Viernes 31 de octubre. Halloween
“-Bajó corriendo las escaleras. Llegó al segundo piso. De
repente, la luz se apagó en todo el edificio. Se detuvo. Intentó calmar su
respiración. Apenas lo consiguió. Estaba demasiado alterado. Escuchó un ruido
tras de sí. Segundos después, una risa. No una risa inocente, sino una risa
aguda, tenebrosa. Sacó su móvil entre temblores. Insertó el código y se
desbloqueó. Encendió la linterna. Frente a él se encontraba un payaso ataviado
con ropa impregnada de sangre. El vestido amarillo y blanco estaba sucio y
roto. Su rostro era el de un asesino retorcido. Tenía toda la cara pintada de
blanco. Los dientes afilados como cuchillos. Sus labios estaban cubiertos por
el líquido rojo. Y en sus manos llevaba la mano de una persona. Ambos fijaron sus miradas sobre el contrario. Los ojos de John mostraban pánico. Los del payaso, tortura y muerte. Y su sonrisa, locura. El silencio se apoderó del ambiente. Él se dio cuenta de que el asesino había pegado en su pecho izquierdo una placa con un nombre: Scott. “¿Scott? ¿Por qué me suena?”, pensó. Entonces, el desconocido volvió a expulsar de su boca su risa aguda y tenebrosa. Se abalanzó sobre él”—relaté. Todos me escuchaban atentamente. Eran las doce y cuarto del mediodía. Estábamos haciendo un descanso, cuando decidí contar una historia de miedo. Era 31 de octubre, Halloween. La noche de las brujas.
-¡Pero vaya mierda de historia!—exclamó Lucas— ¿Ese final?
Bah. Yo cuento mejores historias.
-¿Ah sí? Cuenta tú una—respondí enfadado.
-¿Quieres que cuente la de la noche de Halloween de hace 3
años? ¿Cuándo te despertaste y viste el mensaje: “qué bien lo pasamos anoche”
de un travelo? Esa historia sí que da miedo—GI apareció repentinamente por la
puerta de la oficina.
-¿He oído algo de un travelo?—preguntó curiosa. Ya sabía
algo más de su personalidad. Era muy cotilla.
-Has oído mal—respondí sin mirarla. Me giré y me dirigí a mi
despacho. Mientras caminaba, escuché cómo preguntaba a Lucas si me ocurría algo
con ella. Él respondió afirmativamente. “No le caes muy allá”, dijo. Frené en
seco. Esperé unos segundos y le llamé. Entramos en mi despacho.
-¿De qué vas?—pregunté susurrando alterado— ¿Le has dicho
que me cae mal?
-Tú no lo entiendes. He estado hablando con Mariano. Hemos
llegado a la misma conclusión. Si ahora ella viene donde ti, es porque tienes
posibilidades. Si pasa del tema, olvídala. No habrá nada que hacer—contestó
contundente.
-No me fío un pelo de vosotros—aseguré.
-Por cierto. ¿La fiesta?
-¿Qué fiesta?
-¿Pues qué fiesta va a ser?
-¿El puente?
-¿Qué puente?
-A ver Lucas. ¿De qué coño estás hablando?
-De tu fiesta de Halloween.
-Sí. ¿Qué pasa con ella? Es esta noche. A las 11 y media en
mi casa—Lucas paralizó su mirada sobre la mía durante unos instantes.
-Estás de coña, ¿no?
-¡Al grano!—exclamé—Ve al grano—susurré para no llamar la
atención de los del exterior.
-Dios. No tienes ni puta idea de ligar. Hoy haces una
fiesta. Has invitado a tus amigos. A nadie de la oficina…
-Creo que te sigo.
-¿Sí?
-No. ¡Quieres ir de una vez al grano!
-¡Que invites a todos los de la oficina! Menos a GI. Que
corra con el boca a boca. Que se entere. Y luego cuando nos marchemos a casa la
invitas.
-Está bien. ¡Fuera de aquí!
El reloj marcó las dos en punto, la hora de la comida. Metí
unos papeles en el primer cajón de mi mesa. Alguien tocó la puerta y entró. Era
ella. Su cara expresaba algo de inquietud cubierta por un manto disimulado de
tranquilidad. Se sentó en la silla que se situaba al otro lado de mi tablero.
Me miró. Le miré. Silencio. Hasta que se decidió a hablar.
-¿Ocurre algo?—preguntó con una sonrisa preciosa.
-¿A qué te refieres?—inquirí a propósito.
-Verás. Antes he hablado con tu compañero… No me acuerdo de
su nombre. Delgado, con barba…
-¿Mariano?—interrumpí. Otra vez a propósito.
-No. El otro. ¡Lucas! Sí. Estaba hablando con Lucas y me ha
dicho que no te caigo muy bien… Verás. Es que he notado que desde que llegué el
miércoles aquí apenas me miras. Apenas me saludas. Y creo saber lo que pasa.
-Ah, ¿sí?—interrogué sorprendido. ¿Sabía lo que sucedía? Era
imposible. Lo había disimulado desde el momento en el que ella había entrado
por la puerta. No podía ser.
-Sí. Y no hace falta que te avergüences. Todos hemos pasado
por situaciones así. Precisamente a mí me pasó con Pedro.
-¿Pedro? ¿Qué Pedro? ¿El jefazo?—estaba alucinando. Resulta
que se había enamorado de Pedro. ¡De un hombre de 50 años!
-Sí. Entré en su despacho para la entrevista y uf—ladeó su
mirada y se perdió en sus pensamientos durante unos instantes—En fin. Supongo
que me entenderás. A ti también te habrá pasado con él, ¿no? Es decir, su porte,
esa mirada…
-Eh. Creo que te estás confundiendo—dije con el ceño
fruncido. Esa conversación me estaba poniendo los vellos de punta. Coloqué mis
brazos sobre la mesa e incliné mi cuerpo para acercarme a ella—¿Te van
maduritos o qué?
-¿Cómo dices?—ella se sorprendió— ¿De qué vas?
-¡Pero si me acabas de decir disimuladamente que te pone
Pedro!
-¿Que yo te he dicho qué? ¡Estaba hablando de lo que ocurrió
el otro día imbécil!—gritó mientras se levantaba y movía las manos de un lado a
otro. Me di cuenta de que la que chillaba no era ella. Era la vena de su
frente. Se había convertido en otro ser—Te estaba diciendo que apenas me
diriges la palabra por cómo me saludaste el otro día. Que te avergüenzas de
eso. Que la situación te intimidó. Eres un asqueroso—se dio la vuelta, salió de
mi despacho y cerró con un portazo. Las paredes temblaron como si un terremoto
estuviera sacudiendo la ciudad. Y mis sentimientos y mi autoestima huyeron para
protegerse en un lugar seguro. Para protegerme a mí de las inclemencias de
aquella tormenta. Nunca antes me habían gritado de esa manera. Y menos una
mujer por la que estaba locamente enamorado. Centésimas de segundo después
volvió a abrir la puerta—Por cierto. Ya he hablado con el seguro de mi móvil.
¡Me debes 450€!—y repitió la acción.
-Pues te quedas sin fiesta—chillé.
“Bueno. Por lo menos ya sé algo más de ella. Menudo genio
tiene…”.
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