Jueves 13 de noviembre
Ahora o nunca
Ruido y más ruido. Mi cabeza estuvo a punto de explotar la
mañana del miércoles. La noche anterior habíamos quedado GI y yo para ir al
cine. Pero en el último segundo recibí un SMS avisándome de que ella no podía
quedar. Olvidó que había quedado con unos amigos para despedirse. Sí. Para
decirse adiós.
¡Crack! La taza resbaló y cayó al suelo rompiéndose en mil
pedazos. Estaba aún tan dormido que durante varios segundos había olvidado que
en mi mano derecha sujetaba un vaso con café recién hecho. Agarré la escoba y
recogí las piezas resquebrajadas del tazón que me había regalado mi madre de su
viaje a Roma.
El mundo había cambiado. O por lo menos, mi mundo. Las
lágrimas del día anterior habían supuesto un antes y un después en mis sentimientos.
No era una persona que llorara muy a menudo. Pero el domingo me levanté con un
resquicio de iluminación en mi futuro. La noche había transcurrido entre
pensamiento y pensamiento.
Destrozado. Así me encontraba aquella mañana de sábado. Paula
me había golpeado la cara y se había marchado para no volver porque GI había
desvelado mi pequeño secreto. En mi interior estaba empezando a nacer un
sentimiento de amor-odio por ella. Parecía estar llevando a cabo una venganza
meditada durante días.
El primer rayo de sol se coló entre las rendijas de la
persiana. Mis párpados no soportaron aquella cruel y despiadada luz. Se
abrieron. Lo primero que vi fue la soledad durmiendo junto a mí. No nos
despegábamos. Pero no porque yo no quisiera. Ella se empeñaba en seguirme a todos
mis destinos. Al supermercado, al trabajo, incluso al cine.
Vivo. Así me sentía cada vez que veía a GI. Un sentimiento
recorría todo mi cuerpo. Surcaba el río rojo para impregnar cada recoveco de mi
interior. Hasta llegar a mi corazón. Entonces, un escalofrío provocaba un
temblor en mí, logrando resquebrajar todos los cimientos de mi vida. Pero
aquella mañana fue diferente. A las ocho y media entró en la oficina emitiendo
un campo de fuerza a su alrededor. O eso aseguraba su rostro. Estaba muy
enfadada.
Invierno. La temporada invernal había llegado de golpe a
Madrid. La lluvia azotaba fuertemente la ciudad y la temperatura había caído
hasta los 9 grados. Yo corría hacia la oficina. Llegaba media hora tarde. El
despertador había sonado pero mi cansancio lo había apagado. No fallaba. Una vez
a la semana tenía que suceder.
Me miré en el espejo. Tenía la cara completamente demacrada.
Mis ojos estaban rojos. Las ojeras habían vuelto a aparecer. Mi cerebro había
desconectado de mi cuerpo. Y era incapaz de mirar un objeto sin que apareciera
otro exactamente igual junto a él. Eran las cuatro de la tarde. Me acababa de
despertar de la fiesta de Halloween. Y sí. Aún seguía ebrio.