domingo, 30 de noviembre de 2014

Cómo Conquistar a una Desconocida en 16 Días: Día 16

Jueves 13 de noviembre

Ahora o nunca

Todo o nada. La luz o la oscuridad. Ansiar el futuro o recordar el pasado. Aquellos 16 días habían pasado fugazmente en mi calendario. Apenas me había dado cuenta. Había reído, había llorado, me había enfadado, me había deprimido…
Mi mente había pasado por todos los estadios posibles. Solo tenía una idea clara: aún no había conseguido conquistar a GI. Restaban 11 horas para su partida. Restaban 11 horas para ser el hombre más feliz del sistema solar. O el más desgraciado.

El día anterior me había dejado el móvil en la oficina. No le di importancia. Si alguien me necesitaba estaría en mi casa. Amargado. Esperando a que las fuerzas del universo se aliaran para ofrecerme el mayor regalo de mi vida. Para mi desdicha, todo seguía igual. Yo con mi soledad y GI con el vuelo programado para las siete de la tarde. Algo tenía que cambiar. Y cambió.

A las ocho de la mañana llegué a la oficina con un paquete de bombones y un ramo de rosas rojas bajo el brazo. Se lo dejé a GI sobre su mesa. Entonces, observé algo fuera de lo común. Sus papeles y bolígrafos habían desaparecido. El tablero estaba desierto. Tan solo permanecía el ordenador puesto que pertenecía a la empresa. Mi cabeza comenzó a dar vueltas. No entendía nada. ¿Se había marchado ya? Imposible. Pedro aún no le había comentado su decisión. Además, ella me lo habría comunicado. “Me marcho por la mañana”. Nada tenía sentido. En aquel instante mi jefe entró con el alma en vilo.

-¿¡Qué coño haces aquí!?—exclamó. Estaba atacado.
-¿Qué ocurre?—pregunté extrañado.
-¡GI se ha marchado ya! ¡Ha adelantado el vuelo! Sale a las 9 de la mañana de Barajas—gritó sin poder pronunciar las palabras.
-¿Cómo?—en ese momento no fui capaz de pensar con claridad. Un muro se derrumbó repentinamente sobre mi cuerpo rompiéndolo en mil pedacitos. Sentí que me faltaba el aire.
-Ayer te estuve llamando toda la tarde y toda la noche—continuó sin aliento—No me cogiste. Le anuncié que estaba contratada. Y que no hacía falta que viniera hoy. Que había hablado con la oficina de su ciudad y todo estaba en orden. Que podía empezar allí ya mismo—me quedé patidifuso. No sabía encadenar las palabras. Miré el reloj. Las ocho y cinco. Faltaban 55 minutos—¡Pero reacciona! ¡Haz algo!—entonces exploté.
-¡Qué cojones voy a hacer!—grité llorando—¡Todo se ha ido a la mierda! El destino lo quiere así. Si me dejé el móvil aquí es por algo. Creo que nuestro final es estar separados.
-O puede que el destino haya querido que sea así para enseñarte que conquistar a una mujer no es tan fácil como creías. Y para que madures y demuestres tu valentía. Cógete un puto taxi y vete a buscarla. Te lo ordeno como tu jefe. La llevo llamando toda la mañana. Me han avisado de que hay una vacante en la otra oficina de aquí. Así que más te vale que cuando entres por esa puerta sea con ella—miré unos segundos directamente a sus ojos. Mostraban sabiduría. Estaba en lo cierto. Tenía que enseñar al mundo mi osadía. Y demostrar a GI que se equivoca abandonando. Abandonándome. Le di un abrazo a Pedro. Rápidamente me marché al aeropuerto. A por ella. A conquistarla.

Salí a la calle. El tráfico estaba muy ralentizado. Un taxi apareció tras de mí. Subí inmediatamente.

-Al aeropuerto. Rápido, por favor—rogué.
-¿T1, T2, T3 o T4?—preguntó el taxista.
-Mierda—no sabía desde qué terminal partía. En aquel segundo maldije a los responsables de que Barajas fuera tan grande—Usted vaya hacia allí. Ahora mismo se lo confirmo—llamé a Pedro.

-¿T1, T2, T3, T4?
-¡T4!
-¿Sabes el código de vuelo?
-Lo tengo aquí apuntado. Te lo paso por correo.

-T4, ¡por favor!—grité al taxista.

El reloj dio las ocho y diez. El tiempo transcurría muy deprisa. Marqué el número de GI. No hubo contestación. Ni la primera, ni la segunda, ni la tercera… Así hasta la octava. ¿Cómo no podía estar atenta a su teléfono? Volví a llamarla. “El móvil al que usted llama está apagado o fuera de cobertura”. “No puede ser”, pensé. Todo se complicaba por cada segundo.

Tras veinte minutos el taxi consiguió llegar al aeropuerto. El conductor, al que le había contado la historia, me deseó “toda la suerte del mundo”. Salí del vehículo. Las piernas me temblaban. Corrí, corrí y corrí. Aquello era demasiado grande como para llegar a tiempo. Saqué mi teléfono y miré el código de vuelo: 1902. Volví a correr. Hasta que me topé con la cola de seguridad. Había decenas de personas. Faltaba solo media hora para que el vuelo despegara. Probablemente el amor de mi vida habría entrado en el avión. No me quedó otro remedio. Grité.

-¡GI!

No obtuve respuesta. Volví a gritar.

-¡GI!

Nada. Los desconocidos me miraban extrañados. Pero no me importaba. Investigué con la mirada durante unos instantes. Vi algo que me llamó la atención. El cabello castaño de una mujer caía ondulado por su espalda. Como una cascada. Y su cuerpo hacía una curva perfecta. Observé sus vestimentas. Ese bolso… Esa chaqueta… GI.

-¡GI!

Volví a gritar.

-¡GI!

Y se giró.

-¿CP? ¿¡Qué haces aquí!?—me preguntó sorprendida. Una lágrima cayó de cada uno de mis ojos. Ella cogió su maleta y abandonó la fila de seguridad. Se acercó a mí— ¿Qué haces aquí?—la encontré muy nerviosa. Me quedó claro que lo último que se esperaba en ese minuto era que yo apareciera.
-Conquistarte—rodeé su cintura con mis brazos y la besé. El aeropuerto desapareció. Los desconocidos se esfumaron. Tan solo estábamos ella y yo. Nosotros. Solos. Deteniendo el reloj para siempre. Sintiendo lo que nunca había sentido alguien. Y mientras nos fundíamos en aquel inolvidable momento, cientos de lágrimas volvieron a asomarse por mi mirada. Uniéndose con los llantos de GI. Gotas de pasión, de amor, de esperanza, de futuro. Gotas diciéndome ‘te quiero’. Ya no eran fracciones de maldad o desgracia. Estaban llenas de felicidad. Y nuestros labios eran incapaces de separarse. Sabían que su único futuro era el de estar juntos. Hasta que GI me hizo volver a la realidad.
-CP. Tengo que marcharme ya. Voy a perder el vuelo—dijo entre llantos.
-No te vayas. Quédate conmigo—rogué entusiasmado.
-No puedo. Debo marcharme. Este no es mi sitio. Esta no es mi ciudad. Lo tengo todo allí. Mi familia, mi trabajo—las lágrimas no cesaban—Además. No podría salir con alguien a quien veo todos los días en el trabajo.
-Eso no es ningún problema. Pedro me acaba de decir que hay una vacante en la oficina de Pozuelo. El trabajo es tuyo si lo quieres.
-Odio esta ciudad.
-Dame cinco días. Y te gustará. Por favor. Quédate. Te voy a hacer la mujer más feliz del universo. Confía en mí.
-Esto es una locura, CP—aseguró en una mezcla de sonrisa y lloros—Solo nos conocemos de hace 16 días.
-Eso es lo que lo hace aún más bonito.
-No me hagas esto, por favor.
-GI. Nos conocemos de hace dos semanas. ¿Qué más da? Me encantas. Y sé que te encanto. Si no no estarías así… Somos jóvenes. Tenemos que vivir la vida. ¿Quién dice que en 20 años no vamos a estar juntos? El tiempo no importa. Lo único importante somos nosotros, y lo bonita que podemos hacer esta historia. Verás… Quiero despertarme junto a ti cada día del resto de mi vida. Quiero hacerte el desayuno, llevártelo a la cama. Arroparte cuando estés enferma. Besarte. Acariciar todos los rincones de tu perfecta piel. Hacerte el amor. Pasear juntos de la mano. Visitar ciudades del mundo. ¿Sabes dónde no he estado nunca? En Roma. Me parece la ciudad perfecta para ir contigo. Caminar por el Coliseo, la Fontana de Trevi, el barrio de Trastevere, ir al Vaticano… Quiero darte sorpresas cada día. Quiero necesitarte. Y quiero que me necesites. No aguanto las ganas de meterme bajo la manta y que me des calor en invierno. Quiero que vayamos al cine. En fin… Quiero que seamos Nosotros. Que exista un Nosotros. Quiero que cuando nuestros amigos hablen de ti y de mí piensen en la pareja perfecta. Y en que vamos a estar siempre juntos. Por favor, GI. Necesito todo esto. Te necesito a ti. Dímelo—pausé mis sinceras revelaciones—¿Quieres que recorramos nuestro futuro dados de la mano?—GI fijó su vista sobre mí durante unos larguísimos segundos. Rompió a llorar.
-Sí. Sí que quiero. Claro que quiero—me abrazó como nunca antes me habían abrazado. Ella no soltó un discurso como el mío. Pero aquel cariño lo significó todo para mí. Al final el vuelo despegó. Y GI despegó su porvenir junto a mí.

Así es cómo conquisté al amor de mi vida en 16 días. Así es como aprendí a ser yo mismo, a entender que los objetivos no se consiguen de un día para otro. Sino que hay que perseverar en el camino, ser constante. Superar los cientos de obstáculos que aparezcan en el camino.


Y ahora, cincuenta años después, nuestras manos no se han soltado. Ni la muerte podrá conseguirlo.

16/16

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