión facial. Se le habían esfumado de encima 10 años como mínimo-Muchísimas gracias-me abrazó. Éste fue incluso más intenso que el anterior.

Tras una corta despedida, comencé el camino de vuelta hacia el pueblo. Una ligera lluvia volvió a mojar las hojas de los árboles y la carretera comarcal. El cielo no amenazaba como antes así que me permití aumentar la velocidad de mi coche. Tenía un control extremo y jamás había sufrido un accidente.

Después de unos minutos llegué a mi casa. Era mediodía y probablemente mi mujer había quedado con sus amigos en el bar de la calle del centro por lo que decidí dar el primer paseo a Veintidós. Durante el camino no pudo parar de mover la cola. Su felicidad era tan inmensa que cada pocos segundos me pedía caricias. La escasa lluvia que caía en esos instantes me permitió adentrarme en el monte. Como había demasiado barro, simplemente paseé por un camino que lo cruzaba.

De repente, la lluvia se intensificó y Veintidós comenzó a tirar de la correa hacia atrás. Miré en dirección contraria y vi cómo un hombre vestido con un chubasquero ataba a su perro a un árbol y lo maltrataba a base de golpes con un bate de béisbol. Mis piernas corrieron solas hacia el lugar de los hechos. Sin querer solté la correa y mi galga se marchó.

lunes, 18 de febrero de 2013

Sufrimiento Animal. Capítulo 2


Nueva vida

El cielo era de un color increíblemente azul. Tan sólo se visualizaban dos nubes a lo lejos. El termómetro del interior de mi Renault alquilado marcaba 25 grados, una temperatura muy agradable de la que no me había fijado cuando acababa de encontrar a la galga. Desde dentro veía como una brisa intermitente acariciaba la superficie de las hojas de los árboles. A pesar del trágico suceso, se trataba de un buen día de final de verano.
Tras unos 20 kilómetros recorridos, mi esposa llamó a mi teléfono móvil. Sin apenas apartar la vista de la calzada descolgué con el sistema de manos libres.

-Juan, ¿por dónde vas?
-Cariño estoy yendo a Soria.
-¿Cómo?-se sorprendió Alicia.
-Me he encontrado por el camino a un perro ahorcado. Lo estoy llevando con una asociación a un veterinario.
-Pero, ¿cuándo marchas a Bilbao entonces?
-Cuando termine.
-¿Me estás ocultando algo?-preguntó nerviosa.
-¿Cómo? ¿Qué dices?
-Estamos pasando una mala racha y me dices de repente que te vas allí. Es normal que piense así.
-¿Te recuerdo por qué estamos pasando una mala racha?-hubo un silencio. No respondió. Sus pensamientos quedaron apresados en una caja fuerte de la que, probablemente, ella misma se olvidaría de su contraseña. Sin decir una sola palabra colgué. Alicia y yo atravesábamos una crisis demasiado grave. Una crisis que se acentuaría en los días siguientes…


Por fin, tras cuarenta y cinco minutos de travesía llegamos a nuestro destino. Con mucho cuidado, cogí a la galga entre mis brazos y, entre quejidos, conseguí entrar en la clínica y reposar su cuerpo sobre la camilla. El lugar era como cualquiera. A la derecha y a la izquierda descansaban sacos de pienso, pósters, juguetes para animales y un sinfín de productos. Al fondo y en el centro de la habitación estaba el mostrador. Tras él, una puerta llevaba a la sala de reconocimiento donde reposaba la perra.

-Ha tenido mucha suerte-comentó el veterinario tras unos minutos de revisión.
-¿Va a sobrevivir?-preguntó Álex muy preocupado. Llevaba un buen rato mordiéndose las uñas de la mano derecha. Me había fijado que las de la izquierda las tenía intactas.
-Por supuesto. No le ha causado ningún daño. Pero pocos segundos más y la pobre no estaría aquí ahora mismo-respondió-Parece que ha tenido cachorros.
-Eso creemos. Álex vio a un galgo de entre uno y dos meses. Pero ya estaba muerto-dijo María.
-Claro. Ya estaba muerto porque alguien no  lo había rescatado-declaró Álex con el ceño fruncido y mirándome de reojo. Me quedé sorprendido. Parecía que no le gustaba mi presencia. Pero había salvado a la pobre perra y el estrés me había impedido observar lo que había a mi alrededor. Me sentía muy culpable y el amigo de María conseguía que mi conciencia me apresara entre la espada y la pared.
-Bueno, eso no importa. Lo que importa es que ella se recupere-contestó el veterinario-Dejádmela aquí y mañana venid a buscarla. Tengo que hacerle unas pruebas y cerciorarme de que se encuentra perfectamente.
-Está bien. Pero, una duda. ¿Cuánto dinero va a costar?-preguntó María.
-Espera un momento-se marchó y tras unos segundos volvió con un bolígrafo y un papel. Escribió una cifra en él y me lo enseñó a mí y a la chica. Álex agachó la cabeza para no mirar-Esto.

María negó con la cabeza. Unas lágrimas empezaron a recorrer todo su rostro hasta llegar a la barbilla provocando su caída hasta el suelo de la clínica. El otro chico de la protectora se tapó los ojos apoyando los codos sobre la mesilla de reconocimiento en la que descansaba la galga. Yo me quedé sorprendido y no articulé palabra alguna.

-Lo siento. La clínica está muy mal. Apenas viene la gente ya. Hay días que sólo venís vosotros trayendo a perros que os habéis encontrado. No puedo hacer otra cosa. Lo siento-se lamentó el veterinario.
-No podemos afrontar esos pagos. Estamos a 22 de agosto y no nos queda un solo € para el resto del mes. Tenemos pendientes varias operaciones de otros animales. Estamos hasta arriba. Cada día más gente los abandona. Nos encontramos a decenas de perros perdidos por los pueblos. Anoréxicos, con problemas en el pelaje, con patas rotas, algunos incluso ciegos. Muchos de ellos tienen pánico a los seres humanos. Han pasado un infierno. Han recibido golpes, atropellos y un larguísimo etcétera de calamidades inmerecidas. Son seres vivos que sienten y padecen. Tan sólo buscan amor y compañía. Alguien que les quiera y les cuide. Entonces ellos corresponderán. Y lo peor de todo es que en España no hay una legislación que castigue a los que cometen barbaridades como la que se ha encontrado este chico por la mañana. ¡Un galgo ahorcándose! Y a unos metros su cría de un mes. La persona o las personas que han hecho eso deberían de permanecer en la cárcel un tiempo no precisamente corto-de repente María se detuvo y miró fijamente los ojos de la galga. Se dio cuenta de que a su vez ésta la estaba observando intensamente- ¿Cómo alguien puede hacer daño a un perro así? Con lo preciosa y lo buena que tiene que ser en sus mejores momentos. Lo siento pero, yo ya no puedo más. ‘La Caseta’ no puede hacer frente a esta factura. Álex y yo estamos pasando por unas dificultades económicas extremas. Lo siento.

El discurso de María fue tan profundo, que sólo un segundo después de que finalizara respondí:
-Yo  pagaré la factura. Adoptaré a la perra-en ese momento, Álex levantó la cabeza con satisfacción, María me observó con su mirada iluminada y el veterinario se acercó y me abrazó. Fue tal el sentimiento que se respiraba dentro de la clínica que no pude contener las lágrimas- Bienvenida, Veintidós-dije.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Sufrimiento Animal: Capítulo 1


Empieza mi aventura

Corría el año 2013. Me encontraba en mi casa de verano en un cálido pueblo perdido por la provincia de Soria. Como la temporada estival ya finalizaba, realicé el primer viaje transportando a mi ciudad las maletas de mi mujer, por lo que sobre las 5 de la tarde me subí al coche y emprendí mi largo camino.

El vehículo, era un Renault Megáne rojo alquilado, ya que mi automóvil había sufrido un grave accidente gracias a la parienta, aunque nada importante. Cargué las maletas en la parte trasera, me despedí de ella con un beso en la mejilla, me monté en el asiento del conductor y comencé la travesía.

Todavía en la provincia de Soria vi de lejos algo que llamó mi atención. Observé como un hombre corría por el campo hacia su coche después de haber removido la tierra del suelo. Mi concentración se esfumó por lo que mi vehículo se dirigió hacia el carril contrario. Rápidamente giré el volante y me introduje de nuevo en mi porción reglamentaria de la calzada. Olvidé aquello tan extraño que acababa de suceder y continué hasta que pude ver lo que ocurría.

Cuando me encontraba a escasos metros de aquel lugar, vi cómo un pobre perro colgaba de una soga. Sus patas también estaban retenidas por una fracción de cuerda. Lógicamente, aceleré mi automóvil y penetré en el campo. Me bajé de él y acudí corriendo hacia el pobre animal. Durante unos segundos me planté delante del perro sin saber qué hacer. Parecía que había muerto. Pero de repente su pecho empezó a moverse y me di cuenta de que estaba respirando. Lo cogí de sus extremidades posteriores para levantarlo y para que la cuerda no continuara su horrendo cometido. Con él en brazos, saqué como pude una navaja de mi bolsillo derecho trasero, y con ella corté la soga. El can cayó sobre mí y yo me empotré de espaldas contra el suelo. Cuando pude incorporarme, observé las múltiples heridas que poseía por todo el cuerpo y la extremada delgadez que sufría. Lo cogí, lo metí en el coche, busqué desde el móvil alguna asociación protectora y llamé por teléfono. Mientras esperaba a que llegaran no pude apartar mi mirada de sus ojos.

Se trataba de un galgo, un galgo blanco. Por desgracia, su color estaba muy apagado y se le notaban absolutamente todos los huesos, sobre todo las costillas. Su pelaje era áspero y estaba muy sucio. La pata posterior izquierda sangraba y una raja cruzaba todo su muslo derecho. Decenas de heridas, unas más graves que otras, inundaban su esquelético cuerpo. Una de ellas llamó mi atención. Estaba en el cuello y expresaba un color muy diferente al resto. Parecía muy profunda y claramente era la que más le hacía sufrir. Poco después confirmé que su pata anterior derecha probablemente padecería una fractura.

Sus ojos irradiaban tristeza. Tenía la típica mirada de un perro asustado, abandonado, malherido y maltratado. Apenas se movía. Permanecía inmóvil en los asientos traseros sin alejar la vista de mí. Repentinamente, su cuerpo empezó a temblar y las pupilas se volvieron del color de su pelaje. Otra vez, mis piernas no respondieron y me quedé quieto sin saber qué hacer. Saqué mi teléfono móvil del bolsillo hasta que me dije: “¿a quién llamo?”. Obviamente si telefoneaba a un hospital humano me iban a colgar al momento. Gracias a Dios, el animal dejó de temblar y el automóvil de la protectora llegó. De él, salieron dos personas: un hombre y una mujer. El chico presentaba un rostro de cansancio extremo. Como si llevara sin dormir varios días. Vestía un chaleco  grisáceo, unos pantalones vaqueros muy sucios y viejos y unas botas de monte. Por su parte, la mujer parecía más descansada y más alegre. Llevaba exactamente la misma ropa que el hombre, pero en versión femenina. Supuse que sería el uniforme de la asociación, ya que el chaleco tenía bordado en la parte izquierda del pecho: “La Caseta” con un dibujo de varios animales.

Cuando se encontraban a escasos metros de mí, el chico se detuvo. Ella sin pararse continuó hasta llegar a mi vehículo. Me saludó, se dio la vuelta y dijo:
-Alex, ¿qué ocurre?- en ese instante, Alex empezó a correr por el campo. Ninguno de los dos sabíamos por qué lo hacía. Pero, unos 5 segundos más tarde, visualicé otra estructura de las mismas características que la del perro a 100 metros de donde nos situábamos.
-¡María! ¡Trae el botiquín!- María fue corriendo al coche, sacó del maletero un maletín blanco no demasiado grande y acudió rápidamente al lugar de los hechos.

Yo me quedé al lado del galgo por si acaso volvían los temblores. Continuaba sin moverse. Simplemente, me seguía con la mirada continuamente, todo el rato pendiente de mí.

Minutos después, Alex y María volvieron conmigo y con el perro. Por desgracia, entre sus brazos traían una mala noticia. Una muy mala noticia. Cargaban un cachorro de galgo ensangrentado y muerto.

-¿Qué ha pasado?-pregunté perplejo ante la gravedad de la situación.

El galgo era muy pequeño, tan pequeño que lo podías coger en brazos y no lo sentías. También era blanco, pero con toda la sangre que permanecía en la superficie de su piel no se podía distinguir nada más.

-Ha muerto. Tendrá entre uno y dos meses. Creemos que es su cría-respondió Alex señalando al que permanecía en mi coche. Inmediatamente, los tres escuchamos un lloriqueo que iba incrementándose poco a poco. Provenía de mi vehículo. La perra (era hembra) acababa de ver a su cachorro y lo había reconocido. Álex, María y yo nos mantuvimos sin hablar y sin movernos durante unos cuantos segundos. Mis ojos comenzaron a derramar unas cuantas lágrimas y la mujer tuvo que sentarse en el suelo para evitar el inminente desmayo debido a los últimos hechos. Después, Álex cogió una pala de su maletero, cavó un pequeño hoyo y enterró ahí a la cría. A continuación, y sin que ninguno se hubiera presentado todavía, nos subimos a nuestros respectivos automóviles y emprendimos nuestro camino hacia la capital soriana. 

sábado, 9 de febrero de 2013

Adelanto de la nueva serie del blog

"-No podemos afrontar esos pagos. Estamos a 22 de agosto y no nos queda un solo € para el resto del mes. Tenemos pendientes varias operaciones de otros animales. Estamos hasta arriba. Cada día más gente los abandona. Nos encontramos a decenas de perros perdidos por los pueblos. Anoréxicos, con problemas en el pelaje, con patas rotas, algunos incluso ciegos. Muchos de ellos tienen pánico a los seres humanos. Han pasado un infierno. Han recibido golpes, atropellos y un larguísimo etcétera de calamidades inmerecidas. Son seres vivos que sienten y padecen. Tan sólo buscan amor y compañía. Alguien que les quiera y les cuide. Entonces ellos corresponderán. Y lo peor de todo es que en España no hay una legislación que castigue a los que cometen barbaridades como la que se ha encontrado este chico por la mañana. ¡Un..."

Primer capítulo: miércoles 13 de Febrero.

domingo, 27 de enero de 2013

Vida

Siempre llega el momento en el que de repente te planteas toda tu existencia. ¿Qué va a ser de ti mañana? ¿Cómo vas a afrontar los problemas?
Ese segundo en el que la línea recta de tu vida que hasta ese instante era trazada de forma excelente y cuidadosa, se ve sometida a un punto de inflexión. Experimenta un giro de 180º y comienza a dar torpemente una vuelta tras otra encontrándose con decenas de montañas.

Muchas veces se detiene. Se detiene por culpa de obstáculos. Unos obstáculos que alguien puso ahí y han de ser sorteados. Se esconde entre las hojas caducas de los árboles para que nadie la encuentre. Tiene miedo y la cobardía ciega sus instintos hasta que el otoño se impone en la naturaleza haciendo gala de su elegancia y entonces, se ve obligada a continuar. No por interés, si no por responsabilidad. Es su deber.

Sin embargo, otras veces la línea avanza como puede sin acobardarse. Teme a las circunstancias y a su devenir. Pero es valiente, probablemente demasiado.
Explora desiertos, mares, ciclones, todo tipo de lugares. Siempre en condiciones extremas. Huye de animales hambrientos, de personas sedientas de sangre, de fenómenos meteorológicos enfurecidos mientras prosigue con la búsqueda de la tranquilidad que se merece. Una tranquilidad que no encuentra. Su secreto puede estar bajo una roca, en el tronco de un árbol, dentro de un cajón o de un armario, entre unas zarzas, o puede que lo haya tenido entre sus manos y lo haya perdido por el camino. Aunque se encuentre abandonado kilómetros atrás, más adelante, a lo largo del trayecto volverá a aparecer. Lo volverá a conocer más profundamente y, puede que esta vez, no lo olvide y lo guarde para siempre.

Pero, por desgracia, otras veces simplemente desaparece. No se esconde. Ni lo piensa. Tan sólo se despide, olvida todo lo avanzado anteriormente y se difumina entre el frío y la niebla de las montañas. No volverá a verse. Así lo decidió al atravesar aquel punto de inflexión. Una sentencia acatada en tan sólo un segundo. Una decisión inmadura, cobarde e irresponsable. Al contrario que las dos anteriores.

viernes, 25 de enero de 2013

Hoy, 25 de enero del 2013, recordamos...

A partir de hoy, 25 de enero de 2013, todas las semanas subiré
una entrada recordando una pequeña parte de algún post colgado
anteriormente. Como primer día, voy a recordar un fragmento del
capítulo 8 de Tiempos Modernos: Isabel y Enrique, parte 2. En
este caso, ambos se ven asfixiados por la terrible crisis, tanto económica
 como social, y el marido declara lo siguiente:

-Isa-dijo Enrique mientras se sentaba en el sofá y entrelazaba sus dedos 
con los de su mujer-Tengo 75 años. Tú tienes 71. Hemos pasado mucho juntos. 
La sociedad no nos va a ayudar. Está demasiado corrompida para ello. Incluso 
las personas más inocentes y las más buenas están llenas de prejuicios. Esto ya
 no es como antes. La crisis económica y social que vive España y el mundo entero, 
solo va a conseguir que acabemos en la calle debajo de un puente. Los políticos 
seguirán ganando miles de € al mes. Seguirán subiendo el IVA y todos los impuestos
 para que los que más tienen apenas paguen y los que menos tienen paguen  más. 
Seguirán quitando las prestaciones por desempleo. Seguirán forrándose a nuestra costa. 
Seguirán robando millones y no serán juzgados. Mientras que gente como tú y 
yo robará para tener algo que llevarse a la boca y acabará en el calabozo. Seguirán
 riéndose de las víctimas de ETA. Seguirá existiendo gente que mate a otra gente porque 
no tiene sus mismos ideales. Seguirán muriéndose niños y más niños en los países más 
pobres. Los ricos serán más ricos, mientras que los de clases bajas serán de clases 
aún más bajas. Este es el futuro que nos espera. Si acaba la crisis dentro de unos años 
volverá otra dentro de otros pocos. Volverá a ocurrir lo mismo. En este mundo si tienes 
dinero eres Dios. Pero si no lo tienes se ríen de ti a la cara y lo peor de todo es que tú no
 puedes hacer algo. Cariño, todo va a seguir igual por mucho que luchemos. Por mucho 
que nos manifestemos, por mucho que hagamos huelgas generales. Yo no digo que la gente 
desista y deje de hacerlo. Habrá algún día en el que los políticos se den cuenta de que 
somos personas. Personas con nuestros sentimientos. Personas que quieren vivir en 
libertad y sin ataduras... A parte de todo eso, ¿sabes qué es lo peor? Que ya no 
importa cada persona. 
Ahora solo importan los países, las naciones. Si se tiene que matar por una nación se mata. 
Se han perdido todos los valores. Se han perdido todos los derechos por los que hemos 
estado años y años luchando. Cuando los políticos dejen de considerarse superiores al 
resto de los ciudadanos, la crisis acabará. Y nosotros podremos volver a ser felices. Pero 
eso no va a ocurrir. Y para que todo siga igual prefiero estar ahí arriba sin que nos afecte 
a ti y a mí. Creo que tenemos que hacerlo. Por nuestro bien.

El capítulo lo podréis leer entero aquí: http://www.borjaa.blogspot.com.es/2012/11/tiempos-modernos-capitulo-8.html
De todas maneras, si no habéis leído ninguno, os aviso que todos los capítulos están conectados, por lo que para entenderlo tendréis que empezar desde el 1 y continuar en orden. Este es el link del capítulo 1: http://www.borjaa.blogspot.com.es/2012/10/tiempos-modernos.html

sábado, 12 de enero de 2013

Libertad de expresión

Esta mañana al entrar en mi cuenta de Facebook, la red social me hacía una pregunta como cada día: Borja, ¿cómo te sientes?. Tras pensarlo varios segundos, una respuesta sobrevoló mi mente: mal, me siento muy mal.

Miembros de ETA durante un comunicado ESCONDIENDO su rostro.
En el año 1992, nací en Bilbao. Viví en la Villa hasta los 17 años, edad con  la que me mudé a Madrid para iniciar mi carrera universitaria. A lo largo de estos 3 últimos intervalos, cuando poseo alguna oportunidad para visitar a mi familia aprovecho la ocasión, puesto que echo en falta mi ciudad natal y siempre comento que es el mejor lugar que existe en España. Pero ese pensamiento que poco a poco se iba desvaneciendo, hoy ha desaparecido.

Esta tarde se ha producido una manifestación a favor de los "Derechos Humanos" de los presos de la organización TERRORISTA ETA. Mi indignación al leer la noticia justo después de levantarme, me ha producido tal enfado en mi interior que he aprovechado Twitter como mecanismo para desahogarme, ya que no tenía otro medio. En cuestión de 5 minutos mi ira se ha desatado en forma de 5 comentarios en la red social que podéis leer a continuación: "esto ya es de coña, la Iglesia Vasca reclamando los derechos humanos a los presos de ETA. A-S-C-O. HIPÓCRITAS", "los que apoyan los derechos de los presos de ETA son igual que ellos. La diferencia es que se amparan en la palabra y el diálogo", "¿cómo pueden pedir sus derechos cuando han asesinado a cientos de personas, secuestrado, extorsionado, etc etc? Vaya secta...", "vaya país. España es un Estado en el que se apoya a los ASESINOS pero no se apoya a las víctimas del terrorismo", "todo mi apoyo desde aquí a todas las familias rotas de dolor por culpa de ETA". Sabía que las respuestas a estos tuits no  iban a tardar en llegar y, pocos minutos después, algún que otro usuario me contestó alegando que, nosotros, es decir, los españoles, ganamos por goleada en asesinos. Otra persona me rebatió apelando a que me posiciono en contra de los derechos humanos de los etarras, pero estoy a favor de los derechos del resto de asesinos españoles.
Creo que no hace falta decir más sobre estos individuos, los cuales carecen de argumento alguno amparándose en el hecho de que haya más asesinos españoles que de ETA.

La manifestación por la que estoy escribiendo este artículo, ha sido apoyada por Willy Toledo, Pilar Bardem y Sánchez-Gordillo, entre otros. Casualmente, personajes que se denominan a sí mismos con el término de "progres", pero que a la vez, defienden los Derechos Humanos de los presos.

Como bien sabemos, todos y cada uno de los ciudadanos los poseen hasta que se convierten en asesinos o se posicionan a favor de dichos elementos, lo mismo es. En el momento en el que una persona mata a otra, pierde todos y cada uno de éstos. Dejan de ser personas para convertirse en individuos carentes de sensibilidad y repletos de odio.

En los 20 años de mi vida, jamás he entendido como alguien puede apoyar el acto tan horrendo y terrorífico de matar a una persona aludiendo a la inútil lucha para el reconocimiento de la autonomía completa del País Vasco. Qué sociedad es esta en la que vivimos en donde los ciudadanos han sido relegados a un segundo plano para dar más importancia a las Instituciones, para dar más importancia a algo que ha creado la humanidad con el transcurso de los años, para dar más importancia a un territorio que tan sólo figura en unos papeles como tal.

Una persona vale más que todos los Estados juntos del mundo. Una vida es lo más grandioso que existe en este planeta, hasta que unos individuos encapuchados (que además, no tienen cojones a dar la cara), se cruzan en su camino y con pistola en mano, se despiden de ella para siempre, desaparece. Desaparece porque unos "hombres" combaten por conseguir un Estado propio, repito, anteponiendo los derechos de ese Estado a los derechos de la propia persona, de la propia vida.

Personalmente, veo a ETA y a los nacionalismos como una secta legal. Una secta en la cual lo único que importa son unos papeles mojados. La crisis, las medidas para esquivarla, los muertos, las víctimas del terrorismo, las propias vidas pasan a un segundo plano, o incluso tercero, transformándose en mártires de esta sociedad empeñada en convertir a los buenos en malísimos, y a los malos en buenísimos. La culpa de todo esto reside en los políticos por permitir esta manifestación y en los medios por dar tanta importancia a esta gentuza plasmando sus ideales diariamente en los periódicos o en las televisiones.

Si tanto pelean por la libertad de expresión, aquí tienen libertad de expresión.

sábado, 5 de enero de 2013

Recuerdos olvidados


Arboles caídos. Ramas tiradas por el suelo. Semáforos parpadeando. Carreteras sin pavimentar. Coches perdidos por el asfalto. Gasolineras cerradas. Casas sin luz. Personas vagando por las calles sin rumbo alguno. Conscientes de que su destino final está próximo y jamás podrán evitarlo. Su búsqueda nunca terminará. Porque la crueldad de la vida se ha ensañado con esos pobres individuos, productos de una sociedad degenerada y malcriada.

Lagos contaminados. Peces muertos flotando en la superficie. Otros, cronometrando su cuenta atrás mientras buscan un lugar para respirar. Un lugar en el que poder sobrevivir. 
Montes completamente secos sin un atisbo de vida animal y vegetal en sus envejecidas rocas. Parques infantiles con columpios derruidos en donde los pocos niños supervivientes, mueren de vez en cuando.

Zocos abandonados. Bolsas de mercado volando fuertemente por el horizonte, en busca de unos dedos a los que agarrarse para sentirse útiles. Comida podrida. Moscas alimentándose de ella. Bares sin una botella de alcohol aprovechada. Sin una ganancia en sus cajas registradoras repletas de telas de araña. Sillas que el viento ha arrastrado hasta el centro de la plaza, esperando la aparición de unas posaderas. Alcantarillas a punto de atascarse por el exceso de agua.

Hospitales derruidos. Ni un doctor, ni un enfermero, ni un paciente. Camillas vacías por los pasillos. Ordenadores apagados. Historiales arrojados al suelo. Televisiones rotas en las habitaciones. Medicamentos escondidos. Ambulancias taponando la entrada del edificio. Cientos de operaciones quirúrgicas suspendidas. Y, de repente, alguien entra por la puerta.

Espejos rotos en las casas. Puertas principales abiertas de par en par. Felpudos en mitad del rellano. Platos en el salón. Neveras sin funcionar. Microondas desenchufados. Fruta podrida. Comida descongelada en el frigorífico. Perros aullando. Teléfonos sonando. Relojes detenidos.

Iglesias sin el perdón de Dios. Cruces gigantes caídas en plena Eucaristía. Sotanas quemadas. Bancos cruzados impidiendo traspasar la sala.

Móviles tirados en la calzada. Cielo negro y espeso. Huracanes extremadamente peligrosos. Lluvia intensa. Viento fuerte. Autobuses abandonados taponando la vía urbana.

Escuelas sin libros. Pizarras pintarrajeadas. Tizas a punto de agotarse. Cajones vacíos. Percheros con algún abrigo deshilachado. Despachos abiertos. Cristales rotos. Recreos sin niños. Clases sin profesores. Suelo sin hierba. Y, de repente, suena un móvil.

Recuerdos perdidos para siempre. Recuerdos que jamás se encontrarán. Recuerdos que ocuparon durante un tiempo un lugar, pero que desaparecieron sin dejar rastro. Desaparecieron sin avisar. Desaparecieron sin despedirse. Desaparecieron súbitamente. Y, de repente, aparece alguien por allí. Pero sólo, de vez en cuando.