miércoles, 12 de diciembre de 2012

Tiempos modernos. Capítulo 10. Penúltimo de la 1ª temporada


 Mario y Natalia. Parte 2

-En la carta ponía que él sabe quien ha sido el que ha falseado las pruebas-afirmó Enrique mientras cogía las manos de Natalia y las protegía con las suyas.

-Sí.

-Natalia, yo también lo sé. Por eso estoy hoy aquí.

Ella lo miró fijamente a los ojos. No podía parar de pensar en que probablemente el culpable de que Mario estuviera en la cárcel fuera alguien de su alrededor. De repente bajó la mirada y descubrió que Enrique tenía la pistola reglamentaria en su cintura. Un mar de pensamientos inundó su mente. ¿Era él? ¿Había ido para secuestrarla o matarla? Una indecisión le llevó a idear algún plan inmediato.

Cogió una taza llena de café. Se la tiró sobre el pantalón y la chaqueta disimuladamente. Enrique creyó que había ocurrido sin querer.

-Oh. Lo siento muchísimo. Te traigo un trapo para que te limpies-afirmó Natalia disgustada mientras se levantaba del sofá. Él agarró su brazo y ella se detuvo en ese instante intentando transformar su horror en extrañeza.

-No-negó-ya voy yo al baño. No hace falta que me acompañes. Sé donde está-sonrió y se marchó al servicio. Cuando salió del salón, Natalia acudió rápidamente a la mesa donde se encontraba la carta. Cogió el papel y lo releyó. Descubrió que ponía algo detrás.

P.D.
No te fíes de nadie. DE NADIE. Creo que hay más gente implicada. Si alguien va a casa, sea quien sea, no abras la puerta por favor. Podríais estar en peligro.

En ese mismo instante Natalia se acordó de José. Con tanta emoción y miedo se había olvidado por completo de él. Fue corriendo a su dormitorio donde se encontraba jugando. Abrió la puerta con pánico extremo pero, ahí estaba él. Jugando con una alfombra en la que había una ciudad dibujada. Había varios coches de juguete sobre ella.

-Cariño, ¿estás bien?-preguntó preocupada. Lo cogió en brazos y le dio un beso en la mejilla.

-Sí mamá-él siguió entreteniéndose con el vehículo de plástico.

Natalia salió de la habitación con José entre sus extremidades superiores. Caminó por el pasillo lenta y sigilosamente dejando a un lado el baño en el que permanecía todavía Enrique. Segundos más tarde, escuchó el sonido inconfundible de la cisterna. “Mierda”, se dijo a sí misma. Corrió y volvió al sofá, esta vez con su hijo. José se sentó sobre sus piernas. No podía huir. No sabía si Enrique estaba untado y, si lo estaba, no quería llamar la atención y que él se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo. De repente, un plan llegó a su mente. Dejó a su hijo sentado en el suelo y cogió el móvil de su bolsillo. Era un Samsung Galaxy S II negro. Buscó el número del teléfono fijo de su casa y llamó. A su izquierda había una mesilla con el auricular. Guardó su terminal a la vez que descolgaba el de su casa. Enrique se aproximaba por detrás con paso ligero ininterrumpido.

-No me lo puedo creer. ¿En serio? ¡Es fantástico!-exclamó Natalia con el auricular del teléfono pegado a su oreja izquierda-Mañana estaré allí a primera hora-Colgó.

-¿Qué ocurre? ¿Quién era?-preguntó Enrique sentándose en el sofá. Sonrió al ver a José jugando en el suelo.

-Era de la comisaría. ¡Mañana van a soltar a Mario!-gritó llena de felicidad.

Al escuchar eso, Enrique cambió por completo la expresión de su rostro. Durante 4 segundos su cara denotaba una lucha entre rabia, tristeza y alegría. Claramente esta última resultaba  muy forzada y Natalia lo observó todo en primera persona. Su pensamiento fue: “sácalo de aquí como puedas”. Gracias a su improvisado plan había calado por completo a Enrique y había descubierto que, probablemente, había traicionado al que era uno de sus mejores amigos.

-Me alegro un montón-forzó él. Se estaba exigiendo a sí mismo exteriorizar emociones positivas por la inminente vuelta de Mario-Me tengo que ir-afirmó después. Natalia se asombró. Eso le había pillado por sorpresa.

-¿No te quedas a merendar?-“que diga que no, que diga que no por favor”, pensó ella.

-No, no. Lo siento. Pero es que tengo que hacer muchas cosas. Estoy de trabajo hasta arriba-respondió él. Ella asintió con la cabeza y lo acompañó hasta la puerta de entrada.

-Muchas gracias por haber venido. Ha sido de gran ayuda-dijo ella mientras le daba un abrazo.

-De nada. Para eso estamos los amigos-“sí. Para traicionar al que es casi como tu hermano”.

Enrique salió y ella cerró la puerta. Pegó su ojo a la mirilla y vio como cogía su teléfono móvil. Llamó a alguien mientras entraba en el ascensor. “¿A quién estará llamando?”, meditó. Una intensa sensación de curiosidad invadió su cuerpo. Cerró los ojos durante unos segundos y fue al salón.

-Cariño, nos tenemos que ir de aquí. Rápido-marchó a su dormitorio. Cogió una maleta mediana que había debajo de su cama. Metió varias camisetas, alguna falda, tres pantalones, dos pares de zapatos, dos chaquetas, mudas limpias para más de una semana, toda la ropa de su hijo, cepillo y pasta de dientes, champú y un secador. Rápidamente, con su hijo en brazos y con la maleta en la otra mano, volvió a la puerta de entrada. Escuchó el ascensor, así que acercó su ojo derecho a la mirilla. Enrique estaba saliendo de éste y se dirigía rápidamente a su casa. Llamó al timbre. Parecía la persona más normal del mundo.

Mientras tanto, Natalia permanecía inmóvil. Poco a poco empezó a deshacer el camino recorrido sin hacer el menor ruido. Obligó a José a no decir ni una palabra, y lo dejó con todo el equipaje en la cocina. Enrique volvió a llamar al timbre y ella fue al salón. Marcó el número de la policía.

-¿Natalia? ¿Estás ahí? Me he dejado mi cartera-dijo detrás de la puerta. “¿Cuándo la ha sacado?”, pensó ella.

Observó la mesa que había entre el sofá y la televisión. Ahí estaba. Una cartera marrón cuadrada. Colgó el teléfono. Lentamente se acercó y la cogió. Vio que dentro estabntodas las identificaciones de Enrique. Su DNI, su tarjeta de crédito, una foto de unos ancianos que parecían ser sus padres, dos billetes de 10€ y, junto a ellos, un papel con algo escrito. Lo sacó y lo leyó. Su expresión cambió por completo. Una sensación de terror invadió todo su cuerpo. Sus piernas le fallaron y se desmoronó en el sofá. El trozo de folio cayó al suelo lentamente.

-No, no puede ser-dijo horrorizada.
CONTINUARÁ...

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