Viernes 7 de noviembre
El primer rayo de sol se coló entre las rendijas de la
persiana. Mis párpados no soportaron aquella cruel y despiadada luz. Se
abrieron. Lo primero que vi fue la soledad durmiendo junto a mí. No nos
despegábamos. Pero no porque yo no quisiera. Ella se empeñaba en seguirme a todos
mis destinos. Al supermercado, al trabajo, incluso al cine.
Sin embargo, siempre se preocupaba de que yo mostrara mi felicidad. ¿Por qué estar triste si el amor no llamaba a mi puerta? ¿Por qué estar triste si ella me perseguía? Aquella mañana descubrí que mi probable final sería el de adoptar cinco gatos. “Hoy voy a la asociación protectora para ver si me los dan”, pensé. Y así, repentinamente, asumí mi inevitable desenlace.
Sin embargo, siempre se preocupaba de que yo mostrara mi felicidad. ¿Por qué estar triste si el amor no llamaba a mi puerta? ¿Por qué estar triste si ella me perseguía? Aquella mañana descubrí que mi probable final sería el de adoptar cinco gatos. “Hoy voy a la asociación protectora para ver si me los dan”, pensé. Y así, repentinamente, asumí mi inevitable desenlace.
Acudí a la oficina con la feliz idea de que al llegar a casa
alguien me recibiera. Aunque fueran cinco pobres animales. Por lo menos les
daba un hogar. Nada más entrar en el despacho se lo conté a mis dos compañeros.
-Voy a adoptar cinco gatos—aseguré. Ambos me miraron
extrañados.
-¿Cinco gatos? ¿Por qué no uno? ¿O dos?—preguntó Mariano.
-Esta mañana me he despertado pensando: tengo que aceptar mi
destino. Tengo que hacerlo ya. Y mi destino es estar solo. Así que esta tarde
iré a la asociación para adoptar cinco gatos. Bueno, no. Cinco no. Mejor cuatro
o seis. Así todos tienen su pareja. Menos yo…—mis pupilas se perdieron en los
sentimientos más profundos y oscuros. En mi interior no había admitido mi
final. En aquel instante, me imaginé el futuro. Tenía setenta años. Mi casa
estaba repleta de basura. Y mis mascotas eran unas ratas que aparecían de vez
en cuando en busca de comida podrida. Alguien llamaba a mi puerta. Era la
vecina del apartamento contiguo, una mujer joven y bella. Me aseguraba que
tenía una enfermedad. “¿Qué enfermedad?”, preguntaba yo. Y me decía que unos
señores vendrían a buscarme para llevarme a un lugar mejor, donde pudiera leer,
ver la televisión… Me harían la comida, la colada, cambiarían las sábanas de mi
cama… Parecía un cuento de hadas. Pero mi mente no estaba de acuerdo. Yo me
negaba tajantemente. Cerraba la puerta con un golpe seco. Entraba en mi casa y
comenzaba a chillar. “¡Queréis mi ruina! ¡Pues jamás la tendréis! ¡Aquí estaré
yo hasta mi muerte!”. Al día siguiente un desconocido volvía a tocar en la
sucia madera del portón. Esta vez eran dos policías. Me pedían que fuera con
ellos porque no podía vivir en esas condiciones. “¿Qué condiciones?”, gritaba
yo. Y les obligaba a abandonar el edificio. Pero aquella misma tarde todo
cambiaba. Los chillidos cesaban y la suciedad comenzaba a desaparecer. Mi cuerpo
se encontraba inerte en el suelo del salón. Mi alma acababa de decidir
abandonarlo para siempre.
-Un, dos, tres, vuelve otra vez—contó Lucas. Chasqueó los
dedos provocando que dejara atrás mis pensamientos— ¿En serio me estás diciendo
que te quieres comprar cinco gatos porque GI te ha mandado a la mierda?
-No es solo GI. Es todo lo que conlleva.
-Madre mía—lamentó Mariano—Estás mucho peor de lo que
pensábamos. CP. Porque GI te haya rechazado, ¡no significa que se haya acabado
el mundo! Tienes mil peces en el mar. Lanza la caña y recogerás decenas. ¿Sabes
lo que quiero decir?
-No—no entendía adónde quería llegar.
-Que salgamos hoy de fiesta y ligues. Punto—afirmó Lucas.
-No creo que pueda. He quedado para comer y pasar la tarde
con Paula. Estaré cansado. Pero luego avisadme de todas maneras—abandoné el
despacho cabizbajo.
El reloj marcó las dos en punto, la hora en que mi no amada me esperaría en el portal del
bufete. Recogí todos los papeles de mi mesa. Suspiré. Por fin había llegado el
fin de semana. Además, el lunes era fiesta por lo que tenía otro día para
descansar. Cogí mi chaqueta y salí de mi despacho. Vi a GI hablando con Paula.
Ésta me vio, frunció el ceño y se acercó rápidamente a mí.
-¡Eres un cabronazo!—exclamó. Me pegó con la palma de su
mano en la cara. El golpe fue tan fuerte que pude notar durante varios segundos
cómo mi cabeza giraba sobre sí misma. Inmediatamente se marchó.
-Lo siento—se disculpó GI—Tenía que hacerlo.
Ambos nos miramos fijamente. Cientos de pensamientos se
cruzaron entre nuestros cerebros por medio de un cable imaginario que nos unía.
¿Por qué había realizado aquel acto tan cruel? ¿Qué le importaba a ella lo que
hiciera con mi vida? Entonces, me percaté de que probablemente ella no era la
chica inocente que creía que era. Y que no le gustaba la idea de que estuviéramos
juntos, pero tampoco le agradaba que yo hubiera conocido a otra mujer.
10/16
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