Arboles caídos. Ramas tiradas por el suelo. Semáforos
parpadeando. Carreteras sin pavimentar. Coches perdidos por el asfalto.
Gasolineras cerradas. Casas sin luz. Personas vagando por las calles sin rumbo
alguno. Conscientes de que su destino final está próximo y jamás podrán
evitarlo. Su búsqueda nunca terminará. Porque la crueldad de la vida se ha
ensañado con esos pobres individuos, productos de una sociedad degenerada y malcriada.
Lagos contaminados. Peces muertos flotando en la superficie.
Otros, cronometrando su cuenta atrás mientras buscan un lugar para respirar. Un
lugar en el que poder sobrevivir.
Montes completamente secos sin un atisbo de
vida animal y vegetal en sus envejecidas rocas. Parques infantiles con columpios
derruidos en donde los pocos niños supervivientes, mueren de vez en cuando.
Zocos abandonados. Bolsas de mercado volando fuertemente por
el horizonte, en busca de unos dedos a los que agarrarse para sentirse útiles.
Comida podrida. Moscas alimentándose de ella. Bares sin una botella de alcohol
aprovechada. Sin una ganancia en sus cajas registradoras repletas de telas de
araña. Sillas que el viento ha arrastrado hasta el centro de la plaza,
esperando la aparición de unas posaderas. Alcantarillas a punto de atascarse
por el exceso de agua.
Hospitales derruidos. Ni un doctor, ni un enfermero, ni un
paciente. Camillas vacías por los pasillos. Ordenadores apagados. Historiales
arrojados al suelo. Televisiones rotas en las habitaciones. Medicamentos
escondidos. Ambulancias taponando la entrada del edificio. Cientos de
operaciones quirúrgicas suspendidas. Y, de repente, alguien entra por la puerta.
Espejos rotos en las casas. Puertas principales abiertas de
par en par. Felpudos en mitad del rellano. Platos en el salón. Neveras sin
funcionar. Microondas desenchufados. Fruta podrida. Comida descongelada en el
frigorífico. Perros aullando. Teléfonos sonando. Relojes detenidos.
Iglesias sin el perdón de Dios. Cruces gigantes caídas en
plena Eucaristía. Sotanas quemadas. Bancos cruzados impidiendo traspasar la
sala.
Móviles tirados en la calzada. Cielo negro y espeso.
Huracanes extremadamente peligrosos. Lluvia intensa. Viento fuerte. Autobuses
abandonados taponando la vía urbana.
Escuelas sin libros. Pizarras pintarrajeadas. Tizas a punto
de agotarse. Cajones vacíos. Percheros con algún abrigo deshilachado. Despachos abiertos.
Cristales rotos. Recreos sin niños. Clases sin profesores. Suelo sin hierba. Y,
de repente, suena un móvil.
Recuerdos perdidos para siempre. Recuerdos que jamás se
encontrarán. Recuerdos que ocuparon durante un tiempo un lugar, pero que
desaparecieron sin dejar rastro. Desaparecieron sin avisar. Desaparecieron sin
despedirse. Desaparecieron súbitamente. Y, de repente, aparece alguien por allí.
Pero sólo, de vez en cuando.
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