Miércoles 29 de octubre
Me encontraba sumido en mis pensamientos más profundos
cuando escuché el sonido del ascensor desde el interior de la oficina. Conté
tres segundos. La manilla se giró y una pierna se asomó por la puerta. Estaba
completamente depilada. Ni un vello se asomaba. Eso sí, era demasiado ancha y
musculada. Para ser de mujer, bastante antiestética. Y su pie estaba desnudo.
No le di importancia. Me levanté.
-Buenos días GI—saludé mientras abría el portón.
-Tú eres tonto—dijo Lucas golpeando su maletín en mi cráneo.
Tras él entró Mariano carcajeándose—Cómo sabía que ibas a picar.
-¿Te has pensado en serio que su pierna era la de
GI?—interrogó tronchándose.
-No me puedo creer que te hayas depilado las piernas solo
para esto—aseguré riendo.
-Exacto. Mi mujer ha sido. ¿A que están bien
depiladas?—preguntó mientras se remangaba el pantalón.
-¿Estás nervioso?—inquirió Mariano.
-¿Yo? ¿Por qué?—dije intentando esconder mi nerviosismo con
escaso éxito. En aquel instante el ascensor volvió a sonar. La puerta chirrió.
Ahí estaba ella. Ese cuerpo, ese rostro… Era una princesa. Su figura se
contoneaba de un lado a otro. Vestía con una chaqueta negra y una camiseta
blanca. En la parte inferior llevaba unos vaqueros ceñidos con unos taconazos
oscuros. De repente, la abertura del elevador golpeó contra sus topes y mi mente volvió a la realidad.
-Buenos días. Bienvenida—saludé inquieto.
-Buenos días, CP. Gracias—me sonrió. La curvatura de sus
labios fue tan pronunciada que mi expresión la contrajo. Pasó ante mí y se
sentó en su cubículo. Su lugar de trabajo se situaba frente al despacho de
Lucas. A continuación estaba el de Mariano y, a su lado, el mío.
-¿Qué vas a hacer?—interrogó Lucas.
-Primero voy a hacerme el interesante. Hoy voy a pasar de
ella.
-¿Estás seguro?—cuestionó Mariano.
-Sí. No hay que ponérselo en bandeja.
La mañana transcurrió sin ningún acontecimiento destacable. No
tuve ni un segundo de descanso hasta que a las 12 y media mi cerebro se negó a
continuar trabajando. Salí de mi despacho y me dirigí a la sala de
esparcimiento. Ahí estaba GI, sirviéndose un café. Se giró e inexplicablemente
chocó contra mí, provocando que la bebida cayera por mi camisa y mis
pantalones.
-¡Pero qué haces!—exclamé.
-¡Lo siento, lo siento!—dijo mientras cogía una bayeta de la
encimera y frotaba su ropa.
“Lo ha hecho a propósito…”, pensé sin verme capaz de no
sonreír. De momento estaba siendo más fácil de lo que me había planteado…
1/16
No hay comentarios:
Publicar un comentario