Antonio. Parte 2
Aquella noche Antonio no pudo dormir nada. Sabía
perfectamente que no había sido un político ejemplar. De hecho, probablemente
fuera uno de los peores. Por ello, estuvo 8 horas tumbado en la cama de un lado
para otro. Cuando conseguía dormirse, inmediatamente soñaba algo relacionado
con la corrupción y se despertaba de un salto. Se dio cuenta de que necesitaba
a alguien.
Por la mañana siguiente se arregló, se vistió de traje y
acudió a primera hora al despacho de su hermano Javier, empresario que dirigía
la compañía de congelados más importante de España. Bruscamente entró en la
oficina.
-¡¿Dónde está Javier?!-preguntó a la secretaria.
-Está dentro-respondió ella. Ipso facto, Antonio abrió la puerta y entró. La secretaria lo
intentó evitar pero no obtuvo resultados.
-Tranquila Juana. Puedes marcharte-dijo educadamente Javier
cuando ambos se encontraban dentro.
Antonio estaba demasiado exaltado. Sabía perfectamente que
Javier notaba que ocurría algo. No era muy difícil darse cuenta. Pero era
imposible interiorizarlo. Un mar de acusaciones estaba a punto de caer sobre él
y necesitaba ayuda urgente.
-Se avecina una muy grande-dijo encadenando las palabras sin
espacios.
-¿Cómo? ¿Qué dices Antonio?-preguntó Javier extrañado.
-A ver. Hay una conspiración en el gobierno. Va a salir toda
la mierda-los nervios de Antonio se iban incrementando cada segundo. El sudor
comenzaba a divisarse en su frente y en sus sobacos. Sacó un pañuelo del
bolsillo de su chaqueta y se limpió.
-¿Qué mierda? ¿Qué dices?-Antonio no estaba seguro si Javier
conocía la corrupción que había en su trabajo. Pero era su hermano. No le
importaba contárselo y, en estas circunstancias, menos.
-Que todas las corrupciones de los políticos y empresarios
van a empezar a salir a la luz y nos van a empezar a juzgar. Además, España se
está hundiendo económicamente. Nadie de la población sabe nada, pero como esto
siga así muchos de ellos se van a ver en la calle en muy poco tiempo-el rostro
de Javier cambió por completo al escuchar estas palabras. Sus cejas cayeron, y
adoptó una expresión de enfado y rechazo.
-Antonio. ¡Fuera de aquí! Yo no tengo ningún problema.
-Tienes que ayudarme. Me van a investigar de un momento a
otro-empezaba a pensar que su hermano no iba a socorrerlo.
-Si eres corrupto Antonio, no es mi culpa. Es problema tuyo.
Fuera de aquí o llamo a seguridad.
-Mamá no querría esto-dijo Antonio llorando, a pesar de que la
relación con su madre era prácticamente inexistente. Su padre había fallecido
hace 3 años-Mamá y papá querrían que me ayudaras Javi. Por favor. ¿Cuánto
quieres? ¿10.000€?-preguntó sacando del bolsillo de su pantalón un talonario y
un bolígrafo.
-¿Te crees que soy un ‘politicucho’ de tres al cuarto a
quien le puedes sobornar? Soy tu hermano. No soy escoria-inmediatamente Antonio
lo volvió a guardar-En mi vida he aceptado un soborno. Esta empresa la levanté
yo con el sudor de mis manos. Antonio Pérez, ¡fuera de aquí!-exclamó mientras
se levantaba y señalaba con el dedo índice la puerta de salida.
Se marchó rápidamente. Un sentimiento de enfado y de celos
empezó a recorrer todo su cuerpo. Enfado, porque no lo había ayudado. Celos,
porque Javier había llegado a lo más alto del éxito con las manos limpias.
Antonio las tenía muy sucias.
Llegó a su chalet de la periferia. Se quitó la corbata y la
chaqueta. Las tiró al suelo. Fue al salón y cogió una botella de Coñac. Con
ella acudió a la cocina. Sacó un vaso del armario, dos hielos del congelador y
se sirvió una copa. Después se tumbó en el sofá y empezó a beber. Se puso a
pensar en todo lo que le estaba ocurriendo y se acordó de la carta que había
recibido el día anterior. No sabía qué hacer. Al final llegó a la conclusión de
que lo mejor sería pagar a la desconocida los 2.000€ al mes. Mientras tanto,
movería cielo y tierra para encontrarla. Y en el momento que eso ocurriera
sería su fin.
Por la mañana siguiente, Antonio se despertó como si todo
estuviera en orden. Quería aparentar normalidad. Se levantó a las 7, se duchó,
desayunó mientras leía el periódico-por si acaso aparecía su nombre-cogió su
maletín y se marchó al despacho. Llegó media hora antes. Tenía un asunto que
tratar. Se sentó en su silla con gesto serio. Descolgó el teléfono y marcó un
número.
-¿Mario?-preguntó con
tono sombrío y apagado. No conseguía disimular su depresión.
-Dime Antonio-respondió.
-Verás. Tengo un pequeño problema-no sabía cómo contárselo.
Se trataba de un amigo suyo, pero que te extorsionen no es plato de buen
gusto-Resulta que hace un tiempo fui a un bar. Conocí a una chica que me gustó
mucho físicamente. Fuimos a un hostal y, bueno, pasó lo que tenía que pasar-de
repente Antonio se acordó del topo. Sabía que Mario no era pero, ¿y si estaba
escuchando la conversación? ¿Y si el teléfono estaba pinchado?-espera. Mejor
quedamos. Te envío un SMS por el móvil con la hora y el sitio. Esto no es
seguro-inmediatamente colgó y le mandó el mensaje.
Era ya de noche y Antonio condujo hasta un polígono
totalmente alejado de la ciudad, de forma cautelosa por si le seguían. No fue
así. Se bajó del coche y esperó unos
minutos. Estaba todo muy oscuro. Un vehículo llegó con las luces apagadas. Por
si acaso, él se escondió hasta que se dio cuenta de que era Mario. Justo en ese
instante empezó a llover fuertemente. Se refugiaron en el automóvil.
-¿Qué ocurre?-preguntó Mario preocupado. Mario era un policía
de 26 años. Su pelo era castaño y algo rizado. Ojos marrones. Vestía como lo
hacen los jóvenes de esa edad hoy en día. Vaqueros, zapatillas bajas, sudadera,
etc. Antonio lo notaba más contento últimamente puesto que había conocido a una
chica. No quería presentársela todavía.
-Hace unos meses conocí a una chica en un bar-comenzó a
explicar algo nervioso-Fuimos a un hostal. Usamos condón, pero supongo que
estaría roto o algo. Yo no lo sabía. Pero ayer me mandó una carta-la sacó del
bolsillo de su americana. Mario leyó, frunció el ceño.
-¿Qué quieres que haga?
-Búscala. Era una mujer de unos 25 años. Esa noche llevaba
un vestido rojo muy apretado y unos taconazos negros. Pelo rubio ondulado…
¿Podrás hacerlo?
-Con esos datos no lo sé-respondió Mario cabizbajo- lo
intentaré. No te lo prometo-Antonio salió del vehículo y bajo la lluvia entró
en el suyo.
Por la mañana siguiente, el político se encontraba en la
oficina trabajando algo más tranquilo que el día anterior. Sin embargo, a las
11 de la mañana, 4 agentes de la policía irrumpieron con fuerza en su despacho.
-¿Es usted Antonio Pérez?
-Sí-respondió muy inquieto mientras se levantaba de la
silla.
-Traemos una orden
judicial de detención contra usted por
presunta implicación en unos hechos
consistentes en malversación de fondos públicos, evasión de impuestos y
cohecho, según una investigación iniciada a raíz de una denuncia-dijo conforme
esposaba sus manos.
-¿De…denuncia de quién?-preguntó Antonio derrumbándose sin
poder articular prácticamente las palabras.
CONTINUARÁ
No hay comentarios:
Publicar un comentario