Martes 4 de noviembre
Vivo. Así me sentía cada vez que veía a GI. Un sentimiento
recorría todo mi cuerpo. Surcaba el río rojo para impregnar cada recoveco de mi
interior. Hasta llegar a mi corazón. Entonces, un escalofrío provocaba un
temblor en mí, logrando resquebrajar todos los cimientos de mi vida. Pero
aquella mañana fue diferente. A las ocho y media entró en la oficina emitiendo
un campo de fuerza a su alrededor. O eso aseguraba su rostro. Estaba muy
enfadada.
-¿Qué has liado esta vez?—me preguntó Mariano en su
despacho.
-Yo nada. No sé qué le ocurre. Y no sé si quiero saberlo—respondí
preocupado.
-Sí que lo quieres saber. Mira. Ésta es la estrategia de
hoy. Ve donde ella. Habla con ella. Escúchala. Entiéndela.
Mi mente asintió y ordenó a mis piernas que actuaran. De
repente me di cuenta que estaba caminando hasta su cubículo. Ella me miró
brevemente. Frunció el ceño. En aquellos pocos segundos descubrí que aquel
enfado no se debía al período. Tampoco podía ser por el trabajo. Pedro la
ayudaba en todo lo que le fuera posible. Por fin llegué al problema raíz. Era
por el hombre de la discoteca del sábado. Resultaba demasiado evidente. Había
observado que no había parado de mirar el móvil. Seguramente estuviera
esperando a que el musculado le mandara un mensaje.
-Hola GI. Me he dado cuenta de que estás un poco rara hoy—intenté
pronunciar con delicadeza— ¿Estás bien?—ella fijó sus pupilas sobre mí durante
unos segundos. Sus ojos expresaban la misma rabia que en el momento en el que
rompí la pantalla de su móvil. Empecé a temblar por el pánico. No sabía cómo
iba a reaccionar. Para mi sorpresa, lloró como si se hubiera muerto un
familiar. Rápidamente me acerqué y coloqué mis brazos alrededor de su pecho.
-Lo siento—se disculpó sin poder articular correctamente las
palabras—Es una tontería.
-¿Quieres que tomemos un poco el aire? Venga. Vamos fuera y
me cuentas si quieres—ella asintió y abandonamos el despacho.
Entramos en el ascensor. Apreté el botón de la planta baja.
Durante los 17 segundos que duró el trayecto, ni una sola palabra nació de
nuestros labios. El único sonido que se podía escuchar con detalle era el
traqueteo de la cabina. Su mirada lo decía todo. Estaba convencido de que en
aquel instante ella estaba pensando: “¿qué hago aquí con este hombre?”. El
elevador llegó a nuestro destino y, cediéndole el paso, aparecimos en la calle.
-¿Quieres uno?—dijo mientras sacaba un mechero y una
cajetilla de tabaco Camel.
-No, gracias. ¿Fumas?—pregunté interesado. No conocía esa
faceta de mi pretendiente.
-Sí. Bueno. De vez en cuando. Hay días que sí y días que no.
Cuando estoy muy estresada me fumo unos cuantos. Si no, pues no—respondió conforme
se lo encendía.
-¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
-Sí. O no. Ay. No lo sé. Tengo un lío en la cabeza que ni te
lo imaginas… Pero oye. No te quiero aburrir con mi vida. No tenemos por qué
hablar de esto—aseguró.
-Te escucho. Me gusta escuchar.
-¿En serio? ¿Un hombre al que le gusta escuchar a las
mujeres? ¡Madre mía! Qué contenta estará Marina—se alegró.
-¿Quién?—interrogué extrañado.
-¿Cómo que quién? Marina. Tu novia—contestó arqueando las
cejas.
-¡Ah!—exclamé nervioso. No me había percatado de que se
refería a Paula—Sí. Marina. Nos va muy bien, sí. Estoy muy contento.
-Me alegro por vosotros. Se la ve una mujer…—me di cuenta de
que GI y yo teníamos la misma opinión sobre aquella dama con pinta de
prostituta. Intentó disimularlo—fuerte. Con poderío. ¿No?
-Sí. Se podría decir que es así. Pero no hablemos de ella.
Cuéntame. Estoy aquí para escucharte. Confía en mí.
-Bueno…—calló durante unos segundos—Está bien—su expresión
mostró tristeza—El otro día fui a tu casa con un chico. ¿Te acuerdas?
-Sí, claro—cómo no iba a recordarlo… Me había provocado
plantearme mi sexualidad.
-Hoy me ha contado que se había acostado y había estado
quedando conmigo estos días para darle celos a su ex. Ya vuelven a estar
juntos. Así que ni te imaginas lo feliz que estoy.
-Pero, ¿te gusta mucho?—pregunté arriesgándome a la más que
probable respuesta.
-No. A ver. Me atrae muchísimo físicamente. Y el sexo con él
estos cuatro días ha sido el mejor de toda mi vida.
-No hace falta más detalles—interrumpí— ¿Por qué estás tan
mal entonces?
-Porque me ha hecho sentirme como una mierda. Me ha
utilizado para llegar a otra persona. ¿Cómo te sentirías tú? ¿Cómo te sentirías
tú si mañana Marina te dice que ha estado contigo para dar celos a alguien? Te
hundirías, ¿verdad?
-Sí—dije avergonzado. Era exactamente lo que estaba
ocurriendo. Pero era yo quien estaba engañando a Paula para atraer a GI.
-No entiendo cómo un tío puede ser capaz de hacer algo así.
No sé. ¿Acaso no se da cuenta de que soy una persona y tengo sentimientos?
Valiente cabrón.
Mi mente desconectó. No podía seguir escuchando aquellas
palabras. Tenía razón en cada letra, en cada coma. Pero estaba logrando que me
sintiera el ser más ruin del universo. Y estaba en lo cierto. Mariano y Lucas
me habían condicionado. Habían conseguido que hiciera maldades para conseguir
al amor de mi vida. No podía ser así. El karma me lo iba a devolver. Una idea
pasó fugazmente por mi cabeza. ¿Y si el destino me arrebataba a GI? ¿Y si por
mi plan con Paula jamás volvía a verla? Mi corazón aceleró su ritmo. Mis
pulmones aumentaron su respiración. Me empezó a faltar el aliento.
-CP. ¿Estás bien?—preguntó ella preocupada.
-GI. Tengo que contarte algo. He estado utilizando a Paula
para darte celos. No la quiero. Y me repugna. Pero es que estoy enamorado de
ti.
7/16
No hay comentarios:
Publicar un comentario