Lunes 3 de noviembre
Invierno. La temporada invernal había llegado de golpe a
Madrid. La lluvia azotaba fuertemente la ciudad y la temperatura había caído
hasta los 9 grados. Yo corría hacia la oficina. Llegaba media hora tarde. El
despertador había sonado pero mi cansancio lo había apagado. No fallaba. Una vez
a la semana tenía que suceder.
A las nueve y cuarto aparecí en el bufete. Estaba
completamente mojado. Dejé el paraguas en la entrada y desembarqué en mi
despacho. Mariano y Lucas estaban hablando en la sala de café, como de
costumbre. GI permanecía sentada en su sillón sin levantar la cabeza. Salí de
mis cuatro paredes y fui a saludarla. Estaba muy enojado con ella, pero tenía
que disimularlo.
-Buenos días—sonreí—Espero que el sábado te lo pasaras bien—mentí.
No era una de mis capacidades, pero aquella vez había sonado creíble.
-Buenos días, CP. Oh sí. Me lo pasé genial. Lucas y Mariano
fueron muy majos. Gracias por invitarme—respondió curvando sus labios.
-¿Estuviste mucho con ellos?—pregunté inquieto.
-Un rato sí. Hablamos de todo un poco. Trabajo, futuro, de
ti…
-¿Cómo?—interrumpí—¿De mí?
-Sí. La verdad es que cotilleamos un poco de toda la
oficina. ¡No me habías dicho que tenías novia!—exclamó. ¿Novia? Pero si aún no
había contado lo de Paula.
-¿Novia? Oh. Ya te lo han contado—dije intentando continuar
con el plan—Llevo ya un tiempo con…—en aquel momento me percaté de que ellos
seguramente le habían revelado un nombre totalmente diferente—Ella. Sí. Llevo
ya tiempo con ella. ¿Me disculpas un momento, por favor?
Con paso firme me acerqué a la sala de café. No podía ser
que cada uno estableciera un plan diferente para conquistarla y que no diera
las explicaciones oportunas.
-¡Vosotros!—exclamé con un tono bajo—¿Por qué hacéis esto?
-Buenos días a ti también—reprendió Mariano--¿Qué te pasa?
-¿Que qué me pasa? ¿Le decís a GI que tengo novia y no me lo
contáis? ¿Qué clase de relación es ésta? ¡Comunicación! ¡Comunicación por
favor!
-A ver, peliculero. Relájate—irrumpió Lucas—Sí. Le dijimos
eso en la fiesta para ver cómo reaccionaba. Y sinceramente, ambos vimos algo de
celos. Luego estuvo muy preguntona. Quería saberlo todo. Su nombre, cuánto
tiempo llevabais, como os habíais conocido…
-¿Qué nombre le dijisteis? –interrogué nervioso.
-Marina. El primero que se nos vino a la cabeza—contestó Mariano.
-Pues tenemos un problema. El sábado ligué cuando os
marchasteis. Se llama Paula. He quedado hoy para comer con ella. Tenía planeado
darle celos.
-¿Se te ha ocurrido a ti solo ese plan?—preguntó Lucas
sorprendido y orgulloso.
-Pues claro que sí. Esta cabeza también piensa.
-¡Enhorabuena! ¡Estás aprendiendo a ligar!—exclamaron los
dos mientras me abrazaban—Pero a ver. ¿Qué problema hay?—continuó Mariano.
-Pues eso. Que se llama Paula. Y vosotros le habéis dicho
Marina.
-¿A eso le llamas problema?—rió él—Es tan fácil como que
para GI se llame Marina y ya está. Total, no va a venir a la oficina, ¿no?
-Mmm, sí. Viene a las dos.
-No problema. Si sube nosotros la entretendremos y ya está—aseguró
Lucas.
El reloj marcó la hora de la comida. El ascensor llegó a la
planta y se abrió. Una rubia imponente entró por la puerta. Su cuerpo era
perfecto: delgada y con curvas. Se asemejaba al de GI. Su cabello amarillo
natural y ondulado caía en forma de cascada hasta el pecho. Muy prominente, por
cierto. Por desgracia, era un poco más alta que yo. Y sus zapatos de tacón
aumentaban esa diferencia. Llevaba un vestido rojo ceñido bajo su chaqueta.
-El despacho de CP, por favor—dijo a la recepcionista.
Segundos después estaba entrando en ´-él.
-Mira a quién tenemos aquí—me saludó—Buenas tardes señor
abogado—su sensualidad era extrema. Demasiado. El exceso era tal que conseguía
repugnarme.
-Hola Paula. Vamos a comer—dije mientras me levantaba. Ella
me dio un pico y abandonó el lugar. No la recordaba tan provocadora. A pesar de
su belleza y sus ropas caras parecía una prostituta barata. Un escalofrío
recorrió todo mi cuerpo.
-¿Ésa es Marina?—GI me arroyó por sorpresa en pleno intento
de salir del despacho.
-Oh, sí. Vamos a comer ahora.
-Es muy guapa.
-Lo sé. Y porque no sabes cómo es en la cama…—ella hizo un
gesto de extrañeza e indiferencia. “¿Por qué narices has dicho eso?”, pensé. Me
despedí y me marché avergonzado. Mientras caminaba hacia la salida miré de
reojo a mi compañera de trabajo. Me percaté de que me observaba fijamente.
Suspiró. Quién sabe. Puede que no necesitara 16 días para conquistarla…
6/16
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