Sábado 1 de noviembre
Me miré en el espejo. Tenía la cara completamente demacrada.
Mis ojos estaban rojos. Las ojeras habían vuelto a aparecer. Mi cerebro había
desconectado de mi cuerpo. Y era incapaz de mirar un objeto sin que apareciera
otro exactamente igual junto a él. Eran las cuatro de la tarde. Me acababa de
despertar de la fiesta de Halloween. Y sí. Aún seguía ebrio.
Intenté rechazar la invitación de mi cama. “Quédate un poco
más, por favor”, me rogaba. Pero fui incapaz. Media hora después conseguí
levantarme. Mi primera parada fue el sofá. Encendí la televisión. Estaban
emitiendo una película titulada ‘Traición Marital’. Exacto. En Antena 3. Así
que cambié de canal inmediatamente. Mientras lo hacía, mi cerebro se encendió y
comencé a pensar. ¿Dónde había estado la noche anterior? ¿Con quién? ¿Cómo había
llegado a mi casa? O lo que era más importante, ¿había salido de ella? Un mar
de preguntas inundó mi mente. Entonces vi la respuesta: el móvil. Lo cogí y
empecé a investigar. Lo primero fueron los mensajes. Nada reseñable. Lo
segundo, las instantáneas. De las primeras me acordaba. Fiesta en mi salón.
Pero todo se tornó oscuro. Solo recordaba cinco de ellas. En las siguientes
estábamos en una discoteca completamente desconocida para mí. Hasta que vi una
fotografía que detuvo el tiempo ante mis ojos. El reloj paró sus manecillas. Y
mi corazón dejó de latir. En ella aparecía yo con un cubata en la mano. A mi
lado, GI. Las imágenes posteriores fueron con ella. Bailando, riendo, hablando…
¿Cómo era posible que no me acordara de que había transcurrido la noche con la
mujer de la que estaba completamente enamorado? Me fijé en su disfraz. Yo iba
vestido de zombie, como todos los años desde que apareció The Walking Dead en
nuestras vidas. Ella, de calabaza. Estaba preciosa. Llevaba unos leggins
negros, el disfraz de calabaza, que le tapaba el pecho y el abdomen, y una
diadema. Continué viendo las fotos con unos nervios semejantes a los del examen
práctico de conducir. Estaba esperando una en la que el protagonista fuera nuestro
beso. Y la había. Pero no eran mis labios los que se fundían con los suyos. Inmediatamente
llamé a Mariano.
-Hombre. Mira quién ha despertado. ¿Tienes mucha resaca?—me
preguntó.
-Mariano. ¿Qué pasó ayer? En fin. He visto las fotos de mi
móvil y no me acuerdo de nada. Pero cuando digo de nada, es nada de nada. Sé que
estuvimos en mi casa y que hablamos de ir a algún lado. Pero ya no más—dije
agobiado.
-Lo que pasó ayer es que te pillaste el mayor pedo del
mundo. Es que no te viste. Pero madre mía. Esta noche te cuento bien lo que
hiciste. ¿A qué hora entonces?
-¿A qué hora el qué? No sé. Nos podemos tomar un café o
algo. Pero tarde. Por la noche. Que creo que estoy a punto de echarlo todo.
-Ah, claro. Que no te acuerdas.
-¿Acordarme de qué?
-Tío. Ayer te pusiste tonto, como siempre, y empezaste a
decir que por qué Halloween tenía que durar una noche solo. Que como caía en
viernes por qué no hacer otra el sábado.
-Dios mío… ¿En serio? No, no. Soy incapaz de ir hoy a una
fiesta.
-Tranquilo. Que no tienes que ir a ningún lado. Nos
invitaste a todos los de la oficina y a tus amigos a tu casa. Incluyendo a ya
sabes quién.
-¿A mi casa? Un momento. ¿Invité a GI?
-Sí. Y por su reacción de ayer está muy contenta de que la
hayas invitado. Así que, ¿a qué hora?
-Por favor…—callé unos segundos. Mi cuerpo no iba a soportar
otra fiesta. Y menos la limpieza del día siguiente.
-Piensa en GI…
-Mariano, no me hagas esto—me lo planteé. Al final accedí. Era
capaz de cualquier cosa por conquistar a GI—Está bien. A las 11 y media en mi
casa…
Era 1 de noviembre, por lo que la noche oscurecía el cielo en
un instante muy temprano. Tras cinco horas de luz artificial, los invitados
comenzaron a hacer su aparición. Todos mis compañeros de la oficina, casi todos
mis amigos y, al final, GI. Mi sorpresa fue mayúscula. Sonó el timbre del
portal. Pregunté. Era ella. Abrí. Tocó la puerta de mi casa. Observé por la
mirilla. Cómo no, estaba preciosa. Esta vez sin disfrazar. No venía sola. A su
lado, un hombre por el que yo mismo hubiera cruzado la acera. Era moreno, ojos
verdes, alto, musculado… Pero musculado en su justa medida. No parecía el
típico presumido de gimnasio.
-Tío, que viene con un maromo—susurré a Lucas y a Mariano
que se encontraban detrás de mí.
-¿En serio? Joder. Voy a mirar—se inquietó Lucas. Me apartó
y colocó su ojo en el de la puerta—Joder. Está bueno, eh. Espera. Un momento—se
extrañó. Yo cada vez soportaba menos la situación—Mariano ven. ¿No es el de
ayer?
-A ver—respondió él mientras se acercaba—Hostia. Es el de
ayer. Joder. Cómo gana sin la oscuridad de la discoteca, ¿no?
-No, no, no. No puede ser. Esto se me está complicando
demasiado…
-Tío… Aún te quedan 12 días para conquistarla. No pierdas la
esperanza—aseguró Lucas dándome una palmada en la espalda.
-Exacto. Doce días. No desesperes CP. Además. Este tío será
el de siempre. Se liga a una saliendo de fiesta, la ve dos días y finiquitado.
¿No crees?—me animó Mariano.
-No sé. Solo sé que el que debería estar con ella detrás de
la puerta soy yo. Y no lo estoy.
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