miércoles, 7 de noviembre de 2012

Tiempos modernos. Capítulo 7


Isabel y Enrique. Parte 1
1983

Isabel era una mujer de pelo castaño, largo y liso, ojos verdes y de tez bastante morena. Tenía  46 años. Su marido Enrique, de 51, siempre llevaba el cabello algo enmarañado y canoso. Sus ojos eran marrones y su piel era muy pálida. Tenían una hija que se llamaba Teresa, de 17. Era prácticamente igual que su madre. Isa, iba a dar a luz a un precioso bebé. Se llamaría Carla.

El 5 de marzo de ese mismo año, fueron corriendo al hospital. Había roto aguas al salir de la ducha y las contracciones ya habían comenzado. Al principio eran cortas y había un largo espacio entre ellas. Conforme iban pasando los minutos, eran más y con menos tiempo para descansar. A las 14.03h, Carla nació.

En aquel momento, Isabel cayó rendida del esfuerzo y se quedó dormida. Minutos después se despertó algo aturdida.

-¿Dónde está Carla?-preguntó nerviosa. Inmediatamente se dio cuenta de un llanto. Un llanto que no era el de un bebé. Era de Enrique. Estaba sentado en el sillón que había en la habitación, con las manos tapando su cara. Apoyada en el reposabrazos, se encontraba Teresa calmando a su padre. También estaba  llorando-¡¿Qué ha pasado?!-el médico apareció.

-Lo siento Isabel. Su bebé no ha podido sobrevivir. Ha luchado unos minutos pero no lo ha conseguido-respondió con tristeza y desazón.  Ella empezó a sollozar.

-Quiero ver el cadáver.

-Está bien. En unos minutos vuelvo.

A lo largo de las semanas siguientes, Isabel y Enrique dejaron de hablar. No comían, no iban a trabajar… Su vida se limitaba a levantarse, vagar por casa y dormirse. Había días incluso que no se movían de la cama. Teresa estaba harta así que una mañana fue a la habitación de sus padres.

-Mamá, papá-entró con paso firme y voz estricta-No hay nada para desayunar hoy. Tampoco para comer ni cenar. ¿Cuándo pensáis ir al supermercado?-no recibió respuesta. Isabel y Enrique se encontraban tumbados en la cama tapados con la manta, mirando al techo-¿Hola?-sin contestación-Lleváis semanas sin hablar. Tengo que hacerlo yo todo. Estoy harta. ¡Harta!-sus padres ni siquiera la miraban-Está bien. Cogeré mis cosas y me buscaré yo la vida. Olvidadme-rápidamente se fue a su cuarto, cogió su monedero y una maleta con bastante ropa. Con todo ello en mano, volvió al dormitorio de sus padres-Me voy-se quedó unos segundos en silencio-Adiós-y se marchó.

2007

Isabel y Enrique vivían en pleno centro de Madrid. Tenían ya 71 y 75 años, respectivamente. Su pensión no permitía caprichos y había veces que no llegaban a fin de mes. Por desgracia, Enrique estaba enfermo.

Hacía ya tiempo que uno de sus riñones había dejado de funcionar. El otro comenzaba a fallar y, si no recibía un donante pronto, no sobreviviría. Cada día que transcurría Isabel se preocupaba más.

-Cariño, ¿qué tal estás?-preguntó a Enrique una mañana mientras desayunaban en pijama, sentados en el salón.

-Bueno. Hoy estoy algo mejor que ayer-respondió rodeando la taza de leche caliente con las dos manos. Tenía la mirada fijada en un punto.

-Hoy tenemos que ir al médico-informó Isabel con tristeza-Nos dirá a ver si estás mejor.

-Isa, seguro que sí. Todo va a salir bien-tranquilizó cogiendo su mano y agarrándola fuerte.

Se vistieron y se marcharon al hospital. Llevaban un paso firme pero lento, ya que su edad hacía tiempo que limitaba su día a día. Tras 20 minutos caminando, llegaron al centro médico. Rápidamente fueron atendidos.

-Enrique-dijo el médico sentándose en la silla-Necesita un donante urgente. Su riñón puede fallar en cualquier momento-Isabel agachó la cabeza y se lamentó.

-Quizá ya es mi momento-respondió él. Su mujer empezó a llorar.

-No. No es tu momento Enrique. Doctor. Quiero donarle mi riñón.

-Lo siento Isabel. Pero no quiero arriesgarme. Su salud está bien, pero no como para tirar cohetes. Si se arriesga, puede no sobrevivir a la operación.

-No lo vas a hacer. Has dado toda tu vida por mí durante estos 50 años Isabel. Esto ya es lo último. Quiero que sigas adelante. Si no hay donante cuando me ocurra, será mi destino.-los dos se abrazaron con lágrimas en los ojos.

Salieron de la consulta y se dirigieron hacia la avenida. Cuando ya estaban en la calle, Enrique se empezó a marear. Poco después cayó al suelo y se desmayó. Isabel empezó a gritar y a llorar. Varios enfermeros abandonaron el hospital inmediatamente y acudieron a su auxilio. Un hombre vestido de traje y de unos 45 años que caminaba por allí, se presentó raudo y veloz mientras lo llevaban dentro de la clínica.

-¡Señora! ¿Qué ocurre?-preguntó a Isabel.

-Mi marido-respondió llorando sin cesar-necesita un riñón urgentemente-el hombre se quedó mirando fijamente sus ojos verdes.

-Yo le donaré uno de los míos. Mi nombre es Javier, Javier Pérez.

CONTINUARÁ

No hay comentarios:

Publicar un comentario