sábado, 5 de enero de 2013

Recuerdos olvidados


Arboles caídos. Ramas tiradas por el suelo. Semáforos parpadeando. Carreteras sin pavimentar. Coches perdidos por el asfalto. Gasolineras cerradas. Casas sin luz. Personas vagando por las calles sin rumbo alguno. Conscientes de que su destino final está próximo y jamás podrán evitarlo. Su búsqueda nunca terminará. Porque la crueldad de la vida se ha ensañado con esos pobres individuos, productos de una sociedad degenerada y malcriada.

Lagos contaminados. Peces muertos flotando en la superficie. Otros, cronometrando su cuenta atrás mientras buscan un lugar para respirar. Un lugar en el que poder sobrevivir. 
Montes completamente secos sin un atisbo de vida animal y vegetal en sus envejecidas rocas. Parques infantiles con columpios derruidos en donde los pocos niños supervivientes, mueren de vez en cuando.

Zocos abandonados. Bolsas de mercado volando fuertemente por el horizonte, en busca de unos dedos a los que agarrarse para sentirse útiles. Comida podrida. Moscas alimentándose de ella. Bares sin una botella de alcohol aprovechada. Sin una ganancia en sus cajas registradoras repletas de telas de araña. Sillas que el viento ha arrastrado hasta el centro de la plaza, esperando la aparición de unas posaderas. Alcantarillas a punto de atascarse por el exceso de agua.

Hospitales derruidos. Ni un doctor, ni un enfermero, ni un paciente. Camillas vacías por los pasillos. Ordenadores apagados. Historiales arrojados al suelo. Televisiones rotas en las habitaciones. Medicamentos escondidos. Ambulancias taponando la entrada del edificio. Cientos de operaciones quirúrgicas suspendidas. Y, de repente, alguien entra por la puerta.

Espejos rotos en las casas. Puertas principales abiertas de par en par. Felpudos en mitad del rellano. Platos en el salón. Neveras sin funcionar. Microondas desenchufados. Fruta podrida. Comida descongelada en el frigorífico. Perros aullando. Teléfonos sonando. Relojes detenidos.

Iglesias sin el perdón de Dios. Cruces gigantes caídas en plena Eucaristía. Sotanas quemadas. Bancos cruzados impidiendo traspasar la sala.

Móviles tirados en la calzada. Cielo negro y espeso. Huracanes extremadamente peligrosos. Lluvia intensa. Viento fuerte. Autobuses abandonados taponando la vía urbana.

Escuelas sin libros. Pizarras pintarrajeadas. Tizas a punto de agotarse. Cajones vacíos. Percheros con algún abrigo deshilachado. Despachos abiertos. Cristales rotos. Recreos sin niños. Clases sin profesores. Suelo sin hierba. Y, de repente, suena un móvil.

Recuerdos perdidos para siempre. Recuerdos que jamás se encontrarán. Recuerdos que ocuparon durante un tiempo un lugar, pero que desaparecieron sin dejar rastro. Desaparecieron sin avisar. Desaparecieron sin despedirse. Desaparecieron súbitamente. Y, de repente, aparece alguien por allí. Pero sólo, de vez en cuando.

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