martes, 19 de marzo de 2013

Sufrimiento Animal. Capítulo 4



Despedida y bienvenida

Un golpe. Dos golpes. Tres golpes. Cuatro golpes. Mientras corría hacia el pobre perro contaba cuántos impactos recibía. Sus gritos eran inmensos y mi corazón latía a un ritmo frenético. Tras unos segundos de carrera, miré atrás y observé que Veintidós había desaparecido. Inmediatamente me sentí en otra cruzada. No sabía si ayudar o buscar. Inconscientemente pensé en que en ese momento había un pobre animal indefenso por el monte. Pero no sufría. En cambio, el otro sí lo hacía. Sus ladridos retumbaban en cada montículo del campo. Dolían como cientos de puñaladas en el corazón. Por fin llegué.
-¡Qué cojones te crees que estás haciendo!-grité cogiéndolo del cuello y apartándolo del árbol. Vestía con un chubasquero verde, unos pantalones vaqueros y unas botas de monte. Su cabeza estaba cubierta por un gorro y tan sólo se distinguían sus ojos.
-Vete de aquí si no quieres acabar igual-respondió mientras me observaba atentamente. Su mirada era desafiante. Se clavó en mis ojos y una sensación de terror invadió mi cuerpo calado. También pensé que de alguna manera lo conocía. Me resultaba cercano.
-No pienso marcharme. Deja al perro en paz-avisé. En aquel instante sacó una navaja de su bolsillo derecho y temí lo peor. Pero no fue así. En vez de clavármela a mí, levantó su brazo y se la incrustó al perro en su pecho. Posteriormente golpeé su cabeza con mi puño diestro y cayó al suelo. Se levantó y se lanzó a por mí. Segundos después me encontré con él sobre mí en la hierba en pleno forcejeo mientras el animal perdía demasiada sangre. Finalmente le empujé y estampó su cabeza contra una gran piedra que se situaba a unos metros. Mientras yo desataba al animal del árbol, él permaneció tumbado sobre la tierra mojada sin apenas mover un músculo. Cogí al perro y me marché rápidamente.

Era un Akita precioso. Su cuerpo, ni grande ni pequeño, lo dominaba un color marrón claro, con todo el pelaje apagado por culpa de su terrible estado. Los golpes asestados por el desconocido, habían causado múltiples heridas y en el pecho la sangre empezaba a brotar de forma apresurada. Su cabeza colgaba en el aire y se movía de un lado a otro dependiendo de mis pasos. Las patas estaban suspendidas hacia el suelo por la gravedad y la cola descansaba entre ellas. No sabía si aún vivía. Me guiaba por su movimiento de respiración. Poco a poco el rastro de líquido vital que iba dejando por la montaña se incrementaba. El pobre perro estaba luchando intensamente por sobrevivir. La batalla que se labraba en su interior era una batalla cruel y sin sentido. Causada por la terrible mano del hombre, un ser audaz y despiadado capaz de realizar cualquier acto deleznable para su particular disfrute.

Los árboles me impedían correr más veloz. Y las raíces de éstos que sobresalían del suelo me aprisionaban en el interior del bosque. Parecía que la naturaleza no me permitía socorrer al Akita. Además, la lluvia se intensificaba cada minuto que despedía. Pero finalmente pude salir del monte. Cuando comencé a ver las casas del pueblo, cogí el teléfono móvil del bolsillo derecho con la mano del mismo costado y llamé al veterinario. De repente los astros se alinearon y la suerte corrió en mi favor. Él había ido a visitar a una compañera y cuando me cogió la llamada todavía se hallaba a tres kilómetros del poblado. En cinco minutos había llegado. Tras suplicármelo dos veces, él se marchó con el perro y yo fui a mi casa.

-Te llamaré en cuanto le opere-se despidió. Temía no volver a saber nada de él.

Eran las cuatro de la tarde. Veintidós me estaba esperando en el portal de mi edificio. En cuanto me vio vino corriendo a saludarme con una felicidad inmensa. Subí con ella para presentársela a Alicia. Su reacción fue extremadamente negativa. Sin embargo, no rebatió. Entré en mi habitación y vi a mi mujer haciendo las maletas para abandonar el pueblo. Su cara expresaba rabia y dolor. No entendía por qué. Yo tenía más argumentos para replicar.

-¿Qué haces?-pregunté sin saber por qué. Cada día que terminaba, le odiaba más.
-Me vuelvo a Bilbao. No quiero pasar ni un segundo más aquí-respondió ella sin ningún pudor.
-Vale. Vete-en aquel instante dejó de coger la ropa del armario. Se quedó mirándome unos segundos y, posteriormente, estalló. Estalló cual bomba nuclear. Empezó a encadenar una palabra tras otra sin ningún sentido. Apenas la escuchaba. El griterío que formó fue tal, que tuve que salir del dormitorio y encerrarme en el baño mientras varias lágrimas caían de mis ojos. Mientras ella continuaba con la explosión de su rabia, yo me miré en el espejo. De repente me di cuenta de todo. El pelo se me estaba cayendo del estrés. En vez de rubio como era antes, ahora tenía un color oscuro y feo. Además, se había convertido en algo grasiento y lacio. Las ojeras habían inundado mi rostro y emitían una sensación de cansancio continuo. Varios granos habían aflorado en mi piel facial. Una barriga cada vez más grande sobresalía de mi camiseta. Ya no era el de antes. Ya no era aquel joven al que todo el mundo halagaba y del que todo el mundo quería un beso. Me di cuenta de todo. Pero de repente, vi un haz de esperanza en mi interior. Todo lo había provocado ella. Que mi vida estuviera del revés era por su culpa. Para que mi vida volviera a ser lo perfecta que era antes, uno de los dos tenía que partir.

Salí del baño. Ella seguía gritando. Sin decir nada, cogí sus maletas y las tiré por la ventana. Se enfadó aún más.

-Cállate-impuse. Contra todo pronóstico, lo hizo. Era mi turno. Pero iba a ser muy breve-Tienes los cojones de gritarme y llamarme de todo cuando la que se ha estado tirando a otros has sido tú. Te recuerdo que me has puesto los cuernos cuatro veces en el último mes. Y te he perdonado porque creía en ti. No tienes corazón. Has jugado conmigo como has querido y para una vez que ayudo a un animal te cabreas por haberlo adoptado. No tienes sentimientos. No tienes nada. Vas a acabar todas las noches en una esquina arrastrándote por diez míseros euros. Pero dudo que te los paguen. Porque tú vales mucho menos. Fuera de mi vista. Fuera de mi casa. Fuera de mi vida-declaré en un tono desafiante continuo.

Se marchó.

Al día siguiente me desperté feliz por primera vez en muchos meses. Alicia se había ido y Veintidós había dormido conmigo en la cama. Pocos segundos después de abrir los ojos recibí una llamada. Era el veterinario.

-Juan. Tengo noticias-manifestó con una voz impasible.
-¿Qué ha ocurrido?-pregunté incorporándome bruscamente sobre el colchón y provocando que mi galga se asustara.
-Hemos conseguido salvarlo. Está sedado y en las próximas horas se despertará. Ha sido todo un éxito-respondió cada vez más alegre.
-Gracias a Dios-por fin respiré con alivio.
-Pero tenemos un problema. Necesitamos una casa en la que se recupere. Un hogar de acogida para su posterior adopción-sabía perfectamente por qué me había dicho eso. Él esperaba que ese hogar de acogida fuera el mío. Él lo esperaba y así fue.
-Tranquilo. Yo lo haré.

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