Isabel y Enrique. Parte 1
1983
Isabel era una mujer de pelo castaño, largo y liso, ojos
verdes y de tez bastante morena. Tenía 46
años. Su marido Enrique, de 51, siempre llevaba el cabello algo enmarañado y
canoso. Sus ojos eran marrones y su piel era muy pálida. Tenían una hija que se
llamaba Teresa, de 17. Era prácticamente igual que su madre. Isa, iba a dar a
luz a un precioso bebé. Se llamaría Carla.
El 5 de marzo de ese mismo año, fueron corriendo al
hospital. Había roto aguas al salir de la ducha y las contracciones ya habían
comenzado. Al principio eran cortas y había un largo espacio entre ellas.
Conforme iban pasando los minutos, eran más y con menos tiempo para descansar.
A las 14.03h, Carla nació.
En aquel momento, Isabel cayó rendida del esfuerzo y se
quedó dormida. Minutos después se despertó algo aturdida.
-¿Dónde está Carla?-preguntó nerviosa. Inmediatamente se dio
cuenta de un llanto. Un llanto que no era el de un bebé. Era de Enrique. Estaba
sentado en el sillón que había en la habitación, con las manos tapando su cara.
Apoyada en el reposabrazos, se encontraba Teresa calmando a su padre. También
estaba llorando-¡¿Qué ha pasado?!-el
médico apareció.
-Lo siento Isabel. Su bebé no ha podido sobrevivir. Ha
luchado unos minutos pero no lo ha conseguido-respondió con tristeza y
desazón. Ella empezó a sollozar.
-Quiero ver el cadáver.
-Está bien. En unos minutos vuelvo.
A lo largo de las semanas siguientes, Isabel y Enrique
dejaron de hablar. No comían, no iban a trabajar… Su vida se limitaba a levantarse,
vagar por casa y dormirse. Había días incluso que no se movían de la cama.
Teresa estaba harta así que una mañana fue a la habitación de sus padres.
-Mamá, papá-entró con paso firme y voz estricta-No hay nada
para desayunar hoy. Tampoco para comer ni cenar. ¿Cuándo pensáis ir al
supermercado?-no recibió respuesta. Isabel y Enrique se encontraban tumbados en
la cama tapados con la manta, mirando al techo-¿Hola?-sin contestación-Lleváis
semanas sin hablar. Tengo que hacerlo yo todo. Estoy harta. ¡Harta!-sus padres
ni siquiera la miraban-Está bien. Cogeré mis cosas y me buscaré yo la vida.
Olvidadme-rápidamente se fue a su cuarto, cogió su monedero y una maleta con
bastante ropa. Con todo ello en mano, volvió al dormitorio de sus padres-Me
voy-se quedó unos segundos en silencio-Adiós-y se marchó.
2007
Isabel y Enrique vivían en pleno centro de Madrid. Tenían ya
71 y 75 años, respectivamente. Su pensión no permitía caprichos y había veces
que no llegaban a fin de mes. Por desgracia, Enrique estaba enfermo.
Hacía ya tiempo que uno de sus riñones había dejado de
funcionar. El otro comenzaba a fallar y, si no recibía un donante pronto, no
sobreviviría. Cada día que transcurría Isabel se preocupaba más.
-Cariño, ¿qué tal estás?-preguntó a Enrique una mañana mientras
desayunaban en pijama, sentados en el salón.
-Bueno. Hoy estoy algo mejor que ayer-respondió rodeando la
taza de leche caliente con las dos manos. Tenía la mirada fijada en un punto.
-Hoy tenemos que ir al médico-informó Isabel con
tristeza-Nos dirá a ver si estás mejor.
-Isa, seguro que sí. Todo va a salir bien-tranquilizó
cogiendo su mano y agarrándola fuerte.
Se vistieron y se marcharon al hospital. Llevaban un paso
firme pero lento, ya que su edad hacía tiempo que limitaba su día a día. Tras
20 minutos caminando, llegaron al centro médico. Rápidamente fueron atendidos.
-Enrique-dijo el médico sentándose en la silla-Necesita un
donante urgente. Su riñón puede fallar en cualquier momento-Isabel agachó la
cabeza y se lamentó.
-Quizá ya es mi momento-respondió él. Su mujer empezó a
llorar.
-No. No es tu momento Enrique. Doctor. Quiero donarle mi
riñón.
-Lo siento Isabel. Pero no quiero arriesgarme. Su salud está
bien, pero no como para tirar cohetes. Si se arriesga, puede no sobrevivir a la
operación.
-No lo vas a hacer. Has dado toda tu vida por mí durante
estos 50 años Isabel. Esto ya es lo último. Quiero que sigas adelante. Si no
hay donante cuando me ocurra, será mi destino.-los dos se abrazaron con
lágrimas en los ojos.
Salieron de la consulta y se dirigieron hacia la avenida.
Cuando ya estaban en la calle, Enrique se empezó a marear. Poco después cayó al
suelo y se desmayó. Isabel empezó a gritar y a llorar. Varios enfermeros
abandonaron el hospital inmediatamente y acudieron a su auxilio. Un hombre
vestido de traje y de unos 45 años que caminaba por allí, se presentó raudo y
veloz mientras lo llevaban dentro de la clínica.
-¡Señora! ¿Qué ocurre?-preguntó a Isabel.
-Mi marido-respondió llorando sin cesar-necesita un riñón
urgentemente-el hombre se quedó mirando fijamente sus ojos verdes.
-Yo le donaré uno de los míos. Mi nombre es Javier, Javier
Pérez.
CONTINUARÁ
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