domingo, 3 de noviembre de 2013

Los desconocidos. Capítulo 1

Nieve, mucha nieve. No se veía ni un palmo de la carretera. Sofía y John discutían. Se iban a casar, pero no se ponían de acuerdo en el lugar. Ella quería contraer matrimonio en una playa de España. Él en los fiordos noruegos. Insultos, amenazas, se dijeron de todo. Hasta que un conejo apareció en la calzada. John pisó el freno al máximo y el hielo hizo el resto. El vehículo abandonó el asfalto hasta estamparse contra un árbol escondido entre unos matorrales. Ella murió al instante. Él sobrevivió. La profundidad de la noche se había llevado a lo que más quería.

Los desconocidos



Abrió su puerta. Posó su pie izquierdo sobre la frialdad del suelo. Continuó con el derecho. Miró a Sofía durante unos instantes. Una lágrima cayó desde las cuencas de sus ojos hasta su pantalón. Estaba en shock. Se giró y salió. La temperatura había traspasado la barrera negativa. Dio un paso. Se detuvo. Cogió un paquete de tabaco de la guantera. Inconscientemente, sabía que lo iba a necesitar cuando se diera cuenta del fallecimiento de su prometida. Por su culpa. Por no prestar atención al conducir. Abandonó la hierba blanca y llegó a la carretera. Desierta. Continuó caminando. Pasaban los minutos. No se veía ninguna luz. Y su móvil no tenía cobertura…

El reloj apuntaba las dos de la mañana. Había pasado una hora del accidente. Se dio cuenta de que estaría a más de cuatro kilómetros de Sofía. Paró sus pies. Agachó la cabeza. Se tiró al suelo de rodillas y comenzó a gritar mientras lloraba. El shock había pasado. Ahora tocaba sufrir la pérdida de lo que más quería. Se levantó. Empezó a correr hacia ella. A pegar patadas al aire. Puñetazos. Agresividad de todo tipo. Hasta que llegó a la conclusión de que no lograría nada. Dio media vuelta y con miles de lágrimas continuó alejándose de su vehículo. Algo tenía que haber. Una casa, un pueblo, incluso una ciudad. Todo aquello le recordaba a la película ‘Fin’. La había visto hacía unos meses en el cine con Sofía. Ni un alma desde hacía horas… Esperaba que no acabara de la misma manera. O que todo fuera un sueño. Cientos de pensamientos rondaban su cabeza cada segundo. Hasta que vio una luz.

Aligeró la marcha. Era una luz intensa, brillaba a lo largo de unos cuantos metros. Podía ser la de un hotel de carretera. Pero no fue así. Estaba bastante más lejos de lo que creía. Tenía que cruzar un pequeño bosque. Y el destello parecía que flotaba en el aire. Dejó a un lado la carretera y se adentró en la montaña. Aún no había llegado a la arboleda cuando se dio cuenta de que el resplandor emergía de una habitación. Daba la sensación de que pertenecía a un sexto o séptimo piso. Pero la oscuridad daba rienda suelta a la imaginación, por lo que decidió esperar a llegar.

Se detuvo a las puertas del bosque. Miró a su alrededor. Una ligera brisa rozó sus mejillas. Sintió una presencia tras de sí. Giró la cabeza pero no había nadie. “Buuuuuh, buuuuuh”, escuchó. El lugar era cada vez más siniestro. Pero no dio marcha atrás. No tenía nada que perder. Y necesitaba la humanidad de alguien. Necesitaba que le curaran las heridas. Así que prosiguió. Cientos de árboles lo rodeaban. Unos más altos, otros más bajos. Pero la oscuridad aumentaba. La temperatura caía.

De repente, una fortísima tormenta de nieve comenzó a caer. Su intensidad era tal, que sus pies fueron cubiertos en escasos minutos. El camino se hacía más difícil. Entonces, vio una cabaña a pocos metros. No se apresuró. Sus fuerzas eran mínimas. Pero en dos minutos llegó. Era de madera. Del tejado sobresalía una gran chimenea. No era muy grande. No superaría los 20 metros cuadrados. Pero desde fuera no parecía muy lúgubre. Le recordaba a la ciénaga de 'Shrek'. Podía ser un buen lugar en el que pasar la noche…

“Toc, toc, toc”. No había timbre, por lo que golpeó la puerta. Nadie contestó. Nadie abrió. Pero a lo lejos escuchó un gemido. No reconoció si era de una persona o de un animal. Rápidamente giró el pomo. Estaba abierta. Cerró. Era de una sola habitación. A la derecha se encontraba la cocina sin ningún electrodoméstico. Frente a la entrada había una pequeña mesa con tres sillas. Junto a ella estaba la chimenea y un sofá. Eso era todo. No había baño. Estaba claro que no era habitable. Parecía una casa antiquísima.

Se sentó en el diván. Decidió cerrar los ojos unos segundos. Sin querer se durmió. Los primeros rayos de sol lo despertaron. Miró alrededor y algo había cambiado. Esta vez la mesa la adornaba una flor con una nota. Se levantó. Leyó lo que ponía.

“Ya no estoy aquí. Sólo puedo decirte que te quiero.
                                                                          Sofía”

John quedó petrificado. Su primer pensamiento fue que alguien le había perseguido toda la noche. Abrió los ojos como platos. La presión hizo que se desmayara. Minutos después desjuntó los párpados. Todo permanecía como la noche anterior. Había sido una alucinación debido al accidente. Necesitaba ayuda. Abandonó la cabaña y comenzó a correr. La nieve ya no caía. Pero cubría una gran profundidad. No fue un obstáculo. Se apresuró. Quería salir del bosque.

Minutos después dejó atrás la arboleda. Allí estaba lo que buscaba. No era una casa, ni una mansión. Era un castillo muy antiguo. Con un jardín enorme. Pero su entrada era como la de un hogar normal y corriente. Llamó al timbre. Una mujer abrió la puerta. Se sorprendió al verle. Parecía que no recibía visitas muy a menudo.
-¿Bonjour. Qui êtes-vous?
-Hola. ¿Habla usted español?
-Oh. Pog supuesto.
-Mire-respondió nervioso-Me llamo John. He tenido un accidente a unos kilómetros de aquí. No sé cuántos. Llevo caminando toda la noche. Mi novia. Bueno, mi prometida ha muerto-comenzó a llorar-No sé qué hacer. Tampoco tengo cobertura-la mujer permaneció inmutable.
-¿Hacia dónde conducían ustedes?-interrogó con acento francés.
-No sé si la carretera continuará por aquí. Salimos ayer por la noche de Madrid. Íbamos hacia Navarra.
-Pego, señog. Esto no es la España. Estamos al sug de Fgancia-contestó curiosa.
-¿Cómo dice? ¿En Francia? No, no puede ser. Yo he andado pero es imposible que haya andado tanto. Ni siquiera habíamos entrado en Navarra-dijo con una preocupación clara.
-Lo siento. Le guepito que está usted en Fgancia. ¿Cómo se dice en español? Ah, sí. Esto es Bayona.

John se desorientó por completo. Su mente comenzó a dar vueltas. De repente, se desplomó sobre el suelo. 

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