jueves, 17 de mayo de 2012

El color más temido y, a la vez, el más deseado.


2ª Parte.


Durante los días siguientes mis padres no paraban de repetirme qué era lo que me ocurría. Estaba totalmente hundida y lo peor de todo era que no me atrevía a contárselo. Juan no me cogía el teléfono y cada vez estaba más preocupada. Por fin aquella tarde me contestó y vino a verme. Los dos estábamos fatal -sin saber qué hacer-aunque él lo empezaba a divisar. “Quiero que tengas a nuestro hijo”, me dijo. “¿De verdad me lo estás diciendo?”, pregunté sorprendida. No me podía creer las palabras que acababan de pronunciar sus labios. Lo único que se me pasaba por la cabeza en ese mismo instante era abortar cuanto antes para no sufrir más y para no permitir que lo que estaba creciendo en mis entrañas se convirtiera en una persona. Antes de que ocurriera eso, todo tenía que terminar.


Al día siguiente por fin me armé de valor y decidí contárselo a mis padres. Nos sentamos los tres en la mesa del comedor. Si cabía la posibilidad, me encontraba más hundida y más nerviosa de lo que estaba antes. Sus caras lo decían todo: se temían lo peor. Tras unos segundos de silencio mis labios se separaron y en un impulso descontrolado dije: “mamá, papá. Estoy embarazada”. Los dos se quedaron bloqueados sin saber qué decir sentados en las sillas delante de mí mirándome fijamente. Una lágrima empezó a caer del ojo derecho de mi madre mientras veía como desde el ojo izquierdo estaba a punto de ocurrir exactamente lo mismo. De repente empecé a llorar como si el mundo se estuviese acabando para siempre. En ese mismo instante mis padres se levantaron de la silla y me abrazaron con todas sus fuerzas. Ese gesto me devolvió la vida que me había robado el test de embarazo hacía unos días. A partir de ese segundo todo cambió. El apoyo de mis padres fue incondicional, me ayudaron absolutamente en todo. Por suerte, Juan estuvo también en cada momento.

Ahora, 8 años después, pienso en todo esto y se me saltan las lágrimas. Veo a mi hijo correr por el jardín de mi casa y me doy cuenta de que la más difícil, complicada y dura decisión de toda mi vida la tomé con total acierto. Gracias a Dios tuve la suerte de tener a mis padres que me protegieron y ampararon desde el principio, y a Juan, que aunque rompiéramos un año después, tras casi una década sigue ayudándome en todo lo que necesito. Pero, ¿qué habría sido de mí si hubiera abortado? Cada segundo de mi vida me lo pregunto…

¿CONTINUARÁ?

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