Ayer al mediodía salí al supermercado. El de mi barrio
estaba cerrado por lo que acudí rápidamente al del distrito contiguo. Lo
encontré abierto y me compré unos espaguetis precocinados. No tenía ganas de cocinar.
Cuando abandoné la tienda cargando con la bolsa, vi a una mujer sentada en un
banco charlando con un hombre. El rostro de la chica era familiar, tenía la
sensación de que era conocida. Poco a poco, y disimulando, me acerqué al lugar
donde reposaban. Parecían cansados. Mientras caminaba, él rodeó su largo brazo
por el cuello de la joven. Ésta giró la cabeza para encontrarse con su mirada.
Se aproximaron el uno al otro y sus labios chocaron intensamente. Parecía que
iban a salir chispa de un momento a otro y que golpearían contra mí. Cuando el
beso finalizó me di cuenta de por qué me
sonaba ella. Se trataba de mi novia. Mi novia estaba besándose con otro hombre,
y parecía feliz. Sonreía. Sonreía como nunca lo había hecho. Ni en nuestros
mejores momentos.
Continué caminando. No sabía qué hacer. Por una parte,
brotaba en mi interior un sentimiento de ira. Por otra, brotaba una sensación
de compasión, de tristeza. No tenía constancia de que fuera tan infeliz
conmigo. Improvisé. Durante los dos pasos que di a continuación miles de
pensamientos inundaron mi mente. ¿Cómo iba a vivir sin ella? ¿Qué iba a ser de
mí? ¿A quién me abrazaría cada noche? ¿A quién daría los buenos días con un
beso? De repente, me detuve.
Estaba a escasos metros. Podía ver a Natalia a la perfección
y comenzaba a vislumbrar el perfil del chico. Era mi mejor amigo. Contuve mis
fuerzas de propinarle un puñetazo en la cara. Visualicé un banco anterior al
que descansaban ellos. Examiné el asiento y cuando confirmé que no podían
verme, me senté. Miré al frente y a lo largo de dos minutos estuve mirando los
coches transitar por las vías de la ciudad. Era Nochevieja y el espíritu del
nuevo año se sentía en las calles. La ilusión de comenzar una nueva etapa,
nuevos proyectos, nuevos sentimientos, etcétera. Sobre todo se notaba el
ambiente festivo que respirarían los jóvenes y no tan jóvenes esa noche. Pero,
¿yo qué tenía? Iba a acudir a una cena con mi madre y su nuevo novio. Iba a ir
a un cotillón con mis amigos al que no quería asistir. Iba a ver a Natalia. Me
negué rotundamente y deseché la idea de estar con mis camaradas. Tan solo
sufriría la cena. En silencio, por supuesto.
Tras tantos pensamientos en tan pocos minutos, mis piernas
decidieron actuar solas y me levanté inconscientemente. Pasé a su lado sin
mirar. Ella me observó y rápidamente se acercó. “Hola cariño”, me dijo. Al
escuchar esa palabra mi mente vagó por viejos recuerdos. Cuando nos conocimos,
cuando nos besamos por primera vez y cuando perdimos la virginidad. Habían sido
6 años increíbles pero parecía que todo había cambiado y que atravesábamos unos
minutos de prórroga a punto de finalizar. “No me llames eso, por favor”,
contesté. Me miró fijamente. No dijo una palabra. Unas lágrimas comenzaron a
descender por todo su rostro. No quería ver aquella situación, por lo que me
despedí y la observé unos segundos. “Feliz año. Espero que todo te vaya bien en
el 2013”, terminé. Ella me respondió con un escueto “igualmente”. Continué mi
camino dándole la espalda. Llorando. Llorando como si se acabara el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario