-En la carta ponía que él sabe quien ha sido el que ha
falseado las pruebas-afirmó Enrique mientras cogía las manos de Natalia y las
protegía con las suyas.
-Natalia, yo también lo sé. Por eso estoy hoy aquí.
Ella lo miró fijamente a los ojos. No podía parar de pensar
en que probablemente el culpable de que Mario estuviera en la cárcel fuera
alguien de su alrededor. De repente bajó la mirada y descubrió que Enrique
tenía la pistola reglamentaria en su cintura. Un mar de pensamientos inundó su
mente. ¿Era él? ¿Había ido para secuestrarla o matarla? Una indecisión le llevó
a idear algún plan inmediato.
Cogió una taza llena de café. Se la tiró sobre el pantalón y
la chaqueta disimuladamente. Enrique creyó que había ocurrido sin querer.
-Oh. Lo siento muchísimo. Te traigo un trapo para que te
limpies-afirmó Natalia disgustada mientras se levantaba del sofá. Él agarró su
brazo y ella se detuvo en ese instante intentando transformar su horror en
extrañeza.
-No-negó-ya voy yo al baño. No hace falta que me acompañes.
Sé donde está-sonrió y se marchó al servicio. Cuando salió del salón, Natalia
acudió rápidamente a la mesa donde se encontraba la carta. Cogió el papel y lo
releyó. Descubrió que ponía algo detrás.
P.D.
No te fíes de nadie.
DE NADIE. Creo que hay más gente implicada. Si alguien va a casa, sea quien
sea, no abras la puerta por favor. Podríais estar en peligro.
En ese mismo instante Natalia se acordó de José. Con tanta
emoción y miedo se había olvidado por completo de él. Fue corriendo a su
dormitorio donde se encontraba jugando. Abrió la puerta con pánico extremo
pero, ahí estaba él. Jugando con una alfombra en la que había una ciudad
dibujada. Había varios coches de juguete sobre ella.
-Cariño, ¿estás bien?-preguntó preocupada. Lo cogió en
brazos y le dio un beso en la mejilla.
-Sí mamá-él siguió entreteniéndose con el vehículo de
plástico.
Natalia salió de la habitación con José entre sus
extremidades superiores. Caminó por el pasillo lenta y sigilosamente dejando a
un lado el baño en el que permanecía todavía Enrique. Segundos más tarde,
escuchó el sonido inconfundible de la cisterna. “Mierda”, se dijo a sí misma.
Corrió y volvió al sofá, esta vez con su hijo. José se sentó sobre sus piernas.
No podía huir. No sabía si Enrique estaba untado y, si lo estaba, no quería
llamar la atención y que él se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo. De
repente, un plan llegó a su mente. Dejó a su hijo sentado en el suelo y cogió
el móvil de su bolsillo. Era un Samsung Galaxy S II negro. Buscó el número del teléfono
fijo de su casa y llamó. A su izquierda había una mesilla con el auricular.
Guardó su terminal a la vez que descolgaba el de su casa. Enrique se aproximaba
por detrás con paso ligero ininterrumpido.
-No me lo puedo creer. ¿En serio? ¡Es fantástico!-exclamó
Natalia con el auricular del teléfono pegado a su oreja izquierda-Mañana estaré
allí a primera hora-Colgó.
-¿Qué ocurre? ¿Quién era?-preguntó Enrique sentándose en el
sofá. Sonrió al ver a José jugando en el suelo.
-Era de la comisaría. ¡Mañana van a soltar a Mario!-gritó
llena de felicidad.
Al escuchar eso, Enrique cambió por completo la expresión de
su rostro. Durante 4 segundos su cara denotaba una lucha entre rabia, tristeza
y alegría. Claramente esta última resultaba muy forzada y Natalia lo observó todo en
primera persona. Su pensamiento fue: “sácalo de aquí como puedas”. Gracias a su
improvisado plan había calado por completo a Enrique y había descubierto que,
probablemente, había traicionado al que era uno de sus mejores amigos.
-Me alegro un montón-forzó él. Se estaba exigiendo a sí mismo
exteriorizar emociones positivas por la inminente vuelta de Mario-Me tengo que
ir-afirmó después. Natalia se asombró. Eso le había pillado por sorpresa.
-¿No te quedas a merendar?-“que diga que no, que diga que no
por favor”, pensó ella.
-No, no. Lo siento. Pero es que tengo que hacer muchas
cosas. Estoy de trabajo hasta arriba-respondió él. Ella asintió con la cabeza y
lo acompañó hasta la puerta de entrada.
-Muchas gracias por haber venido. Ha sido de gran ayuda-dijo
ella mientras le daba un abrazo.
-De nada. Para eso estamos los amigos-“sí. Para traicionar
al que es casi como tu hermano”.
Enrique salió y ella cerró la puerta. Pegó su ojo a la
mirilla y vio como cogía su teléfono móvil. Llamó a alguien mientras entraba en
el ascensor. “¿A quién estará llamando?”, meditó. Una intensa sensación de
curiosidad invadió su cuerpo. Cerró los ojos durante unos segundos y fue al
salón.
-Cariño, nos tenemos que ir de aquí. Rápido-marchó a su
dormitorio. Cogió una maleta mediana que había debajo de su cama. Metió varias
camisetas, alguna falda, tres pantalones, dos pares de zapatos, dos chaquetas,
mudas limpias para más de una semana, toda la ropa de su hijo, cepillo y pasta
de dientes, champú y un secador. Rápidamente, con su hijo en brazos y con la
maleta en la otra mano, volvió a la puerta de entrada. Escuchó el ascensor, así
que acercó su ojo derecho a la mirilla. Enrique estaba saliendo de éste y se
dirigía rápidamente a su casa. Llamó al timbre. Parecía la persona más normal
del mundo.
Mientras tanto, Natalia permanecía inmóvil. Poco a poco
empezó a deshacer el camino recorrido sin hacer el menor ruido. Obligó a José a
no decir ni una palabra, y lo dejó con todo el equipaje en la cocina. Enrique
volvió a llamar al timbre y ella fue al salón. Marcó el número de la policía.
-¿Natalia? ¿Estás ahí? Me he dejado mi cartera-dijo detrás
de la puerta. “¿Cuándo la ha sacado?”, pensó ella.
Observó la mesa que había entre el sofá y la televisión. Ahí
estaba. Una cartera marrón cuadrada. Colgó el teléfono. Lentamente se acercó y
la cogió. Vio que dentro estabntodas las identificaciones de Enrique. Su DNI,
su tarjeta de crédito, una foto de unos ancianos que parecían ser sus padres,
dos billetes de 10€ y, junto a ellos, un papel con algo escrito. Lo sacó y lo
leyó. Su expresión cambió por completo. Una sensación de terror invadió todo su
cuerpo. Sus piernas le fallaron y se desmoronó en el sofá. El trozo de folio
cayó al suelo lentamente.
-No, no puede ser-dijo horrorizada.
CONTINUARÁ...
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