Por primera vez en toda mi vida me sentía libre. Me
encontraba al lado de la ría de Bilbao y no veía el final del camino. Empecé a
recorrerlo. Corrí, corrí y corrí. No me cansaba. Jugaba con otros perros,
algunas personas me acariciaban, era libre. Un rato después me sentí perdida.
No sabía dónde estaba. Los edificios eran desconocidos y las calles diferentes.
Llevaba poco tiempo en mi casa, pero ese poco tiempo había sido increíble. Dos
chicos y su madre me habían recogido de la calle porque mi dueño había renegado
de mí. Y ahora, les estaba dando uno de los peores disgustos de sus vidas. No
les estaba agradeciendo lo que habían hecho por mí.
Llegó la noche y no sabía qué hacer. Todo me daba miedo. Los
coches, los autobuses, las personas. Quería volver al calor de mi casa, al
sabor de la comida, al sentimiento que desprendían sus caricias. Lo necesitaba,
pero no sabía dónde me encontraba. Caminé y caminé atravesando la dura noche.
Cuando me di cuenta de que la oscuridad se había apoderado de la ciudad hacía
unas horas, me metí en unos matorrales y descansé hasta la mañana siguiente.
¿Me estarían buscando? Me convencía a mí misma de que sí.
Había amanecido y decidí continuar mi marcha. Aquel día
estaba nublado y parecía que iba a llover. No me importaron las nubes y
emprendí mi camino. Corrí algún peligro atravesando las carreteras, nada alarmante. Me di cuenta de que había
gente que se acercaba a mí como si me conociera, no sabía por qué. Huía. El
miedo se apoderaba de todo mi cuerpo. De repente, cuando el sol llevaba unas 3
horas en el cielo, mi estómago empezó a rugir. Necesitaba comida. Comida y
agua.
Busqué por toda la zona. Cogía todo lo que había por el
suelo. Inesperadamente observé que los edificios de mí alrededor me recordaban
a algo. Tenía la sensación de que había estado ahí antes. Anduve unos minutos
más. Aparecí en el parque donde había empezado a correr sin mirar atrás. Estaba
cerca de mi casa. Caminé. La fría noche ocupó todo el ambiente. Volví a
perderme.
Habían pasado 4 jornadas. Las esperanzas de que me encontraran
se desvanecían al igual que una amistad que no se riega todos los días. Busqué
comida en cada rincón y lo único que encontré fue un trozo de pan tirado en el
suelo. Mis fuerzas se esfumaban y mis ganas de caminar disminuían. No podía
más. Me tumbé al lado de un hospital. Había cesado en mi búsqueda. Estaba
segura de que no volvería a sentir el calor de mi hogar.
Minutos después escuché a un hombre gritar. Alcé la cabeza.
Se acercaba a mí. En cuestión de segundos reconocí su cara. Me levanté y corrí
hacia él. Me sentía más feliz que nunca. Sabía que había estado buscándome
todos esos días. Sabía que no había dormido por las noches. Sabía que había
abandonado el estudio por mí. Sabía lo mal que lo estaba pasando mi familia. Sabía que su madre estaba de un lado para otro buscándome. Pero ahí estaba él. Me había encontrado. Me había encontrado sin un atisbo de
esperanza dentro de mí. Volvía a casa. A mi casa.
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