Jueves 13 de noviembre
Ahora o nunca
Todo o nada. La luz o la oscuridad. Ansiar el futuro o
recordar el pasado. Aquellos 16 días habían pasado fugazmente en mi calendario.
Apenas me había dado cuenta. Había reído, había llorado, me había enfadado, me
había deprimido…
Mi mente había pasado por todos los estadios posibles. Solo
tenía una idea clara: aún no había conseguido conquistar a GI. Restaban 11
horas para su partida. Restaban 11 horas para ser el hombre más feliz del
sistema solar. O el más desgraciado.
El día anterior me había dejado el móvil en la oficina. No
le di importancia. Si alguien me necesitaba estaría en mi casa. Amargado.
Esperando a que las fuerzas del universo se aliaran para ofrecerme el mayor
regalo de mi vida. Para mi desdicha, todo seguía igual. Yo con mi soledad y GI
con el vuelo programado para las siete de la tarde. Algo tenía que cambiar. Y
cambió.
A las ocho de la mañana llegué a la oficina con un paquete
de bombones y un ramo de rosas rojas bajo el brazo. Se lo dejé a GI sobre su
mesa. Entonces, observé algo fuera de lo común. Sus papeles y bolígrafos habían
desaparecido. El tablero estaba desierto. Tan solo permanecía el ordenador
puesto que pertenecía a la empresa. Mi cabeza comenzó a dar vueltas. No
entendía nada. ¿Se había marchado ya? Imposible. Pedro aún no le había
comentado su decisión. Además, ella me lo habría comunicado. “Me marcho por la
mañana”. Nada tenía sentido. En aquel instante mi jefe entró con el alma en
vilo.
-¿¡Qué coño haces aquí!?—exclamó. Estaba atacado.
-¿Qué ocurre?—pregunté extrañado.
-¡GI se ha marchado ya! ¡Ha adelantado el vuelo! Sale a las
9 de la mañana de Barajas—gritó sin poder pronunciar las palabras.
-¿Cómo?—en ese momento no fui capaz de pensar con claridad.
Un muro se derrumbó repentinamente sobre mi cuerpo rompiéndolo en mil
pedacitos. Sentí que me faltaba el aire.
-Ayer te estuve llamando toda la tarde y toda la
noche—continuó sin aliento—No me cogiste. Le anuncié que estaba contratada. Y
que no hacía falta que viniera hoy. Que había hablado con la oficina de su
ciudad y todo estaba en orden. Que podía empezar allí ya mismo—me quedé
patidifuso. No sabía encadenar las palabras. Miré el reloj. Las ocho y cinco.
Faltaban 55 minutos—¡Pero reacciona! ¡Haz algo!—entonces exploté.
-¡Qué cojones voy a hacer!—grité llorando—¡Todo se ha ido a
la mierda! El destino lo quiere así. Si me dejé el móvil aquí es por algo. Creo
que nuestro final es estar separados.
-O puede que el destino haya querido que sea así para
enseñarte que conquistar a una mujer no es tan fácil como creías. Y para que
madures y demuestres tu valentía. Cógete un puto taxi y vete a buscarla. Te lo
ordeno como tu jefe. La llevo llamando toda la mañana. Me han avisado de que
hay una vacante en la otra oficina de aquí. Así que más te vale que cuando
entres por esa puerta sea con ella—miré unos segundos directamente a sus ojos. Mostraban
sabiduría. Estaba en lo cierto. Tenía que enseñar al mundo mi osadía. Y
demostrar a GI que se equivoca abandonando. Abandonándome. Le di un abrazo a
Pedro. Rápidamente me marché al aeropuerto. A por ella. A conquistarla.
Salí a la calle. El tráfico estaba muy ralentizado. Un taxi
apareció tras de mí. Subí inmediatamente.
-Al aeropuerto. Rápido, por favor—rogué.
-¿T1, T2, T3 o T4?—preguntó el taxista.
-Mierda—no sabía desde qué terminal partía. En aquel segundo
maldije a los responsables de que Barajas fuera tan grande—Usted vaya hacia
allí. Ahora mismo se lo confirmo—llamé a Pedro.
-¿T1, T2, T3, T4?
-¡T4!
-¿Sabes el código de
vuelo?
-Lo tengo aquí
apuntado. Te lo paso por correo.
-T4, ¡por favor!—grité al taxista.
El reloj dio las ocho y diez. El tiempo transcurría muy
deprisa. Marqué el número de GI. No hubo contestación. Ni la primera, ni la
segunda, ni la tercera… Así hasta la octava. ¿Cómo no podía estar atenta a su
teléfono? Volví a llamarla. “El móvil al que usted llama está apagado o fuera
de cobertura”. “No puede ser”, pensé. Todo se complicaba por cada segundo.
Tras veinte minutos el taxi consiguió llegar al aeropuerto.
El conductor, al que le había contado la historia, me deseó “toda la suerte del
mundo”. Salí del vehículo. Las piernas me temblaban. Corrí, corrí y corrí.
Aquello era demasiado grande como para llegar a tiempo. Saqué mi teléfono y
miré el código de vuelo: 1902. Volví a correr. Hasta que me topé con la cola de
seguridad. Había decenas de personas. Faltaba solo media hora para que el vuelo
despegara. Probablemente el amor de mi vida habría entrado en el avión. No me
quedó otro remedio. Grité.
-¡GI!
No obtuve respuesta. Volví a gritar.
-¡GI!
Nada. Los desconocidos me miraban extrañados. Pero no me
importaba. Investigué con la mirada durante unos instantes. Vi algo que me
llamó la atención. El cabello castaño de una mujer caía ondulado por su
espalda. Como una cascada. Y su cuerpo hacía una curva perfecta. Observé sus
vestimentas. Ese bolso… Esa chaqueta… GI.
-¡GI!
Volví a gritar.
-¡GI!
Y se giró.
-¿CP? ¿¡Qué haces aquí!?—me preguntó sorprendida. Una
lágrima cayó de cada uno de mis ojos. Ella cogió su maleta y abandonó la fila
de seguridad. Se acercó a mí— ¿Qué haces aquí?—la encontré muy nerviosa. Me
quedó claro que lo último que se esperaba en ese minuto era que yo apareciera.
-Conquistarte—rodeé su cintura con mis brazos y la besé. El
aeropuerto desapareció. Los desconocidos se esfumaron. Tan solo estábamos ella
y yo. Nosotros. Solos. Deteniendo el reloj para siempre. Sintiendo lo que nunca
había sentido alguien. Y mientras nos fundíamos en aquel inolvidable momento,
cientos de lágrimas volvieron a asomarse por mi mirada. Uniéndose con los
llantos de GI. Gotas de pasión, de amor, de esperanza, de futuro. Gotas
diciéndome ‘te quiero’. Ya no eran fracciones de maldad o desgracia. Estaban
llenas de felicidad. Y nuestros labios eran incapaces de separarse. Sabían que
su único futuro era el de estar juntos. Hasta que GI me hizo volver a la
realidad.
-CP. Tengo que marcharme ya. Voy a perder el vuelo—dijo entre
llantos.
-No te vayas. Quédate conmigo—rogué entusiasmado.
-No puedo. Debo marcharme. Este no es mi sitio. Esta no es
mi ciudad. Lo tengo todo allí. Mi familia, mi trabajo—las lágrimas no cesaban—Además.
No podría salir con alguien a quien veo todos los días en el trabajo.
-Eso no es ningún problema. Pedro me acaba de decir que hay
una vacante en la oficina de Pozuelo. El trabajo es tuyo si lo quieres.
-Odio esta ciudad.
-Dame cinco días. Y te gustará. Por favor. Quédate. Te voy a
hacer la mujer más feliz del universo. Confía en mí.
-Esto es una locura, CP—aseguró en una mezcla de sonrisa y
lloros—Solo nos conocemos de hace 16 días.
-Eso es lo que lo hace aún más bonito.
-No me hagas esto, por favor.
-GI. Nos conocemos de hace dos semanas. ¿Qué más da? Me encantas.
Y sé que te encanto. Si no no estarías así… Somos jóvenes. Tenemos que vivir la
vida. ¿Quién dice que en 20 años no vamos a estar juntos? El tiempo no importa.
Lo único importante somos nosotros, y lo bonita que podemos hacer esta
historia. Verás… Quiero despertarme junto a ti cada día del resto de mi vida.
Quiero hacerte el desayuno, llevártelo a la cama. Arroparte cuando estés enferma.
Besarte. Acariciar todos los rincones de tu perfecta piel. Hacerte el amor.
Pasear juntos de la mano. Visitar ciudades del mundo. ¿Sabes dónde no he estado
nunca? En Roma. Me parece la ciudad perfecta para ir contigo. Caminar por el
Coliseo, la Fontana de Trevi, el barrio de Trastevere, ir al Vaticano… Quiero
darte sorpresas cada día. Quiero necesitarte. Y quiero que me necesites. No
aguanto las ganas de meterme bajo la manta y que me des calor en invierno.
Quiero que vayamos al cine. En fin… Quiero que seamos Nosotros. Que exista un
Nosotros. Quiero que cuando nuestros amigos hablen de ti y de mí piensen en la
pareja perfecta. Y en que vamos a estar siempre juntos. Por favor, GI. Necesito
todo esto. Te necesito a ti. Dímelo—pausé mis sinceras revelaciones—¿Quieres que
recorramos nuestro futuro dados de la mano?—GI fijó su vista sobre mí durante
unos larguísimos segundos. Rompió a llorar.
-Sí. Sí que quiero. Claro que quiero—me abrazó como nunca
antes me habían abrazado. Ella no soltó un discurso como el mío. Pero aquel cariño
lo significó todo para mí. Al final el vuelo despegó. Y GI despegó su porvenir junto
a mí.
Así es cómo conquisté al amor de mi vida en 16 días. Así es
como aprendí a ser yo mismo, a entender que los objetivos no se consiguen de un
día para otro. Sino que hay que perseverar en el camino, ser constante. Superar
los cientos de obstáculos que aparezcan en el camino.
Y ahora, cincuenta años después, nuestras manos no se han
soltado. Ni la muerte podrá conseguirlo.
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